Hay personajes sobre los que resulta muy difícil hablar, parece que todo
está dicho, que no se puede aportar nada, y en realidad apenas conocemos la
mínima punta que asoma a la superficie, perdiéndonos la gran masa que el
iceberg esconde bajo el agua, manejando cuatro o cinco lugares comunes,
reproduciendo dos o tres leyendas, dando carta de naturaleza a lo que son
rumores, historietas inventadas con ánimo de perjudicar o engrandecer a la
persona a la que se refieren; cuando, para bien o para mal, se consensua cierta
imagen resulta muy complicado alterarla, aportar nuevos datos, que éstos sean
creídos por muy documentados que estén, hace falta curiosidad, ganas de
aprender, de no darlo todo por sabido, de no contentarse con una sola opinión,
en definitiva, de no tener miedo a variar nuestra perspectiva si es necesario
(en ocasiones, recabar otras informaciones hace que aún podamos cimentar con
más solidez nuestros puntos de vista, que lo que igual sólo eran apreciaciones
puedan convertirse en certezas). En estos días en los que se ha vuelto (como
tantas veces) sobre el magnicidio de Dallas, el asesinato de John Fitzgerald
Kennedy, los hechos ocurridos un 22 de noviembre de 1963 (al cumplirse los 50
años de la tragedia, cifra redonda, el recordatorio se ha hecho con más
hincapié del habitual), han abundado los artículos en los periódicos, las conferencias,
los homenajes, las tertulias, las celebraciones (suena entre lúgubre y morboso,
pero es la palabra correcta) y, por supuesto, el mercado se ha visto inundado
con publicaciones que, de una forma u otra, querían ser la obra definitiva sobre
JFK, su presidencia, el todavía irresoluto asesinato, añadir, sumar, echar por
tierra, demostrar, abundar en uno de los iconos que, querámoslo o no, sirve
para definir y entender (en la medida en que esto sea posible) el siglo XX. La
Esfera de los Libros ha lanzado un apasionante documento que mezcla lo mejor de
la novela con una pormenorizada y cuidadosa recreación de los hechos,
permitiéndose recrear diálogos y situaciones que aunque no respondan a la
realidad en su totalidad sí resultan verosímiles y basadas en una exhaustiva
investigación y un rigor impecable: Matar
a Kennedy. El fin de la Corte de Camelot está escrita por Bill O´Reilly y
Martin Dugard, los mismos que no hace mucho dejaban a propios y extraños con la
boca abierta por la contundencia, autenticidad e incluso dureza con la que
narraban lo acontecido a torno a otro magnicidio, el de Abrahan Lincoln, en Matar a Lincoln; pero tiempo habrá de
regresar a este apasionante, revelador y enriquecedor escrito, ya que podremos
complementar su lectura con la adaptación llevada a cabo por National
Geographic, y así podemos detenernos entretanto en otro título que también
presenta La Esfera y que puede quedar un tanto sepultado, olvidado o incluso no
ser tenido en cuenta en medio de tanto tratado más o menos sesudo sobre Kennedy,
cuando es un complemento perfecto para seguir profundizando en esa época, en
aquel momento, en un mito que lleva otro parejo, uno que camina a su lado, en
igualdad de condiciones, e incluso tiene más fuerza y vigencia, ha creado más
escuela que el propio presidente: estamos hablando, por supuesto, de Jacqueline
Bouvier Kennedy Onassis, el envés, la otra cara de la moneda, la mujer sin la
que JFK no se hubiera convertido en la leyenda que es, la que ya era en vida, en
uno de los hombres que más interés despierta en historiadores, ciudadanos,
cineastas, creadoras, más allá de los interrogantes sin resolver.
Una imagen tan bella. Jackie Kennedy
(1929-1994) es un entretenidísimo ensayo narrado con un estilo sencillo,
ágil, a medio camino entre el reportaje y la novela, respetando la idea de que
la vida de esta mujer, vista desde lejos y con displicencia, puede parecer un
cuento de hadas (los verdaderos, los primigenios, son mucho más tenebrosos que
ciertas edulcoraciones que se han hecho populares), tratándola como un ser
humano, profundizando en ese rostro reproducido hasta la saciedad en el papel
cuché, entrando en su interior, en su intimidad, en sus recovecos con
prudencia, respeto, sin ocultar nada ni glorificar más de la cuenta. Katherine
Pancol, mundialmente conocida por la trilogía protagonizada por JOséphine
Cortès (Los ojos amarillos de los
cocodrilos, El vals lento de las tortugas y Las ardillas de Central Park están tristes los lunes), sabe
encontrar el tono preciso para no despeñarse por lo ñoño, por lo trillado, por
lo falso, buscando a la Jackie humana, más allá de los apellidos obtenidos por
sus matrimonios, de la mala prensa inmisericorde que hablaba desde el rencor,
el desconocimiento, mintiendo sin recato para socavar el prestigio del
presidente Kennedy, dando pábulo a invenciones maliciosas; Pancol, como fruto
de una profunda investigación, procura dar voz a los que la conocieron, la
trataron, estuvieron cerca, confirmando en ocasiones episodios que pudieran
pensarse inventados, incorporando otros que aún lo parecen más (pero cita la
fuente para evitar equívocos o lecturas inicuas), sin dolerle prendas,
queriendo aprehender ese permanente volcán en erupción que era una Primera Dama
que no quería ser llamada ni considerada de ese modo, intentando sacar a la luz
lo escondido bajo esa sonrisa a veces congelada, ese aspecto impasible, ese
empeño por no demostrar en público sus sentimientos, sus tristezas, sus
desengaños. El libro supone un interesante acercamiento a JFK, abre las ganas
de conocer más, de mover el caleidoscopio y contemplar un panorama distinto al
aceptado, de no temblarnos la mano a la hora de aceptar que el mito, cuanto más
humano nos parezca, cuanto más conozcamos sus vulnerabilidades, sus
oscuridades, sus bajadas o caídas del pedestal, más engrandecido puede quedar
precisamente por todo ello.
Al modo en que Jed Mercurio trató el asunto en Un adúltero americano (una espléndida novela que no se despega de
la realidad y que ofrece aspectos insólitos sobre Kennedy), Katherine Pancol
sabe despertar la complicidad de sus lectores, a los que invita a, por un lado,
olvidarse de lo que saben (o creen saber) y, por otro, a incorporar a la
lectura sus opiniones, sus conocimientos, su manera de verlo, sus juicios: no
quiere convencer, tan sólo ilustrar, reflexionar, mostrar, dar a conocer a la
mujer que, a pesar de su permanente exposición, de su puesto privilegiado, de
su continuada presencia en los medios de comunicación, mejor supo ocultarse,
difuminarse, escaparse al control y examen de los demás (alimentando por y con
ello tantas leyendas), pasar a la posteridad como la hija, la esposa, la madre,
la amante, cuando en realidad habría que referirse a los otros como los padres,
hijos, maridos, amantes DE Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis (frénese en la
enumeración de apellidos según en el periodo de su vida en que nos fijemos).