Han sido casi dos meses los que han pasado
desde que asistí a un encuentro que tuvo lugar en un hotel de Madrid entre
blogueros especializados en literatura (o que al menos le dediquen mucha
atención) y Charlotte Link con motivo del lanzamiento en España de su novela ¿De quién te escondes?, publicada por
Grijalbo con traducción de Claudia Toda Castán, y pongo por testigo a quien
haga falta (es mi momento de ponerme Escarlata O´Hara, se me pasa en seguida)
de que he tenido la intención en diferentes ocasiones de ponerme a resumir lo
que allí se dijo, lo que la escritora compartió con nosotros, que no lo dejaba
para mañana (como diría el clásico) a propósito, que la cartelera teatral o
algún compromiso personal (y de lector) con otro libro conferían carácter de
urgencia a otros textos, que el día en que me creía dispuesto me vencía la
apatía o había que atender algún imprevisto, que por más que me prometía que no
pasaría de hoy al final incumplía mi propósito por hache o por be o por el resto
del abecedario. Es más, hace unas horas pensaba que, aunque tarareaba el This is the moment de Jekyll & Hyde (en la estupenda
versión de Nacho Artime para que lo cantase Raphael, o sea, Hoy es el día), tampoco iba a ser, que
de nuevo todo se quedaría en la intención, pero, mira tú por donde, al final se
despejó el panorama y puedo hacer justicia a una novela que, debo reconocer,
fue una grata sorpresa, no esperaba demasiado, uno asume sus prejuicios, se tiene
un olfato desarrollado, trabajado y en constante funcionamiento (pero no infalible)
para detectar aquel tipo de historias que a priori no interesan, también es
cierto que ciertas frases promocionales o sinopsis para solapas y/o
contraportadas se quedan en el más puro cliché y, aunque consigan llamar la
atención de eso que solemos llamar “público objetivo”, no abren ganas de leer
al ajeno, al que no tiene claro qué busca, al escéptico (sí, lo acepto, también
podríamos decir al cínico -y bien saben que uno tiene el diente siempre afilado
para cualquier historia que, de una u otra forma, pueda ser catalogada como de
misterio, pero a veces, por la experiencia, por haber tropezado en demasiadas
piedras, no se puede evitar una cierta suficiencia, todo ello sin olvidar que
la sobreabundancia de títulos casi clónicos que se limitan a repetir (y/o copiar)
fórmulas y esquemas, el cuantioso número (y sigue creciendo) de volúmenes que
se han finalizado por pundonor u obligación profesional pero no por gusto y
emociones despertadas (excepto el aburrimiento) llevan a que uno se mantenga lo
más alejado posible de aquello que cree identificar como una nueva oportunidad
para salir escaldado-), pero lo verdaderamente placentero y apasionante fue compartir
conversación con una escritora de la que, las cosas como son, puede que no lea
nada más, lo que no impedirá que la recomiende a quien busque un
entretenimiento bien trenzado y elaborado, buscando la sorpresa honesta, con
personajes verosímiles y apuntes de la realidad bien integrados en la trama (o
siendo el asunto principal), aunque, refiriéndose a ¿De quién te escondes?, Link explica que es la primera vez que
utiliza un asunto político como eje de una narración.
Utilizar en exceso determinadas etiquetas
(aunque sea con propiedad, aunque sean precisas, aunque no haya otras) provoca
ese cierto hartazgo que, en el caso concreto de este lector, lleva a, más allá
de una adaptación cinematográfica en curso o por estrenarse (y a veces ni eso:
con la película -para bien o para mal- se da uno por contento -o lo que sea-),
salir en dirección contraria en una librería cuando se topa con algún volumen
(con unos cuantos en realidad) que se anuncia como “thriller psicológico”, no
digamos nada si lo hace como “thriller doméstico”, da igual que en ocasiones (La chica del tren, sin ir más lejos) se
haya pasado un buen rato (cosa que no puede decirse de la descafeinada versión
que se exhibió en los cines), pesan demasiado las veces en que uno se ha
sentido estafado y tratado como imbécil (ahí está, como máximo y aún reciente
ejemplo, la pretenciosa Perdida,
cuyos vicios y trampas fueron aumentadas por la propia autora al trasladarla a
la gran pantalla). Por fortuna, Charlotte Link destierra estos temores y
premoniciones en las primeras páginas de ¿De
quién te escondes?, esbozando el asunto que en otras muchas novelas del
mismo estilo y/o género sería una mera excusa, un punto de partida, una mención
incluso burda para intentar insuflar un poco de actualidad e interés social al
drama personal y que aquí se transforma en el catalizador del mismo, aquello
sin lo que la historia sería otra muy distinta y hasta inexistente: la trata de
personas, sobre todo mujeres (qué feo, qué perverso, qué indigno, qué vomitivo
seguir diciendo “trata de blancas”, como si el resto de razas fuesen
inferiores). Aunque la autora confiesa que al principio (“Lo primero de todo
son siempre los personajes, por ahí empiezo a tirar del hilo”) no tenía muy
claro cuál iba a ser la historia: “Siempre escribo sobre escenarios que
conozco, bien porque he estado allí o porque voy a conocer el terreno si lo necesito,
y fue paseando por una playa del sur de Francia cuando pensé en el encuentro
entre dos desconocidos, ahí surgió la idea, después pensé que uno de ellos
arrastraba al otro a una catástrofe y me pareció un buen punto de partida”. El
personaje que se ve atrapado (y perseguido) por los problemas que trae consigo
Nathalie, la desconocida en apuros, es Simon, un alemán al que su creadora
califica sin ambages como “poco resolutivo” que pensaba pasar las vacaciones de
Navidad con sus hijos en la casa que el abuelo de los chicos posee en la
localidad veraniega de La Cadière pero al que (como en tantas ocasiones previas)
su ex mujer ha jugado una mala pasada en aras de sus propios intereses y con un
reiterado afán de venganza: “Me gustó ponerme en la piel de un hombre que debe
afrontar problemas que casi todo el mundo considera exclusivos de las mujeres:
nadie está exento de hacer o recibir daño y eso encajaba a la perfección con el
que muy pronto comprendí iba a ser el asunto principal: la trata de personas”.
Charlotte Link conoció el terrible asunto
muy de cerca durante una visita a Bulgaria (“Había un grupo de jóvenes que
conocía a una chica que un buen día desapareció y de la que nadie había vuelto
a saber nada”), reconoce que quedó impactada e incluso algo obsesionada, motivo
que le llevó a iniciar una investigación en la que descubrió con absoluta
desolación, gracias a un informe elaborado por la ONU en 2012, que “el 60% de
las personas condenadas por trata son mujeres”, duplicidad como víctima y verdugo
que refleja en las páginas de su novela con impactante veracidad. Este “golpe
de realidad” que experimentó le llevó a darse cuenta de que “la trata de
personas está mucho más cerca de lo que pensamos, no estamos tan protegidos
como queremos creer”, es algo que no sólo les sucede a los otros, “no hay que
cerrar los ojos, sino actuar”, tal y como lo hace la valerosa Ivana,
posiblemente el personaje con el que resulta imposible no empatizar y admirar,
la madre capaz de cualquier cosa por rescatar a su hija de los que la retienen
contra su voluntad para explotarla, la madre que se siente culpable por haberse
dejado obnubilar por los castillos en el aire que otra mujer construye para ilustrar
el que anuncia como prometedor futuro de lujo, glamour y éxito, la madre que se
convertirá en detective, en heroína que se enfrentará al frío, a la nieve, al
pánico silencioso de otras víctimas, a los nombres falsos y las direcciones
abandonadas, la madre que afrontará cualquier pesquisa sin tener en cuenta
amenazas ni posibilidades reales de muerte: “Lo que estas personas sufren me da
la posibilidad de entrar en la tragedia, en lo horrible, aunque siempre procuro
mantener el equilibrio y una cierta distancia como autora para que el lector
establezca sus propios lazos con la historia”.
Y ahí está, precisamente, el detalle que más
llamó mi atención y abatió de un plumazo más prejuicios que moscas aquel
sastrecillo tildado de valiente: en contra de lo que suele ser habitual en
otros escritores con los que la alemana comparte listas de libros más vendidos,
en otros ejemplos triunfales (por ventas) de este tipo de novelas (metiendo
también un servidor en el mismo saco a gente de lo más diverso, pero las
honrosas excepciones no hacen sino resaltar el modo en que tantos imitan al
resto y los que ahí están incluidos lo hacen con aquellos) en las que el
maniqueísmo más ramplón y básico campa a sus anchas, no hay matices, no hay ni
tan siquiera apuntes de personalidades complejas, con repliegues, con esquinas,
con recovecos, con gama de grises, Charlotte Link explora las ambigüedades,
incluso puede parecerlo a la hora de dibujar sus personajes en el sentido de
que no carga las tintas, da espacio al lector, por supuesto que hay quien clara
y objetivamente comete un delito y se le acusa y reprueba, pero desde la
acción, desde lo que se cuenta, no desde la omnisciencia de la autora: “Agradezco
que alguien destaque ese aspecto porque es algo buscado: quiero que haya
grises, diferentes tonalidades como sucede en la vida; es muy difícil encontrar
a alguien a quien condenar sin paliativos o a quien considerar perfecto, por
eso en cada personaje hay algo de mí: siempre me identifico con ellos en algún
aspecto para no perder de vista su humanidad”, que no hace referencia a que
sean bondadosos, sino creíbles (si el malo, digámoslo así, parece una
caricatura, es risible, está pintado con brocha gorda, el edificio se viene
abajo irremisiblemente). Y no hay duda de que los lectores le agradecen el
esfuerzo a la vista del número de ejemplares vendidos por el momento (en el título del texto tiene la cifra -y habría que actualizarla, puesto que es la que viene en la faja del libro que nos ocupa-) y los que
a buen seguro habrán de sumarse, responsabilidad que crece con cada nuevo
proyecto: “Es más fácil escribir cuando no se tiene lectores, es decir, al
principio de la carrera, ahora es inevitable sentirme presionada por unas
expectativas que no quiero defraudar. Pero, por otro lado, como no puedo
atender todas las peticiones que me llegan de los lectores, intento seguir
siendo yo misma, dejándome llevar por mi intuición, intentando adivinar qué
puede gustarles más”. Parece que, por el momento, no se le ha dado nada mal, ya
que en su país de origen desbancó en la lista de best sellers a Elena Ferrante,
J. K. Rowling, Stephen King o Jojo Moyes.