En unos días escribiré sobre la última
novela de Charlotte Link publicada en España y reproduciré parte de lo hablado
durante un encuentro entre la autora y algo más de una decena de blogueros
(aunque yo no me tengo por tal, no por elitismo ni prepotencia, sino porque mi
propensión a frases eternas y parrafadas sin freno ni final se aleja bastante
de lo que suele considerarse de ese modo -pero agradezco la deferencia y la
invitación, por eso acudí encantado-), pero me sirve como prólogo algo de lo
sucedido allí cuando se le preguntó por qué nunca repetían personaje ni
iniciaba una saga, algo tan habitual (y que de un tiempo a esta parte parece
obligatorio) en el variopinto mundo de lo que solemos denominar género negro;
mientras ella decía que es algo que no le ha interesado nunca, plantearse una
continuidad temática o diseminar una trama principal a lo largo de varios
títulos o mantener un investigador de cabecera, alguien suspiró ostentosamente
y dijo “menos mal”, saturación que en parte un servidor puede compartir, sobre
todo cuando hay que seguir un orden riguroso que suele convertirse en una
rémora cuando, de repente, topas con una novela que te apetece pero si
desconoces el contenido de los tomos previos puede que te pierdas (o así suceda
inevitablemente) o tienes que entrevistar a un autor por un título en concreto
pero no sabes de dónde viene la historia (sí, uno nunca se cansa de leer en
general, de su género preferido en particular, pero, no me cansaré de
repetirlo/lamentarme, se publica demasiado y, en general, con poco criterio,
por llenar estanterías, por seguir la estela, por intentar imitar éxitos
anteriores propios o ajenos). Empezando por esto último (que no por dicho entre
paréntesis se pretende prescindible), criterio no puede negársele, sino todo lo
contrario, a Roja y Negra, colección que cuida su catálogo y mima a sus
lectores, atendiendo a autores consagrados y a nuevos valores (y dando en la
diana con gran parte de sus apuestas), rellenando huecos, completando series,
alimentando la voracidad de algunos, satisfaciendo la curiosidad de los
aficionados; así, hace poco más de cuatro años que descubrí a Anne Holt gracias
a 1222, octava ocasión en que recurría
a su personaje más popular, Hanne Wilhensen, y me lamentaba de que, en aquel
momento, tan sólo las dos primeras novelas de la serie estuviesen traducidas al
castellano (https://elarpadebecquer.blogspot.com.es/2013/09/un-frio-acogedor.html?m=0),
aunque la publicada en ese momento por Roja y Negra se comprendía a la
perfección e, incluso, ese pasado desconocido de la protagonista aportaba
penumbras e inquietud, a ratos era como una amenaza cuyas consecuencias,
precisamente por ignorarlo, eran totalmente imprevisibles en el ánimo (o falta
del mismo) de Hanne quien, además (y como algo excepcional según he descubierto
después), ejercía como narradora llena de rencor hacia cualquiera, empezando
por ella misma y siendo inmisericorde con conocidos y desconocidos (y consigo,
por supuesto). No me voy a atribuir ningún mérito, pero gusta pensar que se
escucha a los lectores (imagino que no seré el único que lo ha reclamado o
suplicado, que se ha interesado por “cuándo tendremos más de Anne Holt”) y se
da la circunstancia de que, con la aparición hace unos meses de Más allá de la verdad (con traducción de
Lotte Katrine Tollefsen), la colección ha conseguido que el fan español pueda tener
acceso a todas las historias que permanecían inéditas en nuestro país, preludio
perfecto a la publicación del regreso de Hanne Wilhensen tras siete años de
silencio (1222 se presentó en Noruega
en 2007 y Offline -que anhelamos
poder leer muy pronto y, por supuesto, hacerle un hueco en este ángulo oscuro
del salón- lo hizo en 2015).
Y volví a pensar en lo de las series porque,
en ese maravilloso caos que es la vida del lector -y más cuando se da cuenta de
lo leído en lugares como este arpa-, no crean que en este tiempo he hecho los
deberes y tan sólo leí La diosa ciega
con la que, en 1993 (tardó en llegar y aún lo ha hecho más en implantarse por
estos lares -de hecho, la que nos ocupa fue novedad hace catorce años en su
país de origen-), Anne Holt daba a conocer a esta detective de policía de
presencia imponente y enorme perspicacia, tendente a la misantropía, de trato muy
complicado (como lo somos la gran mayoría), montaña rusa de emociones,
ciclotímica podría decirse por vocación (o por empeño), desarrollando una
empatía con las víctimas o personas afectadas por los crímenes que investiga
que no suele regalar a sus personas más allegadas, absorbida (casi abducida)
por su trabajo, un personaje que sirve a su creadora para hacer militancia,
para desterrar prejuicios, para transmitir la realidad de una lesbiana en un
mundo (¿Cuál no lo ha sido durante siglos? ¿Cuál no lo sigue siendo, por
desgracia?) tradicionalmente masculino (por no decir misógino), insertando sin
ambages ni retruécanos el aspecto íntimo, alejada de estereotipos o
proselitismos. Pero, puesto que cada investigación es plenamente independiente
(como las de Poirot, Maigret u otros clásicos -y contemporáneos-), saltarse el
orden y descolocar el edificio (y miren que uno siempre suele optar por lo
contrario incluso en las series en las que no hay ningún tipo de conexión entre
las historias) aporta una emoción extra en el caso de Hanne Wilhensen porque
uno se pregunta en qué momento de su vida la encontrará, con qué fantasmas
andará lidiando en ese momento, no importa que conozcamos ciertos datos si
leemos el tomo séptimo antes que el cuarto, ir reconstruyendo el puzle ayuda a
implicarse más con el personaje, a estar más pendiente de su evolución, a
escudriñar entre las sombras, incluso a no resolver ciertas incógnitas (porque
no afectan al desarrollo concreto de la investigación en curso y, por lo tanto,
quedan al fondo, minando, escociendo, doliendo a quien vivió esas experiencias cuya
nefasta influencia no deja de sentir la detective -que, si es necesario,
aparecerán pormenorizadas en el momento adecuado, para eso hay que ir
proveyéndose del resto de libros-).
Más
allá de la verdad presenta un enigma muy enrevesado que Holt va
desentrañando con su pericia habitual, confundiéndonos cuando conviene sin recurrir
a trucos abracadabrantes que son sólo eso (es decir, trucos), haciendo tan
apasionante o más la investigación en sí en torno a las víctimas (es decir,
quiénes son y por qué están muertas) como la resolución del clásico “¿quién lo
hizo?”, prestando suma atención a la psicología de su protagonista,
convirtiendo las páginas que podríamos decir domésticas (para diferenciar de
las policiacas) en apasionantes, consiguiendo una total comunión entre ambas
facetas y sin que ningún episodio resulte prescindible (el espléndido prólogo
con el perro callejero es un claro ejemplo, porque, si me apuran, lo menos
importante en esas cuantas páginas que en algunas líneas conmueven al más
templado -siempre que ame a los animales, por supuesto- es que concluyan con el
descubrimiento de los cadáveres), dando prioridad en cada momento a lo
necesario para que el conjunto no se resienta, sin que, como sucede más de lo
debido por ahí (y no diré nombres), el misterio planteado sea una excusa para
hablar de otras cosas o se utilice como mero soporte o como medio para las
pretenciosidades del autor. Y, eso sí, teorizando, meditando, profundizando en
la labor que su personaje desempeña, haciéndola más cínica, desencantándola,
arrinconándola anímicamente con el paso de los años: “Para Hanne Wilhensen, la
profesión de policía era bastante triste. Le gustaba su trabajo, creía que
tenía algún sentido y en ocasiones hasta resultaba satisfactorio, pero hacía
muchos años que no sentía nada que recordara a entusiasmo o felicidad. La labor
policial consistía básicamente en encontrar la verdad en una realidad cada vez
más compleja, donde tal vez nada era ya del todo verdad o mentira”.