viernes, 17 de noviembre de 2017

EL MUSICAL SE CANTA EN FEMENINO






  Viajar a Londres es un anhelo constante, más ahora porque la economía no lo permite con la misma asiduidad que antes (en realidad, desde hace un tiempo lo imposibilita, ya menguaron demasiado o se agotaron los ahorros y los que quedan hay que dedicarlos a gastos inevitables -sí, nos hemos consentido alguna locura que otra en estos años, pero bien que nos hemos privado de muchas cosas para poder hacerlo-), siempre quedan sitios por conocer, la mayoría de los visitados reclaman nueva o mayor atención, es una ciudad que siempre apetece, esta razón puramente egoísta lleva a mirar con malísimos ojos (y no comprender) el abstruso asunto del Brexit, por más que los ingleses sean tan particulares, es parte de su encanto (porque, eso sí, gustan para visitarlos, para pasar unos días, para poder echarlos de menos y, como se dice, desear el regreso que en este caso -lo siento, Gardel- se quiere y mucho), el atractivo turístico reside en gran medida en la posibilidad de hacer una inmersión en un universo que hemos sublimado gracias a películas y series de televisión, y, claro, además (fundamentalmente) está esa cartelera teatral ante la que los ojos hacen chiribitas que dejan en nada a las inimitables de Marujita Díaz, ante la que el pulso se acelera llegando a límites peligrosos, ante la que extasiarse una y cien veces, razón principal que obliga (invita, tienta o anima, aunque no hace falta mucho para ello, serían verbos más adecuados) a regresar porque van llegando nuevos espectáculos tan apetecibles (y en un porcentaje muy alto, fabulosos) como los ya disfrutados. Y uno de nuestros máximos sueños desde hace ya varios años (sobre todo desde que se repuso Carrusel, el único musical de Rodgers y Hammerstein que nos desagrada) era que El rey y yo regresara a Londres (desde que empezamos a viajar asiduamente, sólo tengo registrada una breve temporada en el Royal Albert Hall en junio de 2009 -y por allí anduvimos poco después, empezando julio, mis compromisos laborales no permitieron cuadrar más fechas que aquellas en que, y no hay quejas por ello, gozamos con A Little Night Music y Sister Act, al margen de ver a Helen Mirren como Fedra en el National Theatre-), más aún desde que su reposición en Broadway en 2015 supuso para la soberbia Kelli O´Hara el Tony que le había sido negado en cinco ocasiones anteriores y hoy empezaron a llegar notificaciones de las páginas que hemos utilizado en otras ocasiones en que se anunciaba que salían a la venta las entradas para El rey y yo, transferido desde Broadway con la mismísima O´Hara y Ken Watanabe como cabeceras de cartel. ¡Ay, si los hados, la fortuna, el mercado laboral, lo que deba ser se pusiesen un poco de nuestro lado! Nunca se ha exigido demasiado, sólo un trabajo mínimamente remunerado y con cierta continuidad, aunque no importa si hay que recurrir (de hecho, se buscan, proponen, reclaman, pero ni por esas) a colaboraciones aquí, allá y donde sea, como las hormiguitas, sumando de esto y de lo otro, nunca ha importado qué, cómo o dónde, el caso es poder considerarse empleados (porque activos, como contraposición al feo término “parados”, hemos seguido estando, a la vista ha estado y está).
   Por eso, y porque Pablo tuvo y puso el empeño en que yo regresase al micrófono, a un estudio de radio no como invitado para hablar de nuestros libros sino como profesional, nació Destino: Wonderland, como escaparate, para que constase que se seguía aquí (que en seguida hay quien se convence de que lo has dejado, de que ha sido decisión propia), como el mejor currículum posible, como actividad y actualidad que ofrecer a cualquier empleador (si es que los hay que, perdón por la escéptica generalización, uno empieza a dudarlo seriamente -al margen, claro, de poetas hueros y demás intrusos y enchufados que ni con agua caliente despegan sus ventosas-), como posibilidad real de continuar en y con el oficio, hablando de nuestras pasiones, compartiéndolas con aquellos que las hacen posibles, es decir, actores, cantantes, escritores, directores, artistas, cómplices generosos que apoyaron y elevaron el proyecto (sin olvidar la inestimable y necesaria colaboración de jefes de prensa que no atienden a índices de audiencia o número de oyentes certificados -o dado por bueno- sino a quiénes van a hacer la entrevista), así, durante casi cien programas reunimos un elenco de primeras figuras, amigos de los que nunca fallan y a los que se puede considerar de ese modo con todas las letras y todo el afecto, gente que respondía con cordialidad y sin titubeos ni pegas (más allá de las lógicas de horarios, traslados, rodajes y funciones), todo un lujo y un disfrute hacer radio junto a Pablo de nuevo y vivir momentos sencillamente mágicos con, por ejemplo, Marta Valverde (y su hermana Loreto y su sobrina Judith), Juan Carlos Rubio, Bibiana Fernández, Antonia San Juan, Armando Pita, Inma Mira, Víctor Ullate Roche, Andrés Arenas, Daniel Grao, Silvia Gambino, Luis Ramiro, Edith Salazar, Alberto Vázquez, Carlos Hipólito, Carmen Conesa, Natalia Millán, Maribel Verdú, Carmen Machi, Ainhoa Cantalapiedra, Conchita, Marta Ribera, Christian Rodríguez, Paco Cabezas, la lista es casi interminable, para aquellos que no conozcan el programa o para los que quieran repetir o buscar los podcasts que no escucharon, pueden encontrar todos en el siguiente enlace: http://prnoticias.com/podcast/ondaarcoiris/autor/708-destinowonderland. Y llegó a su fin abruptamente, ya lo anticipé en septiembre cuando recuperé para este blog las entrevistas grabadas para el que tendría que haber sido primer programa de la tercera temporada, ese que nunca llegó, aquel para el que nos reunimos con Daniel Freire, Eva Isanta, Manu Baqueiro y Sara Rivero, ya conté alguna cosa más por Facebook que ahora no me apetece repetir, el caso que Wonderland sigue en nuestros corazones, seguimos habitándolo, pero por el momento sólo para nosotros.
   Y aunque pudiera parecer que este segundo párrafo tiene poco o nada que ver con el primero, en realidad están muy relacionados porque la noticia antes comentada del desembarco londinense del montaje de El rey y yo galardonado en Broadway se sumó a uno de los muchos recuerdos que en este tiempo vengo recuperando de la fructífera historia de Destino: Wonderland, aquel de la visita de las intérpretes del divertidísimo y meritorio espectáculo El lamento de las divas, aquel en que nos enzarzamos en una discusión (tal vez un poco más violenta de lo deseable, sobre todo porque no nos dimos demasiada posibilidad de réplica, porque no hubo intención de escuchar los argumentos dados -o que se intentaron aportar-, porque el asunto hubiese merecido más tiempo) sobre los roles femeninos del musical, algo que, con indudable gracia y portentosas facultades, reivindicaban en escena el trío de artistas pero que, hablando como espectadores amantes del género, como forofos de tantas grandes señoras que lo han hecho inmortal, parecía una queja un tanto injusta que, por otro lado, al convertirse en el centro distorsionaba un poco el (necesario) discurso que todavía hay que esgrimir para reclamar la que debería ser imprescindible igualdad laboral. Y es que nos pareció que las artistas hacían una relectura muy parcial y exacerbada de personajes que se antojan fabulosos, que confieren categoría de estrella, que se transforman en favoritos del público, que proporcionan fama, brillo e inmortalidad, que maltratar con ojos del siglo XXI a, por ejemplo, la Christine de El fantasma de la Ópera o la Fantine de Los Miserables (como también se hace con Emma Bovary, Ana Ozores, su tocaya la Karenina, personajes fascinantes más allá de ser hijas de su época -aunque las intenciones de sus autores no estén teñidas de la misoginia de que a veces se les acusa, no creo que Fermín de Pas o Karenin salgan bien o mejor parados en el modo en que son retratados y, si se quiere, juzgados por sus creadores-), calificarlas de cursis o de pobres desgraciadas es decir muy poco de ellas, degradarlas, obviar que sus temas son los que más se tararean y recuerdan, que, sin ir más lejos, Lloyd Webber escribió la adaptación musical de la novela de Gaston Leroux a mayor gloria de Sarah Brightman con una partitura endiablada que deja en pañales a la parte del personaje que da título a la historia, que considerar en bloque que los roles apetecibles se los llevan los hombres supone cargarse de un plumazo a Sally Bowles, Mamá Rose, Velma Kelly, Roxy Hart, Norma Desmond, Fräulein Maria, Elphaba, Glinda, María Magdalena (con la canción estelar), Grizabella (si canta Memory no sé qué más se puede desear), Eliza Doolittle, Mame, sólo se salvaba de la quema Eva Perón, Evita, según la más enterada (y la que no echaba ningún humor a la historia, no como sus compañeras) porque al menos da nombre al musical y centra la acción (¡Ay, hija mía, qué pasada de vueltas vas siempre!), y se quedaba tan ancha (bueno, lanzando unas miradas que mejor no recordar). Pues no sé qué dirían del asunto Liza Minnelli, Ethel Merman, Gwen Werdon, Chita Rivera, Patti Lupone, Mary Martin, Idina Menzel, Kristin Chenoweth, Yvonne Elliman, Elaine Page, Julie Andrews, Angela Lansbury, Glenn Close, Betty Buckley, Connie Fisher, Kerri Ellis, eso por no salirnos de los personajes citados y no venirnos a España (ya que, además, algunas de las posibles han sido nombradas en su paso por Destino: Wonderland), sin olvidar, por supuesto, a la protagonista de El rey y yo, Anna Leonowens (de cuyas memorias nació todo, primero novela, luego película, después musical, también convertido en película), escrito a la mayor gloria de Gerturde Lawrence, por más que saborease muy poco el triunfo puesto que un cáncer implacable pondría fin a su vida poco más de un año después del estreno, impidiéndole actuar en diferentes ocasiones, mermando sus enormes facultades casi desde el principio. ¿Cómo quedarnos sin sumar otra gran dama, otra artista imprescindible a la que ovacionar y jalear? ¡Kelli O´Hara, espéranos, por favor!