Puede que, de una forma u otra, tenga un
pequeño trauma dando vueltas desde aquel momento que sigo sin ser capaz de calificar
(ningún adjetivo puede resumir con precisión lo experimentado) aunque sucedió
hace ya veintisiete años cuando cursaba segundo curso de Periodismo, cuando
aquella excelsa profesora (si no se percibe la ironía, vaya aquí la acotación
necesaria para leer la frase con el tono pertinente, con la rebaba con que la
escribo) que impartía Redacción Periodística, la ínclita (remítanse al paréntesis
anterior) Celia Forneas, decidió adentrarnos en los secretos de la entrevista y
no encontró mejor modo de hacerlo que ponerse como ejemplo: “ayer mismo tuve
que hacer una entrevista, ¿qué diréis que fue lo primero que hice?”, lanzó a la
concurrida clase con su ñoñería habitual, siempre risueña y cordial aunque a la
hora de la verdad fuese estricta, abrupta e incluso cruel, se escucharon
respuestas variadas, más o menos todos coincidíamos en que habría que indagar
sobre el personaje (cuando no había Internet, por cierto), tener claro el
asunto por el que se le entrevistaba, se escuchó la palabra “documentación”,
ella frenó en seco los aportes al decir con rotundidad y llena de satisfacción
“fui a la peluquería”, prometo que nuestro estupor fue en aumento sólo debido a
su posterior explicación sobre lo necesario del aseo personal (dando a entender
que se refería exclusivamente a esas ocasiones en que ibas a entrevistarte con
alguien -no quedando claro si daba por sabido lo de la higiene para el resto o
importándole ésta un ardite más allá de las lides propias del oficio-) y no
porque el casco lleno de laca que coronaba su cabeza (difícil llamarlo cabello)
fuese el de todos los días, masa compacta que tenía movimiento propio (al
menos, un ligero temblor) cuando se movía de acá para allá contando sus cositas
(lo que ella entendía por dar clase, método o ausencia del mismo que siguió
utilizando, puesto que conocí a alguno de sus alumnos posteriores y, con la
salvedad de que a veces decía “lo primero para ir bien preparado a una
entrevista es haber hecho pipí y lo que se tercie”, repetía las mismas
sandeces). Como digo, no sé si debido a esto, lo de preparar un cuestionario es
algo que se me resiste, sobre todo tras tantos años de radio, conversando en
directo (o grabando del tirón), intentando mantener la frescura y espontaneidad
de una charla amigable (incluso cuando el interlocutor no está por la labor o
es parco en palabras), por supuesto que busco, rebusco, recuerdo, me informo,
tiro de hemeroteca, de conocimiento previo, de mi propia experiencia como
espectador, leo el libro si ese es el punto de partida, veo la función o la
película si se trata de alguien que viene a presentar una cosa o la otra, tengo
a gala hacer los deberes lo mejor posible antes de ponerme frente a la persona
a entrevistar, incluso aunque sean unos pocos minutos, llevo muy interiorizado
lo que quiero preguntar, intento mantener los reflejos lo más ágiles posibles
para ir encontrando otros caminos a partir de las palabras que van brotando y
eso sólo es posible cuando has recopilado el triple de los datos que podrás
utilizar, tal vez por todo eso mezclado, porque no me gusta tener demasiados
papeles encima de la mesa, porque me gusta mirar a los ojos a los demás, el
caso es, como digo, que tener que redactar un cuestionario se me antoja
complicado, en gran parte porque bien saben los fieles mi propensión a irme por
las ramas, mucho más acusada cuando hablo, incluso aunque vaya al grano mis
preguntas son largas, sin lo gestual pueden parecer sin sentido, pierden muchos
matices si puedo formularlas de viva voz, siempre me parece que, como poco,
debo resultar absurdo cuando envío un documento con algunos interrogantes o
comentarios con puntos suspensivos que buscan réplica (y me siento frustrado
cuando se me ocurren varias cuestiones al hilo de ésta pero, obviamente, no
puedo replantear la pregunta o añadir otras que minimicen mi torpeza o falta de
inteligibilidad).
Pero si la autora está lejos y, por el
momento, no va a venir por Madrid, si su obra te interesa y provoca, si te
proponen enviar un correo electrónico a Cuba, cómo resistirte a ello, cómo no
sentir que estás superando un muro, esquivando la censura, burlando un bloqueo,
aunque muy pronto caigas en la cuenta de que nadie ha dicho que eso vaya a
suceder, sólo que puedes contactar con una escritora cubana a través de un
email, que lo demás lo has imaginado tú al dejar de escuchar y leer todos los
datos que te han proporcionado, que Legna Rodríguez Iglesias vive en Miami,
pero ese detalle es tan sólo eso, una minucia que olvidas cuando comienzas a
leerla, su voz es plenamente cubana y, sobre todo, muy personal, libérrima,
descacharrante, sorprendente, refrescante, a ratos puede parecer críptica pero
esa característica señala su impactante factura en forma y fondo, se abre en
canal y sin condiciones para que cada lector habite e interprete sus palabras
como considere, no hay límites ni uniformidades, lo más visceral y particular
se transforma sin excesos ni metamorfosis escandalosas, sin artificios ni
artefactos ilegibles y carentes de emociones, en universal, en un discurso, en
una realidad (o varias) que a todos compete o puede hacerlo. Así que, tras
pasarlo como un enano con Mi novia
preferida fue un bulldog francés que Alfaguara publicó en España el pasado
febrero, ¿cómo rechazar la invitación para escribir a Legna Rodríguez Iglesias?
Lo malo es que su libro (¿Colección de relatos? ¿Novela deconstruida?
¿Narración fragmentada? ¿Por qué ese vicio racionalista que nos lleva a querer
poner nombre a lo que, simplemente, hay que experimentar y vivir -quien lo
pruebe sabrá lo que es en el plano emocional, lo colocará en el lugar preciso
de su memoria lectora y eso es lo que cuenta y lo que queda-?), decía que, más
allá de mis dudas y temores habituales al encarar un compromiso así, en esta
ocasión concreta me parecía que la tarea era si cabe más titánica puesto que el
libro de Legna da para pensar, considerar, apostillar, analizar, meditar, conversar,
lo sigue dando tiempo después de la lectura y, por lo tanto, me veía (me vi)
incapaz de resumir la catarata de sensaciones provocadas en unas cuantas
preguntas cerradas, sin posibilidad de ir bifurcando la conversación, teniendo
que llegar a puntos finales demasiado bruscos al no poder añadir nuevos
párrafos, quedándome en la superficie. Para colmo (como era fácil intuir), las
respuestas de la escritora tienen la misma brillantez que sus textos, abren
nuevas vías, motivan nuevas cuestiones, me dejan con la sensación de haber
hecho el trabajo a medias, cómo se añora y desea una buena conversación en
estas ocasiones, qué espléndida conversadora debe ser Legna Rodríguez Iglesias,
certera, punzante, chispeante, abracadabrante como su escritura, esa capaz de
contar una historia y sugerir interpretaciones diversas en pocas palabras,
sirva como ejemplo el comienzo del volumen: “Mi novia preferida fue un bulldog
francés: respondía a mis regaños orinándose”. Estas sentencias, a modo de
microrrelatos, van sirviendo como nexo de unión entre los quince capítulos en
que se divide el libro, son una forma de presentarlos y, sobre todo, de dar
unidad a lo que, en palabras del bulldog que se transforma en narrador en la
última historia, se ideó como “quince cuentos en primera persona para que el
lector se sintiera más cercano al texto. Y todo alrededor de mí. Sobre mí. Hasta
ahora va bien, este es el último texto, el número quince, pero ni rastro de mí
por ninguna parte”. Eso mismo quiero procurar yo ahora, desaparecer, dejarles
con la escritora, que sus respuestas sirvan como el mejor acicate para animarse
a leerla (sólo intervendré si creo necesario desbrozar lo que puede ser un
lenguaje restringido por mi parte, incomprensible para los que todavía son
futuros lectores de Legna Rodríguez Iglesias):
1.- Parece inevitable, aunque suponga caer
en el estereotipo y muy posiblemente en el prejuicio, que el lector enfrente
cualquier texto relacionado con Cuba bajo un prisma político, más aún cuando lo
firma una persona nacida allí. ¿Se siente, digámoslo así, esta presión a la
hora de crear, es decir, hay en cada historia, más o menos conscientemente, una
intención política -en parte, repetimos, porque el público parece esperarlo-?
No
porque el público lo espere. Pienso que cualquier texto literario que relate
aspectos de la sociedad tendrá siempre una repercusión política. En mi caso no
siento presión al escribir desde ningún ángulo. La presión tal vez viene
después, a la hora de enfrentar a los lectores y sus interpretaciones, que
forman parte de una subjetividad también lógica. Escribo libremente sobre lo
que me rodea, y si me incomoda, escribo más.
2.- ¿Cuál fue el punto de partida de un
libro de cuentos tan magníficamente armado, historias que pueden comprenderse
en sí mismas pero que, leídas en orden, conforman una unidad compacta e
incorporan otros significados?
Gracias, gracias. Yo había terminado un
libro de poesía signado por una frialdad aparente, con fragmentos de Corrección, una novela preciosa de
Thomas Bernhard. Luego, como casi siempre, sentí un enorme deseo de escribir
algo bien narrativo. Aún no había escrito sobre la muerte estúpida de mi abuelo
[La primera narración del volumen, Política,
recoge la voz de alguien que se presenta “morí seis meses después de haber
cumplido noventa años”], y vivía sola con un pequeño cachorro. Me pareció una
situación metafórica que representaba algo muy social: una pérdida de valores.
Así empezó.
3.- Cada historia se apoya en la frase que
la precede (“frases ingeniosas que (…) se le ocurren con frecuencia y que escribe
en su estado de Facebook”, según el bulldog francés), todas juntas crean la
columna vertebral de la narración, en algunos casos son magníficos ejemplos de
microrrelatos al más puro estilo Monterroso. ¿Estaban en el origen o fueron
apareciendo como piezas sueltas que, al final, encontraron su lugar en el
conjunto?
Desde el origen. Yo quería respirar,
puesto que lo referido en cada relato o capítulo, me provocaría, sobre todo a
mí, falta de aire. Esas frases son un alto en la dramaturgia del libro. Introducen
el siguiente texto o simplemente distraen el discurso narrativo.
4.- Debo confesar mi predilección por la
sentencia relativa a los sentimientos y las hemorroides [“Sentimientos y
hemorroides: cuando les da por salir al exterior lo más aconsejable es hacer
reposo”], aunque sin la salida al exterior de los primeros no tendríamos
literatura, ¿no? -aunque a muchos escritores les convendría ponerlos en reposo
antes de lanzarse al teclado, dicho sea sin acritud-
Los sentimientos son cruciales. Sin
embargo, no son ellos quienes rigen un texto literario. Las hemorroides, tal
vez, más físicas y más humanas, están más cerca de la exclamación. Lo que
quiero decir es que tienes razón, pero no basta. [no me negarán que esta
respuesta pide a gritos otras preguntas y, a buen seguro, unas cuantas
carcajadas cómplices -y dejar de sufrir en silencio-]
5.- Escribe poesía, cuentos, teatro,
novelas… ¿Ha elegido ser versátil o han sido las diferentes historias las que
han reclamado un género u otro? (Todo teniendo en cuenta que usted ha declarado
“no evito nada cuando escribo, ni temas ni frases. Escribo lo que me da la
gana, como me da la gana y cuando me da la gana”)
Me interesan los géneros para
retorcerlos, ellos son solo eso, formas. Me esfuerzo mucho para dominarlos.
Estoy orgullosa de usarlos, incluso cuando los uso mal. Pero los géneros no me
quitan el sueño. Lo que me quita el sueño es la historia, eso que quiero
denunciar a través de la literatura. A veces solo quiero jugar, y ese juego es
suficiente para no dormir.
6.- Usted reivindica la ironía, difícil de
distinguir del humor, incluso declara que a veces los confunde, aunque este
libro demuestra que conoce (y utiliza) a la perfección los resortes de la
primera, haciéndonos sonreír y asentir con frases aparentemente inocentes que
se quedan dando vueltas en nuestra cabeza.
Sí. Soy irónica escribiendo, y también
ingenua. Me gusta.
7.- Le tiene sin cuidado la semejanza con
hechos reales [Así de rotunda lo escribe, justo en el lugar que suele ocupar
una dedicatoria: “Cualquier semejanza con hechos reales pueden echarme la culpa
a mí. Me tiene sin cuidado”} y hace bien, en ocasiones es el lector el que
establece esos parecidos a partir de sus experiencias; pero, más allá de esto,
¿hay muchos hechos reales convocados o utilizados como punto de partida? ¿O, si
los hay, se le han colado en el proceso de escritura, sin premeditación?
Mis libros no forman parte de un
inconsciente. Soy neurótica y obsesiva con ellos, y sé lo que quiero escribir
al empezar cada proyecto. Me interesa el aspecto biográfico de la literatura.
Ese carácter documental que también forma parte de la ficción.
8.- Una escritora no es responsable de las
etiquetas que otros acuñan o de los adjetivos que se utilizan para aplaudir su
obra; dicho lo cual, ¿cómo se siente cuando se refieren a usted como el
“tsunami Legna”?
Imagínate. Es un fenómeno natural que
puede acabar con una gran extensión geográfica. Traspolado a la literatura es
un halago. Ojalá lo sea en serio, y en un sentido crítico.
9.- El bulldog francés, si hay que creerle,
cuenta que usted “es muy amiga de escribir dos o tres libros al mismo tiempo,
empieza un proyecto un día, se le ocurre otro proyecto, lo empieza también, y
no para hasta que ambos estén terminados”. ¿Es realmente así su ritmo de
trabajo?
Sí. Es delirante y neurótico. Y nunca
complaciente. Solo he sido disciplinada en eso... y en darle comida y agua a
mis perros.
10.-
Sea cual sea la respuesta anterior, y si no lo ha anticipado en la misma,
¿puede adelantar, hasta donde quiera y/o pueda contar, en qué anda trabajando
en estos momentos?
Terminé una novela 19 minutos antes de que dieran
el resultado (obvio) de las elecciones en EEUU, y eso sigo corrigiéndolo, a
ratos. Estoy escribiendo un nuevo libro de poemas y algo que podría ser otra
novela más. También he estado redactando respuestas de entrevistas. [Menos mal
que era la última cuestión que le envié, así no me siento culpable por haberla
alejado de la creación por más tiempo]