viernes, 28 de junio de 2013

TIEMPOS CRÍTICOS PARA LA CRÍTICA






   Recuerdo con sumo cariño (nunca voy a olvidarlos) aquellos irrepetibles días en que formaba parte del equipo de la añorada Beatriz Pécker; tuve la inmensa fortuna de que una de las periodistas y comunicadoras más grandes de este país (y de cualquiera) me eligiese como sustituto del histórico José Ramón Rey (uno de los baluartes de aquel espléndido programa llamado Fiebre del sábado) y, aunque en su momento no pudo incorporarme (esas decisiones de los despachos: primero le dijeron que buscase a alguien, después le impusieron una persona), no pasó demasiado tiempo hasta que me llamó a casa porque ahora lo veía factible (uno de esos múltiples cambios en la cúpula –los mismos que de un tiempo a esta parte no se suceden con la velocidad deseable-), pero no quería decir mi nombre si yo no estaba de acuerdo; creo que eso lo dice todo sobre su humildad y bondad, y pueden ustedes imaginar el brinco que di: ¡Trabajar con Beatriz, la de Don Domingo, la de Rockopop, un permanente cascabeleo cuando aparecía en la redacción, divertida, ocurrente, una sorpresa continua, la hija de José Luis! Por fortuna, los renglones no se torcieron en esta ocasión, y me vi junto a ella (y a la entrañable Basi Vecino –la vida nunca era aburrida ni triste con ella cerca y, de paso, asumía las tareas de producción logrando que cada pieza encajase en el lugar idóneo-, el maestro Dani –Daniel Gómez-España, uno de los realizadores más completos que puedan encontrarse, la mano derecha de Bea, su marido, alguien que confío en mí más allá de mis límites, alguien a quien siempre agradeceré todo lo que me apoyó, ayudó y creyó en mis facultades, incluso en las que yo desconocía- y el querido Arturo Martín –podríamos estar trabajando juntos, codo con codo, sin roces, sin problemas, como nos enseñó Bea, pero hay güeros, auténticos agujeros negros, que consumen, anulan, fagocitan el talento de los demás para que no haga aún más patente su notoria mediocridad y consiguen hundirse en el sillón de sus entretelas, mientras los gobiernos se suceden-), disfrutando de la tarde del sábado como no lo hacía desde que era chaval, sin considerarlo un trabajo (pero sin perder de vista mi responsabilidad) porque las horas fluían con la facilidad que aporta una persona que lo es por encima de todo, amiga antes que directora, compañera antes que jefa, humana como pocas, buena gente como ninguna.

   Y, aunque siempre tengo estas vivencias muy presentes (y lo pronto y abruptamente que terminaron por una “genial idea” de Carmen Caffarel, esa buena profesora –me dio clases en la Facultad- que conocía todos los aspectos teóricos de su asignatura -Comunicación Social- pero a la que el cargo de Directora General de RTVE vino un tanto grande y, tal vez por eso, decidió terminar con él –su sustituto sería investido Presidente de la Corporación RTVE-, llevándose de paso a grandes profesionales, a maestros que aún tenían mucho que ofrecer y enseñar), me dio por reavivar su llama el otro día al asistir al encuentro que Havana 7 (con la complicidad y apoyo de El Duende) celebró para homenajear al periodismo cinematográfico. Vaya por delante mi aplauso y agradecimiento tanto al ron como a la revista por seguir creyendo en un oficio que, a pesar de lo emponzoñado y viciado que está, aunque parece herido de muerte (en realidad, listo para el tiro de gracia), aún tiene asideros y redaños para salir de la sima en que muchos (los propios periodistas y tanto advenedizo que, la mayoría de las veces, ocupa un cargo en la cúspide de los medios) parecen empeñados en enterrarlo, y por tender la mano precisamente a aquellos que pueden salvarlo, a los verdaderos currantes, a los que han dado lustre y brillo, categoría y trascendencia, prestigio y cimientos a una de las profesiones más maravillosas; por eso, estos encuentros que tienen lugar periódicamente en el Teatro Calderón (ya sé que tiene otro nombre, pero para mí –y para tantos espectadores- será por y para siempre tan sólo “el Calderón”) comenzaron glosando la labor de los llamados con toda justicia fotoperiodistas, porque su labor va más allá del simple clic, para fijarse después en esos nombres que nos ayudaron a amar la música, a no ponerle barreras, a curiosear, a poner banda sonora a cada momento, a ampliar horizontes, a descubrir lo que hay detrás de una canción que nos emociona (y, por supuesto, no podía ser de otra forma, Beatriz fue una de las ponentes –La tierra de las mil músicas, Clásicos populares, Música golfa, Clave de sol y los que ya hemos nombrado son sus poderes-). Y, de ese modo, llegó la ocasión para hablar de los periodistas que dedican su tiempo al cine, y mientras entrevistaban a Pablo para El Duende –en una conversación que espero poder leer pronto en la versión digital de la revista-, hablando tanto de 24 horas de un periodista desesperado como de Madres de película, surgió la invitación para que acudiésemos al acto e incluso la posibilidad de que un servidor participase en el vídeo introductorio al acto en que gran parte de los considerados especialistas recordaban alguno de los avatares vividos en el desempeño de nuestra labor informativa. ¡Fue todo un puntazo verme en pantalla grande, precisamente en uno de mis teatros de cabecera –donde vi con la tía Carmen un espectáculo de Manolo Escobar, junto a la llorada Toñi y la abuela, donde pude ver a mi admirada Concha Velasco en todo su esplendor diciendo aquello de ¡Mamá, quiero ser artista!- y saberme parte de la profesión que sigo sintiendo como la mía!

   Y por ahí fue por dónde até cabos para volver a pensar en Bea, ya que recuerdo que en alguna ocasión tanto ella como Arturo me presentaban como “nuestro crítico de cine” y yo renegaba de esa etiqueta ya que quería reivindicar el aspecto periodístico de esa función tan vilipendiada, incomprendida, menospreciada y encomendada en demasiadas ocasiones a personas que confunden gustar del cine con saber de él o que incluso llegan a la misma por descarte, como castigo, porque no hay otro a mano (lo que abunda en el hecho de que muchas personas menosprecien a los críticos, metiendo a todo el mundo en el mismo saco); en realidad, considero que la verdadera crítica es algo más profundo, más meditado, con más horas de estudio y análisis, que aquello que nos exige el día a día de la prensa: gracias al impulso de Pablo, ahora (al mismo tiempo que escritor) puedo sentirme crítico de verdad cuando revisamos las películas reunidas para alguno de nuestros libros, cuando busco entrevistas, cuadernos de rodaje, veo documentales, escucho los comentarios del DVD o Blu-Ray, cuando comento con Pablo algunos aspectos, en definitiva, cuando desarrollamos un trabajo de muchas horas antes de dar un texto por concluido. Y esto no significa que tire piedras a mi propio tejado, no es que considere menor la labor crítica que aparece en los medios de comunicación, pero me gusta ponerla en su sitio y entenderla como una impresión, un primer acercamiento, una intuición, pero que debe responder a ciertos cánones de profesionalidad, ética, conocimiento y gusto por lo que se hace.

   Ya ven, uno se ha reconvertido en bloguero (y no me arrepiento de la decisión, aunque me gustaría que fuese un complemento y no un sustitutivo), pero eso no impide que mire con prevención muchos foros que parecen haberse convertido en la voz oficial, en los que participa mucha gente que piensa que el cine lo inventó el último director descubierto por el Festival de Sitges o Christopher Nolan o alguno así (lo peor de todo es que desconocen la obra completa de directores fundamentales y fundacionales), la misma que por un lado desprecia a “la crítica” (dicho con el mayor desprecio, casi escupiendo) y por otro (al dar cierta pátina profesional a su página) consigue que el común de los mortales, el público, también mire mal a cualquiera que se presente como crítico y desconfíe de ellos, considerándolos parte de esta cofradía que sólo atiende y defiende a los que considera dignos. Todo ello, por supuesto, sumado a los cada vez más numerosos errores que se encuentran en las páginas (físicas o virtuales), en los micrófonos, en las opiniones delante de una cámara, a la hora de hablar de cine, debido al poco dominio, a la nula especialización que posee gran parte de los que tienen plataforma para expresarse. Y luego están los intereses creados, los publicitarios (una forma muy perversa de ejercer censura), los amiguismos (especialmente cuando se ocultan: al menos, seamos honestos), las venganzas (ídem de ídem), y lo mucho que menosprecian e insultan ciertos personajes públicos, quienes dicen que pasan de la crítica pero en realidad demuestran lo mucho que les preocupa en cuanto no les es favorable (y en esta labor de zapa y desprestigio hay que incluir a mucho jefe de prensa de productoras y distribuidoras, que impiden el acceso a pases o deniegan entrevistas a las primeras de cambio). Por eso fue un placer escuchar a colegas que aportan dignidad, que son indoblegables, que escriben muy bien (algo que tampoco abunda, por desgracia: es como si cualquier cosa valiese), que fundamentan sus juicios, que saben exponerlos y, por encima de todo, que aman el cine. ¡Gracias, Carlos Boyero, Oti Rodríguez Marchante, Enric González y Toni García! (y perdón a Bea y Arturo por haberles corregido en alguna ocasión: ¡Sí, soy crítico de cine!).