“Hay que contrastar las fuentes”, “conviene
tener más de una”, “hay que ponerlas en duda permanentemente”, “la credibilidad
hay que ganársela”, estas y otras frases martilleaban nuestro cerebro en los
años de facultad y, aunque con sus matices y sobre todo con la experiencia de
cada uno y el ejercicio de la profesión, conviene tenerlas siempre en cuenta a
la hora de abordar una investigación, por más trivial que sea, a la hora de
recabar testimonios para redactar (o editar) una noticia, un reportaje, una
crónica, incluso cuando se trata de una única entrevista con un personaje más o
menos popular y todo gira en torno a su testimonio, por más olfato que se pueda
tener, por más muescas que adornen la culata del revólver, por más
resabiado/avispado/desconfiado que uno sea de natural resulta complicado lo de
poner la mano en el fuego por alguien así sin más (porque, por supuesto, no
estamos hablando de aquellos que se limitan a fusilar notas de prensa
convenientemente redactadas por otros, esos que traen el sesgo tendencioso en
el ADN, aquellos que escriben bajo cuerda y como propagandistas). Y todo esto
viene a cuento porque el último libro del maestro Gay Talese, El motel del voyeur (editado en nuestro
país por Alfaguara a principios de año con traducción de Damià Alou) ha sido
puesto en entredicho desde el principio porque ciertas fechas y, muy especialmente
algunos de los hechos que su protagonista narra no han podido confirmarse, no
han aparecido otros testigos ni se han encontrado rastros en informes
policiales o medios de comunicación. Lo cierto es que el propio Talese lo
advierte desde el principio y lo deja claro al lector, antes incluso de haberse
visto obligado a corregir o justificar su obra: “De no haber visto la
plataforma de observación con mis propios ojos, me habría resultado difícil
creerme toda la historia de Foos. De hecho, durante las décadas transcurridas
desde que nos conocimos, en 1980, había observado diversas incoherencias en su
relato: por ejemplo, las primeras entradas del Diario de un voyeur están fechadas en 1966, pero la escritura de
compraventa del Manor House, que obtuve hace poco del Registro de la Propiedad
del Condado de Arapahoe, demuestra que la compra tuvo lugar en 1969. Y hay
otras fechas en sus notas y diarios que no acaban de cuadrar. No me cabe la
menor duda de que Foos fue un voyeur épico, pero a veces era un narrador
inexacto y poco fiable. No puedo responder de todos los detalles que incluye en
su manuscrito”. En nota añadida tras un reportaje del Washington Post que ponía en duda la veracidad de algunos pasajes,
Talese explica que “en esta edición se han introducido una serie de cambios de
escasa importancia. Por lo demás, el libro permanece tal cual".
Ya sólo por esto, habrá quien se pregunte
(ha habido quien se ha escandalizado) por qué Talese compromete su bien ganado
prestigio para dar a conocer una historia con agujeros, susceptible de ser
desmentida (al menos en parte), algo que, más allá de haber podido conocer el lugar
que da título al libro y de haber desarrollado una cierta relación con el que
es el verdadero autor de gran parte de lo que podemos leer, no nace, como en el
resto de su obra, de años de dedicación, de ponerse en primera línea, de
ganarse la confianza de (varias, muchas) personas que le proporcionen el relato,
se limita a transcribir (con unas cuantas aportaciones y contextualizaciones,
contando en primera persona cómo conoció y trató al voyeur) parte del diario
que le fue llegando por entregas enviadas por correo (al más puro estilo
dickensiano). La respuesta se antoja sencilla: Talese descubre una historia que
contar, ese es su oficio, historia que además se le hurta durante tiempo porque
el voyeur no quiere que su nombre se haga público y el periodista jamás ha
publicado nada en lo que no pueda identificar a las personas que protagonizan
sus escritos, a pesar de las dudas descritas hay muchos pasajes demostrables o
cuando menos verosímiles, que al hablar de gente anónima no pueden hacer daño
(ni difaman ni señalan), porque el texto que poco a poco va obrando en su poder
es una especie de complemento a su monumental obra La mujer de tu prójimo, esa es la causa por la que Gerald Foos, el
voyeur, se pone en contacto con él (“(…)me considero poseedor de una importante
información que podría formar parte de ese libro o de otro futuro”), aunque
pasó épocas de desencanto (Foos estaba empecinado en que su nombre no
apareciese) e incluso olvido (hubo intermitencias en los envíos, años en los
que no supo nada de él), ¿cómo iba a resistirse alguien como Talese a un
material tan potente, por mucho que a ratos pueda pensarse que estamos ante una
novela, ante el fruto de una mente calenturienta más que ante un reportaje o un
diario que da cuenta, simple y llanamente, de la rutina diaria de un voyeur que
ha creado un lugar a su medida para satisfacer sus pulsiones? ¿Cómo ignorar a
alguien que se presenta del siguiente modo: “Desde hace quince años soy el
propietario de un pequeño motel de veintiuna unidades situado en el área
metropolitana de Denver, y al tratarse de un establecimiento de clase media, ha
atraído a gente de lo más variopinto y ha tenido como huéspedes a una muestra enormemente
representativa de la población estadounidense. Compré este motel para
satisfacer mis tendencias de voyeur y mi irresistible interés por todas las
fases de la vida de la gente, tanto social como sexualmente, y para responder a
la antiquísima pregunta de “cómo la gente se comporta sexualmente en la
intimidad de su dormitorio””? Es fácil comprobar que ahí hay una historia, la
de este hombre que no tiene empacho en contactar con un desconocido y poner su
destino en sus manos (porque, y ese es otro de los reproches que se le han
hecho a Talese, el periodista podría denunciarle), ¿cómo no querer saber más?
No nos engañemos: este oficio nuestro
(aunque ponerme en la misma frase que Talese me resulta excesivo) tiene mucho
de voyeurismo, de curiosidad, de cotilleo si se quiere, luego está cada uno
para trascender lo que puede ser mero chismorreo e invasión de la privacidad de
los demás, para separar la paja del grano, para discriminar y decidir qué
merece nuestra atención (de nuevo, sin introducir en la ecuación a los que se
comportan -o son directamente- como comisarios políticos, a los que sólo
atienden a intereses comerciales, a los que dejan fuera aquello que no les
conviene o cuando menos incomoda a los que les mantienen en el machito). Y el
caso es que el propio Foos provoca que Talese, de una forma u otra, se sienta
identificado con él cuando afirma que le gustaría que le considerasen “pionero
de la investigación sexual” puesto que su material es más auténtico y legítimo
que el del Instituto Masters & Johnson, ya que “he presenciado, observado y
estudiado de primera mano el mejor sexo entre parejas, espontáneo, no de
laboratorio, y casi todas las demás desviaciones concebibles”, aunque considera
que las que son tildadas como tal, “puesto que hay una gran proporción de gente
que las practica de manera habitual, deberían reclasificarse como inclinaciones
sexuales”, de hecho se niega a hablar de perversiones o al menos al condenar
como tal una práctica sexual en la que los individuos “participaron de buen
grado, y por lo tanto el Voyeur no se mostrará discriminatorio en su
interpretación”. De hecho, por ejemplo, reconoce sentirse impresionado por “lo
cariñosas y amorosas que son las relaciones que veo por lo general entre
lesbianas. Su comprensión, compasión y complacencia excede con mucho la
relación entre hombres y mujeres. (…) Lo de estas mujeres se podría resumir con
la expresión “hacer el amor con” en lugar de “hacer el amor a”. Por desgracia,
la mayoría de hombres que he observado se preocupan más por su propio placer
que por el de las mujeres. Hay mucho menos amor emocional que amor físico. Las lesbianas,
por el contrario, son mejores amantes entre sí; saben lo que quiere su
compañera, y casi siempre existe una proximidad emocional que un hombre nunca
puede alcanzar. Más ternura, más consideración y comprensión de los sentimientos
del otro, etcétera”.
Su posición privilegiada en la plataforma
diseñada a tal efecto convierte al voyeur en una especie de Diablo Cojuelo que,
sin llegar a levantar los tejados, conoce la cara oculta de aquellos a los que
observa y se percata de que en “sus apariciones en público es imposible
determinar que su vida privada es un infierno de desdicha. Reflexioné acerca de
por qué la gente se ve obligada a guardar ese secreto, a no permitir que nadie
sepa que su vida es infeliz y deplorable. Es la “condición humana”, y estoy
seguro de que eso explica que si la desgracia de la humanidad se revelara de
manera espontánea y simultánea, quizá la consecuencia sería un genocidio en
masa”. También concluye que “la gente es básicamente deshonesta y sucia;
engañan y mienten motivados tan solo por el propio interés. Forman parte de un
mundo de fantasía de exagerados, embaucadores, intrigantes, ladrones y gente
que en privado muestra una cara distinta a cuando está en público”, por eso se
vuelca cada vez más en sus observaciones, misántropo convencido (y eso que
encontró dos excelentes cómplices y participantes en sus dos esposas),
desengañado de y con los demás, desconfiado de las buenas maneras y palabras
educadas, “mi voyeursimo ha contribuido enormemente a convertirme en un
pesimista, y detesto este condicionamiento de mi alma. (…) Si nuestra sociedad
tuviera la oportunidad de ser voyeur por un día, abordaría la vida de manera
muy distinta a como lo hace ahora”. En este sentido, nada más alejado de lo que
puede experimentar un periodista por más que entre en contacto con lo sórdido,
lo criminal, lo oscuro, por más que se encuentre en el epicentro de tragedias,
guerras, asesinatos, asista a atentados, viste lugares devastados, escuche
clamar a los que se mueren de hambre, sienta los efectos devastadores del
llanto de un niño, el pesimismo no puede vencernos ni, sobre todo, hacer pensar
que nuestra tarea es inútil, hay que seguir desenterrando cadáveres (metafórica
y literalmente), hay que procurar que las heridas restañen, hay que ver las dos
caras de la moneda, y hay que desenmascarar al falaz, al parásito, al
aprovechado, al falsario, al poeta huero, tal vez, ahí sí, para abordar la vida
de manera distinta, es decir, para erradicar las malas hierbas, para que nadie
tenga que vivir oculto o negando quien es. Y que no se tome esto como apología
del voyeurismo, por favor, sólo pongo en común ciertas actitudes o modo de
encarar un trabajo (el puramente periodístico, el Voyeur considera lo suyo una “responsabilidad”,
un “compromiso”, no deja de ser patético como intenta justificarse y buscar
metáforas, aunque quien más quien menos camufla o disfraza determinadas
actividades de su vida diaria), si bien es cierto que Gerald Foos no hizo daño
a nadie (puesto que el crimen que afirma haber contemplado parece demostrado
sólo sucedió en su imaginación), no es de recibo que alguien esté sobre
nuestras cabezas tomando nota de lo que hacemos, por mucho que eso luego dé
como fruto un libro apasionante que, gracias al enorme talento de Talese a la
hora de darle estructura, se lee como si fuese “periodismo verité” (o novela
tremendamente realista, que cada cual elija lo que le apetezca o menos remuerda
su conciencia a la hora de convertirse en cómplice del Voyeur -así, en
mayúscula, como el propio Foos se denomina y escribe-).