Recuerdo con sumo cariño (nunca voy a olvidarlos) aquellos irrepetibles días
en que formaba parte del equipo de la añorada Beatriz Pécker; tuve la inmensa
fortuna de que una de las periodistas y comunicadoras más grandes de este país
(y de cualquiera) me eligiese como sustituto del histórico José Ramón Rey (uno
de los baluartes de aquel espléndido programa llamado Fiebre del sábado) y, aunque en su momento no pudo incorporarme
(esas decisiones de los despachos: primero le dijeron que buscase a alguien,
después le impusieron una persona), no pasó demasiado tiempo hasta que me llamó
a casa porque ahora lo veía factible (uno de esos múltiples cambios en la
cúpula –los mismos que de un tiempo a esta parte no se suceden con la velocidad
deseable-), pero no quería decir mi nombre si yo no estaba de acuerdo; creo que
eso lo dice todo sobre su humildad y bondad, y pueden ustedes imaginar el
brinco que di: ¡Trabajar con Beatriz, la de Don
Domingo, la de Rockopop, un
permanente cascabeleo cuando aparecía en la redacción, divertida, ocurrente,
una sorpresa continua, la hija de José Luis! Por fortuna, los renglones no se
torcieron en esta ocasión, y me vi junto a ella (y a la entrañable Basi Vecino –la
vida nunca era aburrida ni triste con ella cerca y, de paso, asumía las tareas
de producción logrando que cada pieza encajase en el lugar idóneo-, el maestro
Dani –Daniel Gómez-España, uno de los realizadores más completos que puedan
encontrarse, la mano derecha de Bea, su marido, alguien que confío en mí más
allá de mis límites, alguien a quien siempre agradeceré todo lo que me apoyó,
ayudó y creyó en mis facultades, incluso en las que yo desconocía- y el querido
Arturo Martín –podríamos estar trabajando juntos, codo con codo, sin roces, sin
problemas, como nos enseñó Bea, pero hay güeros, auténticos agujeros negros,
que consumen, anulan, fagocitan el talento de los demás para que no haga aún
más patente su notoria mediocridad y consiguen hundirse en el sillón de sus
entretelas, mientras los gobiernos se suceden-), disfrutando de la tarde del
sábado como no lo hacía desde que era chaval, sin considerarlo un trabajo (pero
sin perder de vista mi responsabilidad) porque las horas fluían con la
facilidad que aporta una persona que lo es por encima de todo, amiga antes que
directora, compañera antes que jefa, humana como pocas, buena gente como
ninguna.
Y, aunque siempre tengo estas vivencias muy presentes (y lo pronto y
abruptamente que terminaron por una “genial idea” de Carmen Caffarel, esa buena
profesora –me dio clases en la Facultad- que conocía todos los aspectos
teóricos de su asignatura -Comunicación Social- pero a la que el cargo de
Directora General de RTVE vino un tanto grande y, tal vez por eso, decidió
terminar con él –su sustituto sería investido Presidente de la Corporación
RTVE-, llevándose de paso a grandes profesionales, a maestros que aún tenían
mucho que ofrecer y enseñar), me dio por reavivar su llama el otro día al
asistir al encuentro que Havana 7 (con la complicidad y apoyo de El Duende)
celebró para homenajear al periodismo cinematográfico. Vaya por delante mi
aplauso y agradecimiento tanto al ron como a la revista por seguir creyendo en
un oficio que, a pesar de lo emponzoñado y viciado que está, aunque parece
herido de muerte (en realidad, listo para el tiro de gracia), aún tiene
asideros y redaños para salir de la sima en que muchos (los propios periodistas
y tanto advenedizo que, la mayoría de las veces, ocupa un cargo en la cúspide
de los medios) parecen empeñados en enterrarlo, y por tender la mano
precisamente a aquellos que pueden salvarlo, a los verdaderos currantes, a los
que han dado lustre y brillo, categoría y trascendencia, prestigio y cimientos
a una de las profesiones más maravillosas; por eso, estos encuentros que tienen
lugar periódicamente en el Teatro Calderón (ya sé que tiene otro nombre, pero
para mí –y para tantos espectadores- será por y para siempre tan sólo “el
Calderón”) comenzaron glosando la labor de los llamados con toda justicia fotoperiodistas,
porque su labor va más allá del simple clic, para fijarse después en esos
nombres que nos ayudaron a amar la música, a no ponerle barreras, a curiosear,
a poner banda sonora a cada momento, a ampliar horizontes, a descubrir lo que
hay detrás de una canción que nos emociona (y, por supuesto, no podía ser de
otra forma, Beatriz fue una de las ponentes –La tierra de las mil músicas, Clásicos populares, Música golfa, Clave
de sol y los que ya hemos nombrado son sus poderes-). Y, de ese modo, llegó
la ocasión para hablar de los periodistas que dedican su tiempo al cine, y
mientras entrevistaban a Pablo para El Duende –en una conversación que espero
poder leer pronto en la versión digital de la revista-, hablando tanto de 24 horas de un periodista desesperado como
de Madres de película, surgió la
invitación para que acudiésemos al acto e incluso la posibilidad de que un
servidor participase en el vídeo introductorio al acto en que gran parte de los
considerados especialistas recordaban alguno de los avatares vividos en el
desempeño de nuestra labor informativa. ¡Fue todo un puntazo verme en pantalla
grande, precisamente en uno de mis teatros de cabecera –donde vi con la tía
Carmen un espectáculo de Manolo Escobar, junto a la llorada Toñi y la abuela,
donde pude ver a mi admirada Concha Velasco en todo su esplendor diciendo
aquello de ¡Mamá, quiero ser artista!-
y saberme parte de la profesión que sigo sintiendo como la mía!
Y por ahí fue por dónde até cabos para volver a pensar en Bea, ya que
recuerdo que en alguna ocasión tanto ella como Arturo me presentaban como “nuestro
crítico de cine” y yo renegaba de esa etiqueta ya que quería reivindicar el
aspecto periodístico de esa función tan vilipendiada, incomprendida,
menospreciada y encomendada en demasiadas ocasiones a personas que confunden
gustar del cine con saber de él o que incluso llegan a la misma por descarte,
como castigo, porque no hay otro a mano (lo que abunda en el hecho de que
muchas personas menosprecien a los críticos, metiendo a todo el mundo en el
mismo saco); en realidad, considero que la verdadera crítica es algo más
profundo, más meditado, con más horas de estudio y análisis, que aquello que
nos exige el día a día de la prensa: gracias al impulso de Pablo, ahora (al
mismo tiempo que escritor) puedo sentirme crítico de verdad cuando revisamos
las películas reunidas para alguno de nuestros libros, cuando busco
entrevistas, cuadernos de rodaje, veo documentales, escucho los comentarios del
DVD o Blu-Ray, cuando comento con Pablo algunos aspectos, en definitiva, cuando
desarrollamos un trabajo de muchas horas antes de dar un texto por concluido. Y
esto no significa que tire piedras a mi propio tejado, no es que considere
menor la labor crítica que aparece en los medios de comunicación, pero me gusta
ponerla en su sitio y entenderla como una impresión, un primer acercamiento,
una intuición, pero que debe responder a ciertos cánones de profesionalidad,
ética, conocimiento y gusto por lo que se hace.
Ya ven, uno se ha reconvertido en bloguero (y no me arrepiento de la
decisión, aunque me gustaría que fuese un complemento y no un sustitutivo), pero
eso no impide que mire con prevención muchos foros que parecen haberse
convertido en la voz oficial, en los que participa mucha gente que piensa que
el cine lo inventó el último director descubierto por el Festival de Sitges o
Christopher Nolan o alguno así (lo peor de todo es que desconocen la obra
completa de directores fundamentales y fundacionales), la misma que por un lado
desprecia a “la crítica” (dicho con el mayor desprecio, casi escupiendo) y por
otro (al dar cierta pátina profesional a su página) consigue que el común de
los mortales, el público, también mire mal a cualquiera que se presente como
crítico y desconfíe de ellos, considerándolos parte de esta cofradía que sólo
atiende y defiende a los que considera dignos. Todo ello, por supuesto, sumado
a los cada vez más numerosos errores que se encuentran en las páginas (físicas
o virtuales), en los micrófonos, en las opiniones delante de una cámara, a la
hora de hablar de cine, debido al poco dominio, a la nula especialización que
posee gran parte de los que tienen plataforma para expresarse. Y luego están
los intereses creados, los publicitarios (una forma muy perversa de ejercer
censura), los amiguismos (especialmente cuando se ocultan: al menos, seamos
honestos), las venganzas (ídem de ídem), y lo mucho que menosprecian e insultan
ciertos personajes públicos, quienes dicen que pasan de la crítica pero en
realidad demuestran lo mucho que les preocupa en cuanto no les es favorable (y
en esta labor de zapa y desprestigio hay que incluir a mucho jefe de prensa de
productoras y distribuidoras, que impiden el acceso a pases o deniegan
entrevistas a las primeras de cambio). Por eso fue un placer escuchar a colegas
que aportan dignidad, que son indoblegables, que escriben muy bien (algo que
tampoco abunda, por desgracia: es como si cualquier cosa valiese), que
fundamentan sus juicios, que saben exponerlos y, por encima de todo, que aman
el cine. ¡Gracias, Carlos Boyero, Oti Rodríguez Marchante, Enric González y
Toni García! (y perdón a Bea y Arturo por haberles corregido en alguna ocasión:
¡Sí, soy crítico de cine!).