Conversando con la magnífica y divertida
escritora Claudia Piñeiro (más allá de la ironía que destilan sus textos, al
margen del tono paródico con que dibuja a determinados personajes, en la
conversación cara a cara es todo un gozo cómo sonríe, cómo se apasiona, cómo
disfruta hablando sobre su oficio –y sobre lo que surja- y cómo sabe interesar
al interlocutor), aprovechando su visita a Madrid para presentar Betibú (esa estupenda novela que, como
tantas veces, fue llevada al cine sin una pizca de gracia, sin transmitir
emoción, como una mera rutina), compartiendo gusto por el género policíaco, hablando
como dos lectores, la autora argentina hizo en pocas palabras un análisis muy
certero de por qué la literatura negra goza de tan buena salud en cualquier
parte del mundo y por qué los lectores no se saturan y reclaman nuevos títulos:
en primer lugar, alabó y destacó el criterio y la exigencia del que prefiere este
tipo de obras “porque no escoge a tontas y a locas, todo lo contrario, ya que
se publica abundantemente”, estímulo precisamente para los autores que se
adentran y/o especializan en el género; en segundo lugar, porque más allá de
modas, éxitos concretos, imitaciones y otras circunstancias, está en constante
evolución/renovación puesto que cada autor añade su manera de hacer (o debería
al menos –este paréntesis es una digresión propia, no de Claudia-), incorpora
su visión, su crítica, su análisis, “porque lo fundamental es lo que se quiere
contar, lo que hay por debajo, lo que verdaderamente sustenta este tipo de
novelas, su aspecto social, aquello por lo que el público las demanda e incluso
necesita”; en tercer lugar, y muy unido a lo anterior, lo policíaco es uno de
los mejores testimonios de lo que a una sociedad le inquieta en el momento de
su publicación, porque “un crimen que yo describa, por mucho que invente, ha de
ser creíble para mis lectores cercanos: en Argentina no puede plantearse una
trama como las que desarrolla Mankell, por poner un ejemplo, nadie allá se
creería esos puntos de partida, pero los comprende a la perfección cuando vienen
desde Suecia” –y fue ahí cuando le hablé de La
huella del crimen, la magnífica serie de TVE que recordaba en su cabecera
que “la historia de un país es también la historia de sus crímenes, de aquellos
crímenes que dejaron huella”, una perfecta radiografía del contexto, del caldo
de cultivo, del entorno, de las idiosincrasias que los hicieron posibles-. Y es
que, como tantas veces nos gusta recordar en este blog, la novela negra nace
como llamada de atención, como denuncia, como documento, no hace falta que gire
en torno a un asesinato más o menos misterioso e inextricable para adquirir
esos tintes, esas señas de identidad que la caracterizan como tal, ese aire
que, por ejemplo, posee Manhattan
Transfer, esa pintura al fresco que expone las vísceras de una sociedad,
esa fiereza y dolor que destila cada palabra de ¿Acaso no matan a los caballos?, ese permanente y precario
equilibrio que cada quien procura mantener para no ser engullido por las zonas
oscuras, día a día más extensas y tóxicas, la palmaria realidad que deja en
pañales, que hace palidecer, que casi transforma en ingenuas (más allá de su
inspiración en sucesos auténticos) muchas de las historias que han convertido
el género, tanto en lo literario como en lo cinematográfico (no hay más que
leer a Petros Markaris e inclusive recuperar algunas de las novelas de Georges
Simenon, por poner sólo dos ejemplos alejados en el tiempo, al
margen, claro, como vamos a hacer ahora mismo, de hincar el diente a lo que nos
llega desde la península escandinava).
El pseudónimo Erik Axl Sund es el elegido
por los suecos Jerker Eriksson y Hakan Axlander Sundquist para firmar las
novelas que escriben a cuatro manos; tras un triunfo arrollador en su país de
origen (Premio Especial de la Academia Sueca de Escritores de Género Negro en
2012) y en países como Alemania, Francia, Croacia, Dinamarca o República Checa,
con los derechos de traducción vendidos en Reino Unido, Corea, China y Estados
Unidos, con el contrato firmado para transformarla en serie televisiva, su
trilogía Los rostros de Victoria Bergman desembarca
en España gracias a Reservoir Books y la colección Roja y Negra (sí, otra vez,
y no será la última porque, como ya se ha señalado en anteriores ocasiones, es
un paraíso para el aficionado): Persona,
el primer volumen, ha sido publicado recientemente y en esta misma semana (en
concreto el jueves 4) verá la luz Trauma,
el segundo, teniendo que esperar hasta principios de septiembre para poder
completar la lectura con Catarsis (no
sé si, a esas alturas, tendremos algo que morder en las manos). En su paso por
Madrid para presentar la trilogía, los autores confiesan que jamás se
plantearon escribir una: “Al principio, escribimos un único volumen, pero la
editorial entendió que era demasiado largo y supondría un suicidio comercial.
Entonces, decidimos parcelarlo y, al convertirlo en tres libros, nos dimos
cuenta que podíamos seguir la estructura de una sesión de terapia: Persona es la primera reunión, la toma
de contacto, la rabia del paciente, el caos que se genera; en Trauma se empieza a analizar, se van
estudiando las cosas; Catarsis es la
solución al problema, su propio nombre indica que llegamos al colofón, puede
que incluso haya algo de perdón, pero no anticipemos nada”. Grandes amigos,
colegas, colaboradores en otros proyectos artísticos (Jerker fue productor de
la banda de electropunk de Hakan, habían compuesto canciones a medias, en la
actualidad ambos regentan una galería de arte, continúan con su carrera
literaria -en Suecia ya ha aparecido su cuarta novela, inicio de otra trilogía-), los componentes de Erik Axl Sund empezaron a escribir “como un
experimento”, a ver qué salía, hasta dónde podían desarrollar la idea
primigenia y, poco a poco, se fueron dando cuenta de su potencial, “aunque
sobre todo lo percibimos una vez terminamos la primera versión y, a partir de
ahí, nos pusimos a llamar a puertas, a hablar con las personas adecuadas, a
escuchar, a aplicarnos y a aprender y así fue como nuestro primer editor arrojó
literalmente a la basura al menos un 30% de lo que habíamos escrito porque afirmaba
que sobraba y se demostró que llevaba razón”. Persona es una novela negra en la que se cometen crímenes brutales,
especialmente teniendo en cuenta que las víctimas son niños, un elemento si no
recurrente al menos bastante frecuente en lo que nos llega desde Escandinavia,
pero en este caso les interesaba especialmente poner el acento en las psiques
de aquellos que han sufrido abusos de cualquier tipo y calibre, aquellos que se
vieron obligados a construirse y desarrollarse mientras se enfrentaban a
situaciones escalofriantes tanto en lo físico como en lo mental: “Queríamos
cerrar el círculo con el hecho de que los posibles autores de los crímenes han
sido primero víctimas: un niño sometido a maltrato y abuso que sólo conoce eso
y lo imita cuando se convierte en adulto. También nos interesaba poner el foco
en la traición que un adulto comete sobre un niño cuando, en lugar de
protegerle, educarle, quererle, le humilla, le utiliza, le violenta, le anula y,
por otro lado o muy vinculado a ello, el peligro de un niño sometido a presión
al que se pone un arma en las manos”.
Lo cierto es que no utilizan un lenguaje
excesivamente gráfico ni prolijo, no se recrean en las mutilaciones, las
heridas, las torturas, saben que es fácil para el lector imaginar (conocer, lo
que es aún más horripilante) aquello sobre lo que hablan, el iceberg que se
oculta tras la punta que dejan asomar, aunque ni reniegan ni ocultan su deseo
de incomodar, de revelar, hacer una llamada de atención (o las que sean
precisas): “El tema del libro es desagradable en sí mismo, es terrible, se
centra en los abusos sexuales sobre los niños y, para colmo, lo mezclamos con
la lacra de los niños soldado, pero no puedes utilizar las medias tintas en
algo así, aunque es posible ser más o menos sutil porque, con escribir tan sólo
A y B, el lector puede continuar con el alfabeto. Por otro lado, tal vez sean
más siniestros los crímenes de las novelas de Agatha Christie, porque allí hay
mucha gente que asesina como mero entretenimiento y luego se toma tan
tranquilamente una taza de té”. Precisamente al hablar del estilo, de la
crudeza o la asepsia, de cómo abordar la historia, volvemos a la eterna
pregunta de cómo escribir a cuatro manos (¡Cómo me suena!), en particular una
novela policíaca (algo que no es inédito, especialmente en Suecia –ahí está
Lars Kepler, en realidad el matrimonio formado por Alexander Ahndoril y Alexandra
Coelho-), una narración que tanto depende del punto de vista, del laberinto
creado (y lo que a uno le parece endiablado puede resultarle muy sencillo al
otro), de quién es el asesino (y cada cual puede desarrollar su propia teoría):
“Hubiera sido más difícil escribir en solitario porque, al ser novatos, nos
dábamos fuerzas el uno al otro. En cuanto a lo de planear el asesinato, lo que
hicimos fue competir un poco para ver cómo lo trenzábamos y sacamos
conclusiones y acuerdos, aunque sí habíamos consensuado y pautado el argumento
antes de empezar a escribir; en realidad, las discusiones vinieron por pequeños
detalles, por algunas palabras, porque tenemos un estilo literario muy
diferente, pero establecimos algunas normas y todo fue más sencillo que lo que
pensábamos: frases cortas, ningún ornamento, capítulos breves, el estilo del
libro puede considerarse muy musical, responde a cómo somos como compositores”.
Por no abandonar la metáfora, podríamos decir que Persona es muy pegadiza, resulta imposible dejarla a un lado una
vez te adentras en esa atmósfera opresiva e insana, en esas psicologías
conflictivas que se entrecruzan y chocan, que invaden la mente del lector, que
le interpelan y provocan, que le hacen dudar de sí mismo, que le llevan hasta
el límite, que le hacen replantearse emociones, recuerdos, deseos, normas,
esquemas mentales erigidos por uno o impuestos por otros, una novela centrada
en lo que, como advertía Poncia a Bernarda, sucede “por el interior de los
pechos”, un thriller absorbente que
da prioridad a lo anímico, al pesado equipaje que se va acumulando como lastre
imposible de arrojar, a los estigmas que uno asume como propios y en los que
sigue horadando porque le han convencido de que los merece, víctima y verdugo
enfrentándose en un cuadrilátero (la propia persona) en el que apenas pueden
moverse y por eso forcejean de continuo, por eso se golpean con tal virulencia,
por eso la olla está en permanente ebullición y no deja de estallar.
La comisaria de policía de Estocolmo Jeanette
Kihlberg es la encargada de investigar qué hay detrás del descubrimiento del
cadáver momificado, torturado y mutilado de un chico con que se abre la novela,
muy pronto su destino se cruzará con el de Sofia Zetterlund, una psicoterapeuta
que arrastra sus propias miserias, sus lacras, sus angustias, que somatiza y
sufre las de sus pacientes, de entre los que destaca Victoria Bergman, la que
da nombre a la trilogía, el punto de partida de todo: “Empezamos por Victoria porque
la idea principal era escribir sobre ella, al principio no pensábamos en la novela
como en una de detectives: era tan sólo muy oscura y trataba sobre una joven
que había sufrido abusos sexuales. Nos lo tomamos como una especie de terapia,
no había lectores a los que complacer, escribíamos para nosotros, somos una buena
combinación porque Jerker vivió con una psicóloga durante muchos años y yo
procedo de una familia con muchos trastornos mentales, pero aunque en un
primero momento yo era el paciente y Jerker el psicólogo, las tornas fueron
cambiando durante el proceso de escritura. Pasado un tiempo, topamos con el
trastorno de personalidad múltiple y nos dimos cuenta que ese síndrome también
lo sufrían los niños soldado, motivo por el que la historia empezó a tomar ese
recorrido. Cuando llevábamos unas cincuenta páginas y percibimos que los
personajes aún estaban en el mismo sitio, empezó a entrarnos el miedo de que no
le interesase a nadie y entonces nos dimos cuenta de que la novela negra era el
género idóneo para lo que queríamos desarrollar, porque tienes un cadáver,
alguien que investiga y en medio de ese proceso puedes ir añadiendo todo lo que
quieras”. Y ese “añadido” es el auténtico meollo, lo que convierte a Persona en un torbellino imparable que,
cuando pudiera pensarse que se está agotando, cobra nuevos bríos, deja
boquiabierto al lector (incluso al que, en parte, pudiese sospechar lo que
estaba pasando) y con enormes ganas de continuar con Trauma casi en cuanto ponga el punto y final a este texto (bueno,
en pocos días, claro, cuando la novela se publique). Nadie descubre nada
afirmando que vivimos en una sociedad enferma (en realidad, todas lo han
sido/son, lo de plantearse una totalmente sana será por siempre una utopía),
pero si al menos identificamos los síntomas, ponemos nombre a los efectos,
señalamos las secuelas, nos mantenemos despiertos y atentos, puede que logremos
erradicar parte de los males o, al menos, que resulten más inocuos que antaño
(por otro lado, ¿qué mejor terapia que la que nos consiente la literatura,
cualquier rama del arte, la cultura?).