Tomo prestado el título (le he pedido
permiso y ha sido tan generoso como de costumbre) de un comentario que el
querido cómplice Mario Zapa escribió a lo que publiqué en mi muro de Facebook
poco después de conocer la triste y sorprendente noticia del fallecimiento de la
adorada Paloma Gómez Borrero y que sirve como máximo ejemplo de algo que he
mantenido y defendido en muchas ocasiones y que resume a la perfección (aunque
todo es poco para glosarla) su personalidad, su talante, su humanidad, su
profesionalidad, su grandeza, algo que transmitía y captaba cualquiera que se
mantenga con los sentidos despiertos, sin dejarse llenar la cabeza por clichés,
dogmas, prejuicios abonados por opiniones (o cerrazones) ajenas la mayoría de
las veces, algo sobre lo que ya escribí cuando este arpa sonó gracias a los
acordes que ella inspiró durante uno de nuestros encuentros, en concreto cuando
se encontraba promocionando Juan Pablo
II: Recuerdos de la vida de un santo en mayo de 2014 y, aunque sé que me
repetiré, opto por dejar el enlace para quien tenga curiosidad y, así, poder escribir
algo diferente: https://elarpadebecquer.blogspot.com.es/2014/05/paloma-de-concordia.html.
Tras hacer ese espléndido retrato, emparentándola aún más con esa ciudad que
tanto y en la que tanto amó, Mario me dijo que se había acordado de mí,
experimentando la rabia y el dolor que bien sabía me iba a provocar conocer el
hecho, porque, en un supuesto homenaje de urgencia hecho en Radio 5 según se
iba digiriendo un hecho que costaba creer, afirmaron que todo el mundo la
recordaría como “la novia del Papa”, apelativo cariñoso (algo así afirmaron) que
nunca fue tal sino todo lo contrario, fruto del desconocimiento y del
sectarismo, del menosprecio y la infamia, del deseo de ridiculizar y hacer daño,
Mario es una persona de gran y cultivada espiritualidad, pero se mantiene muy
lejos de las imposiciones, de las normas, de las cárceles en que se apresa lo
que debe volar libre, un territorio muy íntimo que cada cual abona como desea y
le nace (como le conviene), algo sobre lo que no hay que dar explicaciones ni
hacer ostentaciones, algo que ir descubriendo, eligiendo, conformando a lo
largo del tiempo, algo a respetar en gran medida porque respeta los sentires
ajenos, otras creencias con las que convivir y dialogar, así era Paloma, en lo
cercano y en lo profesional, cuando aparecía en nuestro salón explicando los
hechos con esa naturalidad, con esa sencillez, con ese acierto, con esa
pulcritud informativa, sin ocultar su fe (lo que es mucho más ético que
pretender una falsa ecuanimidad o disfrazar lo tendencioso -o proferir soflamas
sin recato-), se convertía en la mejor embajadora de unos sentimientos que
deberían regir el día a día, pero no sermoneaba, no aleccionaba, no edulcoraba,
no engañaba, no era portavoz de nadie y, al mismo tiempo, era una pionera, una
avanzada, la mejor activista posible porque era revolucionaria sin aspavientos
ni teorías, sin verse obligada al enfrentamiento directo, siendo la primera
corresponsal de TVE.
Y si, como ya conté, tú llegabas con toda la
prevención del mundo, con un dibujo esquemático y prejuicioso, dando por bueno
lo que alguien había dicho o lo que tú querías pensar sin preocuparte por
conocer o analizar, Paloma te desarmaba con su arrolladora personalidad, con su
visión periférica del mundo, con sus brazos abiertos, con su inagotable
comprensión, con su cordialidad a prueba de bombas (e insultos), con su
curiosidad sin límites, con su falta de suspicacia, con sus permanentes ganas
de conversar y conocer, con esa mirada limpia, brillante, vivaz, con ese
aparente don de la ubicuidad con el que dejaba asombrados una y otra vez a
propios y extraños, allí estaba cuando se trataba de apoyar a un compañero, de
acompañar a un amigo, de estar al lado de quien la requiriese, robando horas a
su familia para cumplir con sus obligaciones profesionales, sorteando huelgas
de controladores, vuelos suspendidos, ausencia de taxis, calles cortadas, cualquier
obstáculo, sin perder la sonrisa ni emitir queja alguna (o transformarla en anécdota
con la que cautivar a su audiencia y provocar más de una carcajada). Era impresionante
cómo recordaba detalles personales, momentos, circunstancias diversas, aunque
pasasen meses entre un encuentro y el siguiente, pero es que era toda una humanista,
se interesaba y preocupaba por los demás, archivaba los datos como estupenda
periodista que era pero los hacía suyos en tanto en cuanto afectaban a gente a
la que apreciaba, no juzgaba, al menos no con rotundidad, no sin recabar
información (se asombró mucho al escuchar que habían detenido a Lorenzo Sanz
por una presunta estafa y nos preguntaba “¿pero es el Lorenzo Sanz que yo
conozco?”, a lo que sólo pude replicar “si fuese otro, no creo que viniese la
noticia en la prensa, querida Paloma”), en muchos momentos se limitaba a
observar y a retirarse con discreción de aquel lugar en el que no se sentía
cómoda, así por ejemplo contaba en el tren de regreso de Torrevieja (el mismo
viaje en que narró aquella peripecia que se saldó con la muerte accidental de
una revisora y que nadie podrá contar como lo hacía ella -y que escrita pierde aún
más su gracia-) que le habían pedido que estuviese en un programa de televisión
para entrevistar a Violeta Santander, la mujer defendida de su agresor por
Jesús Neira que se posicionó al lado de aquel e incluso hacía apología de la
violencia en el seno de una pareja, y que no había querido ir porque había
cosas que no podía comprender, pero eso fue precisamente, querer despejar la
incógnita, extraer conclusiones propias, hablar con conocimiento de causa, lo
que, poco después, le llevó a acudir al plató para toparse con el despotismo y
malos modos de Violeta, ante los que sólo era capaz de decir “ay, me está
poniendo muy nerviosa”, pero fue capaz de mantener el tipo y no perder la buena
educación de que siempre hizo gala, ejemplo constante como periodista y como
persona.