Al igual que le ha sucedido a casi todo el
mundo con quien comento el asunto, mi lista de contactos de Facebook se ha
visto mermada con todo el abstruso, vergonzoso y terrible asunto que prefiero
nombrar sólo como el “procés” para no entrar en disquisiciones que ahora no
vienen en el caso y que para tantos sería la mejor excusa (escribiese lo que
escribiese) para mantener encendida la mecha (y en parte yo mismo lo haría
porque lo de dialogar diríase y compruébase más de lo que se querría que resulta
imposible), esa que algunos han puesto para que el estallido se llevase por
delante al resto, por supuesto a los que se oponían al mismo (a, nunca mejor
dicho, ejecutarlo de ese modo -matiz importante por más que no se atienda jamás
a él por parte de los que sólo comprenden los extremos, es decir, si no estás
conmigo al cien por cien estás contra mí y no tenemos nada más que hablar-),
especialmente a los que, las cosas como son, se han jugado el pellejo y hay que
ver cómo se la han jugado, especialmente el nuevo habitante de Bruselas. Y es que
te lapidaban por todo, especialmente por intentar mantener la ecuanimidad, de
repente la palabra “equidistante” se convirtió en el peor insulto, en la opción
de los cobardes, de los traidores, de los enemigos (viciamos de base
-impedimos- la conversación cuando se plantea en estos términos o similares),
se consideraba un subterfugio para intentar camuflar que se acataba, obedecía y
secundaba al Gobierno (no a las leyes, esa es otra), daba igual que censuraras,
reprocharas, criticases y afearas su desidia, su inoperancia, su mirar para
otro lado como si la cosa no fuese con ellos, su creer que todo era fruto de un
calentón, su no darse cuenta de la virulencia con que se agitaba el fuego, su
ceguera al pensar que la hoguera iría perdiendo fuelle por sí sola y se
extinguiría, su falta de talla política, su reacción tardía y, en consecuencia,
desproporcionada, daba (y sigue dando) igual lo que argumentaras (si te dejaban
desarrollarlo mínimamente) porque eras oficialista, centralista, invasor, facha
y todo lo demás si pretendías alterar en una coma el discurso único que ellos
enarbolaban, impuesto asimismo por la autoridad que ellos respetaban como tal,
es decir, por la oficialidad soberana que pretendían. Pero, como digo, no querría
extenderme en ello ni darle más presencia (sólo señalar que, aunque hablo en
pasado porque me refiero en concreto a lo vivido en los últimos días de
septiembre y primeros de octubre, por mucho que algunos quieran creerlo -y apuntarse
una victoria, al fin y al cabo parece que todo va de lo mismo, sin pensar en el
futuro, sin ponerse a hacer política-, por mucho que a tantos nos gustaría que
así fuese, el asunto y sus nefastas consecuencias por el modo en que ha sido -mal-
manejado por unos y otros no está ni mucho menos resuelto -sólo debajo de la
alfombra, aunque aún queda mucho a la vista-), porque iba a hablar de algo muy
concreto, cómo el fanatismo de alguien a quien consideraba un cómplice con
quien compartir el amor por la cultura, por los libros, por el teatro, alguien
a quien pensaba de mentalidad abierta y talante democrático, alguien que en su
día se enfadó porque malinterpretó y se tomó como algo muy personal una crítica
a Juan Marsé, en concreto a El amante
bilingüe a la que califiqué como “ejercicio ombliguista y pretenciosamente
escandaloso”, alguien que reconocía que, aunque compartía algunos de mis
desencantos (luego abundaremos en ellos), se lo perdonaba casi todo porque
siempre había habido libros suyos en casa, porque compartió las lecturas con su
padre y su hermano, porque “de alguna forma, para un barcelonés, Juan Marsé nos
define, nos identifica”, alguien así optaba por un discurso (ejem) incendiario,
intolerante, preñado de odio, plagado de insultos (más de uno constitutivo de
delito o al menos susceptible de serlo), alguien así cerraba vías de
comunicación y contacto (muy mermadas en los últimos meses por razones que no
vienen a cuento, aunque se suponía que andábamos procurando reestablecerlas)
por lo que publiqué en aquellos días en torno al 1-O, poco después de decirme
que él era mucho más que su ideología pero había que aceptarle con todo, en
realidad se trataba de respeto, el que él no concedía a los demás, el que
perdía a señores como Serrat o Marsé, convertidos en dianas del independentismo
visceral, cerril y presto a la lapidación.
Si uno ama lo catalán, dicho así en general,
porque lo hago y voy a seguir haciéndolo, porque no se puede meter a todo el
mundo en el mismo saco, no caigamos en el error de aquellos que se han puesto
enfrente (porque sólo contra alguien se sienten seguros, porque generalizando
aún se creen más diferentes y, por lo tanto, especiales), porque hay mucho que
admirar, reconocer, aprender, respetar (en el sentido de la veneración) en
tantas gentes de aquella tierra y en los frutos que ésta da (metafórica y
literalmente), si uno gusta de y disfruta con lo catalán, con tantas
posibilidades como ofrece para enriquecer alma, corazón y vida (potencialidades
y realidades, logros y virtudes que muchos de estos a los que se les llena la
boca hablando de “diferencialidad” olvidan, ignoran o reducen a cuatro
estereotipos -son los primeros que dejan de hacer patria para, perdón por la
expresión pero es la primera que se me ocurre para señalar el modo en que empequeñecen
aquello que afirman defender, quedarse en la aldea-), lo hace porque escuchó a
Serrat en casa desde siempre, si bien es cierto que cantando en castellano, que
la primera toma de contacto la hice a través de Machado, pero fueron llegando
otras canciones, uno fue creciendo, aumentando su curiosidad, porque La Plaza del Diamante pudo verse en TVE
y hasta la abuela pronunciaba con facilidad el nombre de su protagonista,
porque Eugenio marcaba y remarcaba su acento y nos encantaba y repetíamos lo de
“¿saben aquell que diu?”, porque leí a Pla, porque pasé dos veranos en Tortosa y
conocí Barcelona, Tarragona, Salou, hasta el Vall d´Aran (sí, sí, ese mismo al
que se quiere negar lo que se exige e incluso celebra a las bravas –“haz lo que
yo te diga, pero no lo que yo haga”-) y porque, en el verano de 1987, gracias a
Nati, aquella profesora de Ciencias Naturales con la que tantos libros
intercambié, llegó Juan Marsé con Últimas
tardes con Teresa y se ha quedado hasta ahora (y lo seguirá haciendo porque
el balance del conjunto sale muy positivo, por más que haya un par de borrones
de infausto recuerdo). Según el DRAE, “renegar” es “negar con instancia algo” o
“detestar, abominar” y, en ambos sentidos, hay que reconocer que el adjetivo,
el que tantos le han dedicado a lo largo de los años (ahora con mayor
virulencia al estar los ánimos tan exasperados e inflamados), el que apareció
escrito en alguno de sus libros en la biblioteca pública de Cambrils, cuadra a
Marsé porque nunca ha ocultado su desprecio hacia el término “patria”, hacia el
nacionalismo y el independentismo, sobre todo hacia quienes los han encarnado
en Cataluña desde 1980, hacia aquellos que se los han apropiado, esos que le
han atacado impunemente (y lo siguen haciendo, ellos mismos o sus herederos,
sus huestes bien azuzadas y alienadas) por escribir en castellano, por no plegarse
a sus dictámenes y pleitesías exigidas; sin embargo, en el uso más extendido de
la palabra, el que tiene connotaciones religiosas (todo es cuestión de fe, ya
se sabe y se está comprobando a diario), el de abandonar un culto por otro, no
se puede considerar al escritor un renegado, en todo caso alguien muy coherente
porque su ideario ha cambiado muy poco, todo lo contrario.
La cuarta parte de la espléndida Un día volveré (publicada en 1982) se
abre con la siguiente frase de Gustave Flaubert, una absoluta declaración de
principios: “Todas las banderas han sido tan bañadas de sangre y de mierda que
ya es hora de acabar con ellas”. Poco más hay que añadir puesto que la gran
mayoría de sus personajes sólo pelean por su dignidad, su amor propio, su
supervivencia, sus anhelos más concretos y prosaicos, puede que defendiendo o
insertados en la lucha por ideales y/o causas más grandes que ellos, pero muy
pocos (o ninguno) poniéndolos por encima de lo humano, de lo particular, de lo que
cada uno reivindica como suyo, ese universo tan reconocible incluso cuando se
abandona, ese que queda perfectamente resumido y recogido en Colección particular, el volumen publicado
por Lumen hace unos meses y que recoge la narrativa breve que Juan Marsé
escogió para la ocasión, aquella que considera digna de revisión, aquella que
quiere que permanezca, aquella que se integra sin fisuras con el corpus de su
obra, aquella en la que se reconocen personajes, situaciones, tramas,
escenarios, latidos, atmósferas, olores diseminados a lo largo y ancho de sus
novelas, aquella que permite, de nuevo, constatar la enorme coherencia de un
autor que, en el fondo, parece estar escribiendo una única novela a la que va
añadiendo capítulos (algunos tan desastrosos como La muchacha de las bragas de oro, cuyo germen encontramos en Parabellum, aquí incluido, relato que deja
a la vista el chiste estirado y redundante que fue aquel su Premio Planeta),
grandes creaciones como Rabos de lagartija,
Si te dicen que caí o las ya
mencionadas que encuentran estupendos prólogos, epílogos, paréntesis, reelaboraciones,
borradores o como se quieran considerar en Historias
de detectives, Noticias felices en aviones de papel (el relato más gozoso
del tomo para un servidor) o Colección
particular, sin olvidarnos (cómo hacerlo) de Teniente Bravo, una auténtica joya, un prodigio de tempo narrativo,
una aventi transformada en narración para ser leída, paladeada y atesorada. Por
todos los amigos catalanes que lo son, lo siguen siendo y lo serán, con los que
se puede discutir utilizando la dialéctica, de los que discrepar pero a los que
no se quiere convencer de nada (ni ellos quieren hacerlo conmigo), porque no
comprendo una vida sin ellos, sin lo que representan y aportan, a pesar de que
haya quien quiera ponerlo difícil, seguiremos comunicándonos y compartiendo,
seguiremos regresando a aquel “tiempo feliz de las aventis, en las que todo
había resultado siempre inmediato y necesario como la luz, duro y limpio como
el diamante”, y si Marsé reniega (en el sentido de “refunfuñar”, que también lo
recoge el DRAE) lo haremos con él porque es lo mínimo que merecen aquellos
empeñados en quebrar, enfrentar, separar, desunir lo que el arte y la cultura,
la convivencia y la amistad han unido.