jueves, 23 de noviembre de 2017

A VECES, PRIMERAS PARTES







   Siempre ando preparando varios textos a la vez, bien porque ando con dos o tres lecturas que me inspiran para hacer sonar el arpa (es una superstición que adquirí en los años de radio: tengo que tener más de un libro empezado, aunque de repente me centre en uno de ellos hasta terminarlo y aparque los otros -normalmente, los voy alternando-), bien porque tengo material de entrevistas al que dar salida, bien porque mi ritmo de escritura (hay épocas bastante prolíficas y otras en que dilato en exceso ponerme a la tarea) provoca que tenga en la nevera mental y anímica diferentes escritos, a veces la actualidad se impone y reclama atención, otras sucede alguna de esas epifanías que no deseo reprimir ni guardar demasiado, puede que tenga decidido publicar sobre algo pero después la inspiración (o el estómago) dirige mis pasos hacia otro asunto, el caso es que hoy es de esos días en que tenía muy claro sobre qué quería escribir y así va a ser, más que nada porque quiero que lo de hoy, de alguna manera y como guiño a lo que se va a contar, sirva como pórtico a la siguiente entrada del blog, la que tengo intención de dar a la luz mañana pero aunque al final se retrasara hasta la próxima semana sería la primera en aparecer tras la de hoy, eso puedo prometerlo, no porque la una necesite a la otra ni al revés, sino porque me divierte crear este díptico hoy que nos centraremos en una miniserie británica que es aquello que se ha dado en llamar precuela pero que, si nos ponemos estrictos, si ordenamos las obras cronológicamente por lo que cuentan sería la primera parte (y, por eso, más allá del homenaje a las películas seriadas que disfrutaba de chaval, para que las cuentas saliesen y nadie pudiera acusarle de aprovechado si la cosa iba bien y podía contarlo todo -aunque lo mejor habría sido dejarlo en manos de otros-, George Lucas empezaba La guerra de las galaxias indicando que era el cuarto episodio de una saga -de hecho, su título específico es Una nueva esperanza-). Y es que se da la circunstancia de que hace poco tuve el placer de leer y entrevistar a Clare Mackintosh con motivo de la publicación en España de su segunda novela, Te estoy viendo, autora británica que es una dignísima heredera de las grandes señoras venidas de aquellos lares que tantas alegrías han dado y dan a los adictos a la novela criminal/policiaca/negra, entre otras cosas que no hay que anticipar ahora porque tendrán su espacio, compartimos entusiasmo por algunas de las series producidas allí (en general, pero centrando mis alabanzas en las pertenecientes al género que ella escribe), al haber trabajado en la policía puede juzgar como pocas aquello que tanto agradecemos los espectadores, es decir, el realismo (y afirma que, en ese sentido, se llevan la palma Line of Duty y Happy Valley –“It´s the best!”-), recordé ese momento de la conversación estas noches en que vimos Principal sospechoso 1973, motivo que me ha parecido suficiente para establecer lazos comunicantes entre lo de hoy y lo que vendrá a continuación para, así, transformar una vez a la miniserie citada en precuela de otra cosa, puesto que la entrevista se produjo antes pero en el arpa sonará después (sí, es una simpleza, una de esas cosas tontas que a uno se le ocurren demasiadas veces, perdón).
   El de Jane Tennison es uno de los roles míticos de la portentosa Helen Mirren, quien le dio vida en siete ocasiones entre 1991 y 2006 en la serie Principal sospechoso, emitida en formato de miniseries independientes por más que sea recomendable verlas cronológicamente para ir asistiendo a la evolución/involución del personaje, para comprender mejor la parte anímica, personal, íntima, tan o más importante que la investigación en curso o el misterio a resolver (de hecho, aunque el resultado sea muy interesante y a ratos apasionante, se diría que, en líneas generales, a los guionistas les importa bastante poco o se les olvida que se supone están contando una historia policial). Aunque la creó para la televisión, Lynda La Plante transformó en novela los tres primeros casos de Jane Tennison (que son los que ella escribió, en el resto de guiones no intervino) y en 2015 resucitó a su personaje para contar lo que no se había visto en la pequeña pantalla, es decir, cuáles fueron sus inicios en la policía, cómo fue escalando puestos, cómo se fue forjando su personalidad, a qué tuvo que enfrentarse, una precuela en toda regla que inauguraba una serie que, hasta el momento, conforman tres novelas; parecía lógico que el personaje regresara, nunca mejor dicho, al lugar del crimen, al medio en que se hizo famoso y, así, la ITV estrenó en marzo de este año la adaptación de la primera novela, la que sólo se titula con el apellido de la protagonista pero que en su trasvase a lo audiovisual, en parte como reclamo hacia los muchísimos seguidores logrados, se puso bajo los auspicios del título original, aquel Principal sospechoso de 1991 que dio comienzo a todo, indicando con la fecha añadida -1973- que saltábamos en el tiempo hacia atrás, sin engañar a nadie y dejando las cosas muy claritas.
  Esta nueva entrega centra un elevado porcentaje de su duración (seis capítulos de 45 minutos) en el trabajo policial, en el procedimiento, en la investigación, es todo un regalo para los que gustamos de ese tipo de narración, se inscribe en una tradición que mantienen viva (por no irnos de televisión) y como ya se señaló seriales como Happy Valley, Line of Duty, Vera o Broadchurch (aunque esta ya ha terminado -pero no conviene olvidar que Principal Sospechoso espació sus entregas a lo largo de quince años, no perdamos la esperanza de un regreso-), aunque a la autora no le ha gustado la adaptación llevada a cabo puesto que se ha quejado de que a veces han desdibujado a Tennison, le han restado importancia, han hecho cambios sustanciales que afectan al tono, no digo que sea en concreto por la presencia de lo meramente policial pero el caso es que le ha molestado que el aspecto psicológico haya quedado en segundo plano, aunque a uno le parezca todo muy equilibrado y armonizado, si bien es cierto que, aunque todo empiece con ella, al principio no deja de ser una más del equipo que investiga, la historia no se centra específicamente en ella ni se cuenta a través de su mirada y sentimientos, al menos en los primeros capítulos, puesto que, poco a poco, el personaje va tomando cuerpo, empieza a destacar, le suceden cosas que influyen de una forma u otra en su trabajo y en la resolución del crimen con que comienza la serie, a un servidor le parece muy satisfactorio el conjunto y, en concreto, el ritmo dado a la narración y la manera en que se va poniendo en juego las diferentes piezas. Stefanie Martini tiene sobre sus hombros la titánica tarea de hacer olvidar a Helen Mirren viéndose obligada a hacerla presente, es decir, ha de resultar creíble como la joven que con el tiempo se convertirá en la Tennison adulta a la que ha dado vida, sangre, presencia, carácter, alma, inmortalidad una de las intérpretes más prodigiosas que verán los siglos y, al mismo tiempo, no quedarse en una burda imitación, reto del que sale más que airosa pero, indudablemente, no bien parada del todo de la en este caso inevitable comparación con su predecesora y es que Helen Mirren sólo hay una.
   El caso es que esta buena muestra de cómo hacen televisión los británicos queda como pieza única, puesto que la creadora se ha negado a seguir cediendo los derechos para que conviertan a su criatura en otra cosa distinta a lo que ella ha escrito y, qué quieren que les diga, la noticia no puede resultarme más nefasta, al margen de por lo mucho que he disfrutado con la serie porque quería saber más sobre el personaje y su trabajo, porque me he sentido muy bien acogido como espectador (como en tantas ficciones británicas, da igual el género) en esa comisaría tan real, tan verosímil, con esos policías (hagamos hincapié en lo masculino) que miran por encima del otro a sus compañeras recién llegadas, que se imponen a fuerza de misoginia, paternalismo, autoritarismo (que no es lo mismo que autoridad), soberbia, miedo a reconocer méritos, a sentirse y saberse (según en qué) inferiores, creo que todos esos aspectos humanos (o todo lo contrario) están muy bien reflejados en pantalla, no sé exactamente por qué se ha molestado tanto Lynda La Plante, pero la solución es fácil y más en alguien de su experiencia televisiva: que se ocupe directamente de la adaptación o supervise todo el proceso, que intervenga más, que se fíe menos, que cambie de canal, que haga lo que sea, pero que no nos deje así (y, ya de paso, animar a alguna editorial española a que traduzca alguna de sus novelas).