Hasta no hace demasiado, cuando le decías a alguien más joven “yo fui a
EGB”, te miraba con un gesto de estupor, casi como si hubieras confesado tu
responsabilidad en el asesinato de Kennedy, y solía replicar con un “¿qué es
eso?” en el que se olía el miedo; por un lado, tal respuesta ponía en bandeja
el chiste fácil (al que reconozco no pude resistirme en alguna ocasión) de
afirmar “ESO es lo que estudiáis ahora” (dicho con gesto despectivo, acentuando
el “eso” todo lo posible) y, por otro, te convertía en el abuelo Cebolleta, ya
que era inevitable contar alguna historieta de aquellos tiempos. Ahora la frase
se ha convertido en un lema, en una bandera, en una carta de presentación, en
la manera en que nos reconocemos e identificamos los que pertenecemos a esa
cofradía, es decir, los que fuimos a EGB; si bien es cierto que no se utilizaba
apenas, que se hablaba del “cole”, de cuando éramos pequeños, de los 80, hasta
que una página de Facebook le dio verdadera carta de naturaleza y aglutinó a
los que protagonizamos aquella época y a los curiosos, a los que recordábamos y
a los que no conocían, a los queríamos hacer memoria y a los que querían saber
y, en definitiva, comprobar que, como cantaba Mari Trini, todos somos muy
parecidos en las diferentes edades que vamos cumpliendo, especialmente en lo
que pasa dentro de los pechos (como se dice en La casa de Bernarda Alba) y que, si revisamos la infancia de cada
uno, “¿para qué hacer reproches si nosotros fuimos igual?”. Y lo fantástico de
esta iniciativa es que nació sin nostalgia, sin lloriqueos sobre cualquier
tiempo pasado, colocando cada cosa en su sitio, sin complejos, con afán de
diversión, de conocernos un poco mejor, “de abrir los cajones del recuerdo,
pero no quedarnos sólo en eso: siempre tuvimos claro que queríamos darle la
vuelta e ir un poco más allá, estableciendo un diálogo”, comentan Javier Ikaz y
Jorge Díaz, los promotores de este fenómeno que se ha enseñoreado de cualquier
red social y de Internet, los mismos que ahora recogen una parte (“pequeña,
pero significativa”) de lo que ha dado de sí esta labor de prospección en el
tiempo en un volumen que uno hojea, vuelve, revuelve, lee con avidez, con
emoción, con alegría, conmovido, sintiéndose parte, añadiendo capítulos,
ampliando otros, constatando que él también fue a EGB (un libro, por cierto,
precioso, todo un alarde de composición y edición, que publica Plaza y Janés).
La gran actriz Simone Signoret llamó a sus memorias La nostalgia ya no es lo que era, frase llena de ironía, de un
cierto desapego, fiel reflejo de su manera de encarar el pasado; recuperando
una de esas frases que marcó nuestras vidas (perteneciente a la película Cuenta conmigo (1986), inspirada en la
novela autobiográfica de Stephen King), Javier y Jorge presentan su página, su blog,
su libro, aclaran en cualquier conversación que arrinconan la nostalgia “porque
ya no hay nostalgias como las de antes” (que es lo que se decía sobre los
amigos en el filme que citábamos un poco más arriba) y uno que siempre ha
reivindicado el hacer memoria, el no negar quién fue, lo que hizo, está de
acuerdo con ellos en ese sentido: “Las cosas no eran ni mejores ni peores, eran
diferentes, las de ese momento, y no podemos cambiarlas; todo en el recuerdo
tiene a magnificarse y en ocasiones tendemos a menospreciarlo: nosotros,
dejando muy claro que lo hacemos desde 2013, desde ahora mismo, con lo que
sabemos o dejamos de saber, damos la palabra a los niños que fuimos para hablar
de aquel chicle imposible de masticar, de la ropa que anhelábamos llevar o de
lo burros que éramos en el recreo, pero sin añadir o quitar, simplemente
explicando”.
Y esa, precisamente, ha sido una de las claves de su éxito, de su rápida
implantación, de su continua progresión en lo que a número de seguidores se
refiere: no se reniega de nada, todo tiene su sitio, todo sucedió, no se
ocultan sucesos (en todo caso, sólo los que no se recuerdan hasta que alguien
hace el aporte) y, sobre todo, que expandir estas evocaciones provoca un efecto
imposible de contener, el que ellos califican “fotos que te dan la hostia”, ese
a modo de revelación que experimentas cuando te crees que han robado la
instantánea de uno de los álbumes que guarda tu madre (“Nos ha pasado varias
veces, sobre todo con la foto de la sobrecubierta, en la que casi todo el mundo
quiere reconocer su clase o, al menos, su colegio”), ese momento en que no
puedes evitar gritar “¡Era así, era así!” o “¡Pero si soy yo!” (aunque no lo
seas, pero lo pareces). Casi en cada página he proferido una exclamación, una
sorpresa, una carcajada, alguna lagrimilla, he llamado a Pablo (que fue quien
me descubrió la página de Facebook que tantas satisfacciones me proporciona
casi a diario) para que incorporase sus recuerdos y confirmase lo que queda muy
claro navegando por Yo fui a EGB: “No
sé cuántas veces alguien nos ha dicho: “Pero si pensaba que esto sólo lo
conocíamos en mi barrio”. Nos creíamos más especiales de lo que somos, pero en
realidad gusta encontrarte con recuerdos comunes y poder hablar en el mismo
código”. Así, por ejemplo, recuerdo que fui vestido con un traje vaquero, lo
más rompedor del momento, a la Comunión de uno de mis primos y resulta que en
el libro hay una foto que podría estar hecha ese día (y aún me río más cuando
Jorge me confiesa que es él) o en otra página me parece estar viendo el sillón
en que tantas tardes se sentaba mi abuela a escuchar la radio, tomar un vasito
de leche, hacer punto o sencillamente echar el rato; del mismo modo, “hay cosas
que no son mayoritarias, pero merecen su sitio” y las van incorporando al blog
o a Facebook según aparecen y eso sirve para refrescar la memoria a los demás.
Uno de los capítulos que más me ha emocionado es el que hace referencia
a la grabación de cintas (a las que algunos llamaban “casé” y otros “caset”,
pronunciando bien la “té”) porque me recuerda los cientos de horas compartidas
con el tío Miguel haciendo copias de los discos que nos gustaban, de los que
intercambiaba con amigos o familiares, de las sumas y cábalas para que cupiese
todo, de lo que nos hemos enfadado con los locutores por interrumpir o hablar
sobre la canción que deseábamos, de cómo mirábamos con fruición que la cinta
estaba por terminarse y al tema aún le quedaban unos compases, “era un
trabajazo y luego te hacías las carátulas artesanalmente para que se pareciesen
al original, no se pone en valor el esfuerzo llevado a cabo”, ¡ni el operativo!,
afirmo, añorando esas tardes en que el tío decidía renovar la discoteca. Con este
aire lúdico que no excluye una añoranza positiva, esa que no ancla, esa que
impele a mantenerla fresca y viva (y, por lo tanto, no es nostalgia en el
sentido en que suele emplearse la palabra, invitando a la melancolía y la
tristeza), a buen seguro aún tendremos mucho que compartir y (re)descubrir con
Javier y Jorge (y si fuiste a EGB aún lo gozarás más): “Nosotros, por el
momento, queremos seguir jugando porque, además, elegimos lo de EGB como etiqueta,
como carta de presentación, pero no nos quedamos en eso, no es sólo lo escolar:
hablamos de lo que una generación vivió y, por lo que seguimos comprobando, esa
generación quiere compartirlo con los componentes de la misma y con todos los
demás”.