No son pocas las ocasiones en que buenos
amigos me han pedido que escriba un libro de relatos con algunas de las
anécdotas que voy desgranando en Facebook, a lo que siempre respondo que,
primero y básico, no tengo tanta imaginación como me atribuyen, puede que posea
cierta gracia y/o facilidad para narrar, sin duda (en parte por eso procuro
publicar algo todos los días) eso se debe a que no dejo de ejercitar el músculo
escritor (es el único que trabajo en realidad), pero la mayoría de las cosas
que cuento han sucedido así, a veces hay algún adorno estilístico, algún
añadido jocoso e irrupción del autor en la trama, pero me limito a reproducir
aquello que me llamó la atención (o me hizo reír -o lo que fuese, aunque tiendo
a quedarme con lo chistosa (en el buen sentido) que es la vida cuando se le
antoja-), ya se sabe que la ficción se queda en pañales cuando se enfrenta a lo
cotidiano, cada uno vivimos nuestra novela, pasamos de un género a otro sin
solución de continuidad, protagonizamos capítulos propios y somos secundarios o
meros testigos de los de los demás, damos más saltos que leyendo Rayuela, tampoco estoy convencido (segunda
razón por la que voy dilatando/postergando/cancelando antes de nacer la
posibilidad de reunir esas aventuras en un volumen) de que estos pequeños
incidentes o avatares puedan interesar a alguien más allá de los conocidos, de
la gente amable que pone interés en lo que uno escribe/cuenta, por otro lado,
aunque suene falso o difícil de creer, soy muy perezoso, siempre lo he sido a
pesar de esa querencia casi innata a emborronar papeles (antaño), tengo que
hacer ganas, juntar muchas (hoy mismo tenía pensado escribir otra cosa, algo a
lo que llevo varios días dando vueltas, pero no he encontrado el ímpetu preciso,
incluso he estado tentado de apagar el ordenador y dar vacaciones a las musas
-que no están especialmente activas, las cosas como son-), imponérmelo como
obligación aunque una vez lanzado disfrute enormemente lo de teclear (hogaño -desde
hace la intemerata, cambiando de instrumento según las ciencias, o las que
fuesen, adelantaban que era una barbaridad-) dando cauce y forma a los
sentimientos, a los razonamientos, a las pasiones, al anhelo/necesidad de
comunicar(me) que siempre me espabila cuando remoloneo en exceso. Tampoco
conviene olvidar, como he explicado hasta la saciedad, que tengo muy asumido
que la ficción no es lo mío (y, sí, alguien utilizará mi argumento de un poco
más arriba para rebatirme, “si dices que todo son vivencias”, pero ponerme a
trenzar una narración, algo que pueda ser recibido/considerado como tal, ya me
parece una tarea ingente para la que no tengo la misma pericia que para lo periodístico/ensayístico),
que, como cantaban Víctor Manuel y Ana Belén, “con lo que tengo me basto y
sobro”, aunque es cierto que a veces (el ego asoma la patita de vez en cuando) me
siento un poco frustrado por que determinados textos que uno medita, elabora,
diseña, prepara con mimo, escritos más o menos largos que se toman muy en serio
y con talante profesional queden circunscritos a los contactos de la red social
(y a los de aquellos tan generosos que comparten y difunden mis palabras), es
algo que cada cierto tiempo pensaba y a lo que hoy doy comienzo, recuperar
momentos, en parte es como si tomase apuntes para una especie de memorias
(circunscritas a los tiempos de Facebook, desde luego), traer a este blog al
que cualquiera tiene acceso algunos de esos momentos pescados aquí y allá (o
vividos en primera persona), reflexiones, opiniones, experiencias, películas,
series, teatros, en fin, nada nuevo para los lectores fieles o al menos
asiduos, para aquellos que conocen nuestros libros o parte de mi trayectoria.
Creía tener claro cuál fue el primer estado
(tal y como se les llama -o llamaba, no sé si ahora se dice de otro modo,
tiendo a quedarme anclado en algunas tradiciones-) que publiqué en Facebook y
he descubierto que estaba equivocado, ya que me inicié en esas lides unos días
antes de lo que pensaba; tardé en abrir un perfil y lo hice en algún momento de
2009, en los primeros meses, porque los oyentes de Afectos en la noche le dedicaron una página al programa y no
quedaba bien (ni lo estaba) que el subdirector del espacio pareciera pasar del
asunto o sólo se comunicase a través de otros o durante la emisión leyendo el
muro, fue Pablo, como tantas veces, quien me lo sugirió/aconsejó para que
pudiese agradecerles el interés de primera mano y pudiera responder a sus
preguntas, dudas, curiosidades (o no, pero al menos fuese yo quien gestionase
esa comunicación cuando estaba dirigida a mí), pero durante un tiempo me limité
a intervenir en las cuestiones del programa y daba poco o ningún uso a mi muro
personal, más allá de que alguien iniciase una conversación, agradeciese el
contacto, felicitase una fecha o lo que tuviera a bien comentar. Y, como digo,
atribuía a la irresistible irrupción de Rosa María Sardá en aquella
aburridísima gala de entrega de los Goya correspondientes a la cosecha de 2009
el pistoletazo de salida para que empezase a responder a la única red social
que utilizo qué estaba pensando y resulta que fue otra mujer a la que dimos en
su momento carácter de estrella quien me arrebató de tal modo que me hizo
escribir el 26 de enero de 2010: “Desde hace unas horas soy fan absoluto de
Pili Macho”. Eran los tiempos en que TVE emitía un programa titulado Volver con… en que un personaje popular
regresaba al lugar en que hubiese pasado su infancia o años que considerase
decisivos y Pablo lo grababa para que lo viésemos juntos en esas horas de la
madrugada en que aún me duraba la adrenalina del directo, Lola Herrera fue una
de las protagonistas del espacio, por supuesto el escenario del mismo fue Valladolid,
pero Pili Macho, su amiga de siempre, con la que la actriz había quedado y por
eso iba toda nerviosa y volada por las calles engalanadas con motivo del
Festival de Cine, interrumpía el paso apresurado de la inolvidable e histórica
intérprete de Cinco horas con Mario,
aferrándola por un brazo y, como muy bien señaló Pablo, robando la función a
una grande de la escena. Aquel mensaje críptico caló entre los contactos, fue
fundamental (como tantas veces) la complicidad de una vallisoletana de pro, de
una oyente participativa, de una amiga leal que sigue habitando nuestros
corazones como es y será Virginia Martínez, quien incluso abrió una página
dedicada a ella (Pili, no a sí misma), la gente comenzó a preguntarse quién era
esa persona de la que declaraba fan, Pablo colgó el enlace al programa, la cosa
se echó a rodar y me pareció divertido seguir con la guasa en días sucesivos,
bien destacando algún detalle de lo visto en televisión, bien haciendo aparecer
a la Macho como si de Wally se tratase en cualquier comentario o situación, y,
así, llegaron frases como “No olvidéis que Pili Macho es también conocida como “La
Pilonga” [así se refiere a ella Lola cuando se encuentran con amigos comunes]”,
“Sin duda, el mayor hit de Pili Macho es su versión de El pío pío con la colaboración estelar de Lola Herrera” (aunque la
voz cantante, nunca mejor dicho, la lleve la insigne actriz, la incorporación
de la Macho en el estribillo -entre ahogada por la emoción y muerta de la risa-
mientras ambas bailotean y los transeúntes las miran es sencillamente
insuperable), “El éxito de su última aparición televisiva ha provocado que no
se vea a Pili Macho por el centro de Valladolid” (bien que la buscaba Virginia,
jajaja), “Gracias a TVE y su "maravillosa" retransmisión Pili Macho
no se ha enterado de las nominadas al Oscar como mejor película” (porque lo de
ese año fue de aúpa -no todo fue mejor antes, no todo es peor ahora-), “¿Dónde
andará (o nadará) Pili Macho?” u “Hoy ni Pili Macho puede opacar la estrella de
la mejor muchachita de Valladolid posible: ¡Concha Velasco, flamante y merecida
ganadora de la medalla del CEC! ¡Enhorabuena, artista!”. Y, cambiando de tercio
(aunque todavía llegaría alguna píldora más sobre aquella que pasó de ser la
mejor amiga de Lola Herrera a tener nombre y apellido), el 10 de febrero
escribí “Pensando en el "tachán" con el que Concha Velasco quiere
despedirse de la profesión... ¡Qué ganas de verlo! (aunque triste si es verdad
que después de él ya no volverá a actuar)”, puesto que eso fue lo que dijo a
recibir el galardón, algo que por fortuna no cumplió y, de ese modo, fueron
llegando hitos que sumar a una carrera cuajada de ellos como Hécuba y, por encima de todos (y de casi
todos), esa Reina Juana que la sigue
coronando en cada función como inmensa, necesaria e irrepetible.
Y fue el 15 de febrero cuando tan sólo
publiqué “De repente, Rosa María Sardá…” para glosar el huracán que sacó del
sopor a los sentados en las butacas y a los que veíamos la gala por televisión,
ese pico de gracia en un espectáculo (ejem) mortecino conducido por Andreu
Buenafuente con el piloto automático a medio gas (si acaso), pero recuperé a mi
primera estrella el día 18 para proclamar que “Aunque algunos no lo crean y por
muchas Ronnas que haya en el mundo, sigo siendo fiel a Pili Macho”, haciendo referencia
a una chorrada (porque no pasaba de eso) que hacíamos en el programa y siempre
remataba con un “Ronna” (con varias enes) al más puro estilo “papuchi” (tengo
una vena imitatoria desde antes del triunfo de Tu cara me suena). En aquel tiempo (perdón por el tono evangélico,
pero a lo tonto ya han pasado más de siete años), había un límite de caracteres
(por fortuna para aquellos que se topan con mis textos) y, por lo tanto, los
mensajes eran necesariamente escuetos, incluso a veces tenía que ir haciendo
encaje de bolillos y reconstruyendo, quitando y poniendo hasta ajustarme al
espacio concedido, por eso iba tan al grano, puede que por eso esté
sorprendiendo a muchos con frases tan cortas, por eso publicaba cosas como la
del 23 de febrero (¡Vaya fecha! Pero fue algo azaroso -o tal vez no, así es la
vida-): “Estaba la Pastor(a), larán larán larito... ¡Menudo bicho, la muchacha!”,
chiste privado que hacía referencia al malísimo ambiente vivido en RTVE en los
días previos a una huelga que Pablo retrató con su agudeza y retranca
habituales (y sin faltar a la verdad) en 24
horas de un periodista desesperado (y quien menos se lo agradeció fue quien
era defendida en sus páginas, algunas de las gentes agredidas y puestas en la
picota en esa jornada aciaga en que tantas normas -por no decir leyes- se
vulneraron pero nadie tomó medidas ni para evitar que eso volviese a suceder ni
para que los autores de los desmanes recibiesen su justo castigo), señalando
directamente a una de las más incendiarias promotoras de linchamientos y
persecuciones, una sindicalista que veranea en Sotogrande y alardea de sus
contactos con militares y gentes de derechas que, mira tú por donde, consiguió
ser fija de aquel lugar casi de la noche a la mañana y que expide certificados
de sangre limpia a quien le conviene y cuando le interesa, una pastora (lo
lleva en su apellido) que conduce a su rebaño por donde quiere ante la apatía
de los que no quieren saber nada de puestos en los que haya que decidir (y
trabajar) y el miedo (reconocido) de otros que, a pesar de estar más arriba en
el escalafón, prefieren estar a buenas con la tipa y sus secuaces y/o
promotores (y colaboradores necesarios). Y todo ello (y lo que me callo)
quedaba implícito en lo que aparecía en el muro el 5 de marzo, momento en que
me incorporaba al trabajo tras unos días de asueto que coincidieron con
aquellos calamitosos (por no decir algo peor) sucesos de días atrás: “Pasaron
las vacaciones... pero uno nunca puede descansar del todo porque la villanía
siempre está al acecho. ¡Arrieritos somos!
No voy a recuperar todo lo publicado, hay
muchas frases coyunturales, respuestas a preguntas del programa, saludos de
oyentes, felicitaciones de cumpleaños, etiquetas varias aquí y allá, también
hay comentarios que ni yo mismo recuerdo a qué hacen referencia o que han
perdido la frescura o el motivo, asimismo aparecen respuestas sin preguntas, es
decir, en su momento eran parte de una conversación que ha quedado a medias, un
diálogo que ha devenido en monólogo con agujeros al no mantener contacto actualmente
con la otra persona, bien por lo que decía Luis Landero en El guitarrista (jugamos el papel que nos corresponde en la vida de
los otros -y viceversa- y la relación se diluye por sí misma en muchos casos sin
traumas ni reproches, porque ya no da más de sí), bien porque se marchó de
Facebook, bien porque canceló el contacto (o te bloqueó, pero ya llegaremos a
eso en algún texto posterior) o bien porque lo hizo uno mismo (y puede que
también lleguemos: depende de lo que haya quedado publicado). Por eso a mi “Soy
fan de Haneke, ¿qué pasa?” del 8 de marzo con que replicaba a la Academia de
Hollywood por premiar El secreto de sus
ojos como mejor filme de habla no inglesa pasando por encima de La cinta blanca del cineasta austríaco
le faltan las reacciones de esa que tantos conocen (en feliz bautismo del
querido Matías) como “cuñá intelectual”, la autoproclamada experta en ocio y
cultura que cambia de opinión dos días después porque “repiensa” las películas,
esa que en cada artículo demuestra que no sabe escribir y sus muchas lagunas
(agujeros negros) en cultura general no digamos cinematográfica, esa que no es periodista
pero se presenta como tal (y como otras cosas que sí ha sido pero nunca ha
ejercido con un mínimo de profesionalidad ni, sobre todo, de cariño por el
oficio), esa que se queja cuando tiene que entrevistar a alguien que no es de
su agrado (“si estando en esto no puedes entrevistar a quien te gusta ya me
dirás de qué sirve”), esa palmera (de dar palmas) vocacional que pone a
cualquiera por delante de los que llama amigos con tal de ser reconocida, esa
pobrecita perdida en su cronosfera (aunque no estoy muy seguro de que sepa qué
es o qué tiene que ver Lewis Carroll en el asunto -tal vez se lo han contado y
entonces lo cacaree como si lo supiera y adorase de toda la vida, readaptándolo
como le convenga o interese-). Y en esos comentarios leves y rápidos sobre
películas vistas, no puedo dejar de recuperar aquel del 9 de marzo “Desde que
vi la película, estoy igual que la teta: asustado” en clara alusión a la cinta
de Claudia Llosa que también competía ese año por el Oscar el del 15 del mismo
mes relativo al debut de Emilio Aragón como director de cine: "Pájaros de papel debería llamarse Pájaros de cartón: por el ídem piedra y
por lo acartonado que resulta todo (con la excepción de la brillantez
permanente de Lluis Homar y algunos momentos de Imanol)”, ese filme que
arrebató a la “cuñá” (es que lo falso, lo impostado, todo aquello a lo que se
le vea el truco la flipa), el mismo que provocaba la disensión (y el enojo) de
espectadores que vivieron la época (supuestamente) retratada (así lo viví en
una sala, lo uno no quita lo otro, prácticamente abarrotada el primer sábado en
que se exhibía la película), la cinta que Almudena Grandes (otra que tal -y
mira que adoré (y adoro) Malena es un nombre
de tango, pero qué cansina, obvia y reina del cliché se ha vuelto-) declaró
amar porque por la pantalla “pasaba la vida” (bueno, a ella se lo pareció y es
muy libre de pensar lo que quiera -y el resto de discrepar, sobre todo cuando
hemos tenido una abuela que nos ha contado tantas cosas-). Y por terminar por
el momento este a modo de evocación, como los ánimos seguían muy caldeados por
Prado del Rey (de un modo u otro siempre lo estaban), uno se desahogaba en
Facebook (y también cara a cara, por eso estamos donde estamos -pero orgulloso
de no dejarme humillar, avasallar ni manipular-) el 10 de marzo con un rotundo “No
puedo con los que pregonan (como si fuera el escudo del Capitán América tras el
cual cobijarse) "trabajo de 8 a 3"... ¡y encima lo consiguen!” y
especialmente al día siguiente al escribir algo que desde entonces he repetido
muchas veces: “Inspirándose en discursos reales, Lloyd Webber hacía decir a
Perón desde el balcón de la Casa Rosada: "Compañeros, compañeros, sólo soy
uno más".... ¡Qué miedo me da esta gente que utiliza palabras que no
siente y que termina con convertir en separadores (o lo eres o no lo eres)!” y
es que la del larán larán larito espetaba/escupía/enarbolaba un “compañeros” a
las primeras de cambio, el mismo que olvidaba cuando entraba a negociar y
pretender medrar en el despacho de ese (aquel) hombre poco o nada benéfico con
mando en plaza (¡Qué chiste!), el que pisoteaba cuando ponía las
reivindicaciones a los pies de los caballos si lograba ser ascendida. Pero no
nos quedemos con mal sabor de boca porque esta nube negra se dispersa en cuanto
abrimos un ejemplar de 24 horas de un
periodista desesperado y, así, terminamos por hoy con una sonrisa y el
placer de una lectura apasionante.