lunes, 3 de abril de 2017

PALOMA, MUJER ABIERTA







   Tomo prestado el título (le he pedido permiso y ha sido tan generoso como de costumbre) de un comentario que el querido cómplice Mario Zapa escribió a lo que publiqué en mi muro de Facebook poco después de conocer la triste y sorprendente noticia del fallecimiento de la adorada Paloma Gómez Borrero y que sirve como máximo ejemplo de algo que he mantenido y defendido en muchas ocasiones y que resume a la perfección (aunque todo es poco para glosarla) su personalidad, su talante, su humanidad, su profesionalidad, su grandeza, algo que transmitía y captaba cualquiera que se mantenga con los sentidos despiertos, sin dejarse llenar la cabeza por clichés, dogmas, prejuicios abonados por opiniones (o cerrazones) ajenas la mayoría de las veces, algo sobre lo que ya escribí cuando este arpa sonó gracias a los acordes que ella inspiró durante uno de nuestros encuentros, en concreto cuando se encontraba promocionando Juan Pablo II: Recuerdos de la vida de un santo en mayo de 2014 y, aunque sé que me repetiré, opto por dejar el enlace para quien tenga curiosidad y, así, poder escribir algo diferente: https://elarpadebecquer.blogspot.com.es/2014/05/paloma-de-concordia.html. Tras hacer ese espléndido retrato, emparentándola aún más con esa ciudad que tanto y en la que tanto amó, Mario me dijo que se había acordado de mí, experimentando la rabia y el dolor que bien sabía me iba a provocar conocer el hecho, porque, en un supuesto homenaje de urgencia hecho en Radio 5 según se iba digiriendo un hecho que costaba creer, afirmaron que todo el mundo la recordaría como “la novia del Papa”, apelativo cariñoso (algo así afirmaron) que nunca fue tal sino todo lo contrario, fruto del desconocimiento y del sectarismo, del menosprecio y la infamia, del deseo de ridiculizar y hacer daño, Mario es una persona de gran y cultivada espiritualidad, pero se mantiene muy lejos de las imposiciones, de las normas, de las cárceles en que se apresa lo que debe volar libre, un territorio muy íntimo que cada cual abona como desea y le nace (como le conviene), algo sobre lo que no hay que dar explicaciones ni hacer ostentaciones, algo que ir descubriendo, eligiendo, conformando a lo largo del tiempo, algo a respetar en gran medida porque respeta los sentires ajenos, otras creencias con las que convivir y dialogar, así era Paloma, en lo cercano y en lo profesional, cuando aparecía en nuestro salón explicando los hechos con esa naturalidad, con esa sencillez, con ese acierto, con esa pulcritud informativa, sin ocultar su fe (lo que es mucho más ético que pretender una falsa ecuanimidad o disfrazar lo tendencioso -o proferir soflamas sin recato-), se convertía en la mejor embajadora de unos sentimientos que deberían regir el día a día, pero no sermoneaba, no aleccionaba, no edulcoraba, no engañaba, no era portavoz de nadie y, al mismo tiempo, era una pionera, una avanzada, la mejor activista posible porque era revolucionaria sin aspavientos ni teorías, sin verse obligada al enfrentamiento directo, siendo la primera corresponsal de TVE.
   Y si, como ya conté, tú llegabas con toda la prevención del mundo, con un dibujo esquemático y prejuicioso, dando por bueno lo que alguien había dicho o lo que tú querías pensar sin preocuparte por conocer o analizar, Paloma te desarmaba con su arrolladora personalidad, con su visión periférica del mundo, con sus brazos abiertos, con su inagotable comprensión, con su cordialidad a prueba de bombas (e insultos), con su curiosidad sin límites, con su falta de suspicacia, con sus permanentes ganas de conversar y conocer, con esa mirada limpia, brillante, vivaz, con ese aparente don de la ubicuidad con el que dejaba asombrados una y otra vez a propios y extraños, allí estaba cuando se trataba de apoyar a un compañero, de acompañar a un amigo, de estar al lado de quien la requiriese, robando horas a su familia para cumplir con sus obligaciones profesionales, sorteando huelgas de controladores, vuelos suspendidos, ausencia de taxis, calles cortadas, cualquier obstáculo, sin perder la sonrisa ni emitir queja alguna (o transformarla en anécdota con la que cautivar a su audiencia y provocar más de una carcajada). Era impresionante cómo recordaba detalles personales, momentos, circunstancias diversas, aunque pasasen meses entre un encuentro y el siguiente, pero es que era toda una humanista, se interesaba y preocupaba por los demás, archivaba los datos como estupenda periodista que era pero los hacía suyos en tanto en cuanto afectaban a gente a la que apreciaba, no juzgaba, al menos no con rotundidad, no sin recabar información (se asombró mucho al escuchar que habían detenido a Lorenzo Sanz por una presunta estafa y nos preguntaba “¿pero es el Lorenzo Sanz que yo conozco?”, a lo que sólo pude replicar “si fuese otro, no creo que viniese la noticia en la prensa, querida Paloma”), en muchos momentos se limitaba a observar y a retirarse con discreción de aquel lugar en el que no se sentía cómoda, así por ejemplo contaba en el tren de regreso de Torrevieja (el mismo viaje en que narró aquella peripecia que se saldó con la muerte accidental de una revisora y que nadie podrá contar como lo hacía ella -y que escrita pierde aún más su gracia-) que le habían pedido que estuviese en un programa de televisión para entrevistar a Violeta Santander, la mujer defendida de su agresor por Jesús Neira que se posicionó al lado de aquel e incluso hacía apología de la violencia en el seno de una pareja, y que no había querido ir porque había cosas que no podía comprender, pero eso fue precisamente, querer despejar la incógnita, extraer conclusiones propias, hablar con conocimiento de causa, lo que, poco después, le llevó a acudir al plató para toparse con el despotismo y malos modos de Violeta, ante los que sólo era capaz de decir “ay, me está poniendo muy nerviosa”, pero fue capaz de mantener el tipo y no perder la buena educación de que siempre hizo gala, ejemplo constante como periodista y como persona.