viernes, 20 de junio de 2014

DUDAR SIN DUDARLO







   A pesar de gozar de un merecido prestigio, de que algunas de sus obras se han llevado a la gran pantalla y de que una buena parte de su producción puede encontrarse traducida al castellano, A. S. Byatt sigue siendo una autora minoritaria, afectada, como tantos escritores que se salen de lo convencional, de lo estipulado, de lo repetido hasta la saciedad, de lo clónico, de imitar sin sonrojo lo que dio buenos réditos en una ocasión, de una aureola de “difícil” que provoca el rechazo de aquellos que sólo buscan libros que puedan llamar “divertidos”, “entretenidos”, con los que “pasar un buen rato” (lo que es muy lícito, por supuesto: debe haber lectores de todo tipo –aunque los editores no parezcan tenerlo en cuenta, dirigiendo sus pasos hacia lo que haya triunfado en otro sello, mimetizándose los unos con los otros, abrumando con multiplicidad de títulos cuyos contenidos son intercambiables, el desarrollo de meras fórmulas-, lo malo es cuando el propio mercado, algunas voces consideradas autorizadas –y algunas lo son de pleno derecho, pero con tendencia a encaramarse a pedestales, a marcar distancias, menospreciando excelente literatura por encuadrarse en un género que ellos consideran “menor” o “fácil”-, la escasa, nula o pobre información que llega al público le hace pensar que no está preparado intelectualmente para apreciar determinados textos). Pero siempre hay pequeñas islas en medio de este océano proceloso que satisfacen las ansias del lector aventurero, incluso en sellos grandes, importantes, destacados, que al margen de buscar (y conseguir) el libro más vendido del momento, el autor que asegura ventas (lo que, por otro lado, no conlleva que su calidad sea inferior a la de tantos que no consiguen despegar), guardan parcelas para ampliar su catálogo con firmas que, al menos por el momento, son reconocidas por la crítica, por los expertos, por los paladares exquisitos que no cesan de probar nuevos sabores, pero ignorados por esa gran masa lectora que sustenta el negocio; de hecho, Byatt fue distribuida por Anagrama, posteriormente por Alfaguara y también por Lumen, aunque, repito, no con el empuje y difusión que merecería: si bien es cierto que sus obras rompen muchos moldes y pueden desconcertar en un principio incluso al más avezado, en cuanto uno se adentra en alguna de sus narraciones es imposible no sentirse prisionero por una prosa envolvente, penetrante, con un ritmo preciso, de gran altura intelectual pero de fácil comprensión porque ahonda en las emociones, en las pasiones, en las profundidades de la mente y el alma, en un lenguaje reconocible por nacer de y estar próximo al corazón; su riqueza estilística es apabullante, su inmensa cultura le permite hablar con rigor, con conocimiento, con sabiduría sobre los asuntos más dispares y transforma el asunto más abstruso o más alejado de nuestro interés en algo apasionante porque ahí radica el meollo de su narración, el porqué de la historia, el epicentro que da sentido y unidad a todo lo demás. Su escritura no conoce límites y puede versar sobre pintura, sobre biología, sobre darwinismo, sobre la literatura de otros (su labor crítica y analítica, su labor como editora también merecería mayor reconocimiento), escribiendo como en otras épocas, conociendo los resortes que cada narración necesita, creando un universo propio que integra lo fantástico, lo imaginado, lo soñado, lo intuido, con una naturalidad que es una de sus grandes bazas: la ausencia de fatuidad, de engolamiento, de recrearse más de lo debido, de primar el envoltorio y descuidar el contenido (como muchos que agotan el diccionario pero no transmiten ni siquiera un remedo de emoción), consigue que en una novela tan espléndida como Posesión sean igual de interesantes los textos que analizan los personajes como su propia peripecia (textos, por cierto, creados por ella pero atribuidos a autores victorianos –y sólo un erudito muy versado y especializado en el tema podría notar el “engaño”, tal es su capacidad para mimetizar y reproducir los modismos, el tono, el ritmo, la calidad de aquellos a los que homenajea-) o que en ese díptico insólito, asfixiante pero cautivador, fascinante y hechizante, perturbador y sugestivo que se conoce como Ángeles e insectos no nos saltemos ni una sola línea de un tratado entomológico (antes al contrario, no podamos despegar nuestros ojos) o que las explicaciones sobre ectoplasmas, espíritus y otras materializaciones, la parte que podríamos llamar meramente técnica, guste tanto o más que las interacciones entre los dos mundos, base de la segunda narración de este portentoso volumen.

   Y es precisamente en esa gran novela (así lo parece aunque está integrada por dos: Morpho Eugenia y El ángel conyugal, totalmente independientes –con un elemento en común que es totalmente secundario e incluso prescindible- pero que se articulan y funcionan como una extraña unidad), en ese título que no hace demasiado, con todo acierto, recuperó Debolsillo, aunque nosotros ya lo teníamos en casa gracias a que Pablo rescató, como en tantas ocasiones, de una librería de lance un ejemplar de la edición de Anagrama a mediados de los 90 del pasado siglo, el lugar en el que encontré una cita de Tennyson que me hizo reflexionar: “Alienta más fe en una duda honesta, / creedme, que en la mitad de los credos”. Y andaba dándole vueltas al asunto, recordando aquello de la duda metódica de Descartes (uno de los filósofos que era posible tema en la Selectividad que sufrí hace ya muchos años –precisamente ahora que mi sobrino andaba a vueltas con ella, justo cuando han anunciado su deseada y necesaria supresión para dentro de pocos años-), lo de “pienso, luego existo” (aunque fue acusado de plagio, el caso es que ha quedado vinculado a él y que nunca quedó probado en un tribunal quién lo formuló primero), lo de no dar nada por sabido, lo de no aceptar nada cuya evidencia no hayamos podido confirmar por nosotros mismos (“No admitir cosa alguna como verdadera, sino a condición de ser conocida su verdad con evidencia por nuestro pensamiento: con respecto a la verdad, el pensamiento humano debe ser libre de toda autoridad, y sólo debe someterse a la evidencia como regla única de verdad y certeza”), cuando leyendo a otra grande, Patricia Highsmith, en concreto El grito de la lechuza, autora que comparte audacia narrativa y profundidad psicológica con A. S. Byatt, que dignificó el género policiaco como pocos (en realidad, amplió sus horizontes, coadyuvó a su evolución, le ensanchó las costuras, demostró que no hay nada ínfimo a priori, que todo depende del que escribe, de si es poeta huero o autor de alcance), apareció una cita de William Blake que saltó a mi mente con agilidad de felino: “Quien enseñe a un niño la duda, / por siempre jamás se pudrirá en su tumba”. Por un lado, conviene recordar que la Biblia fue una de las máximas influencias en la producción del visionario y grandioso poeta y, por otro, que el método filosófico desarrollado por Descartes pretendía imponer el racionalismo como oposición al imperante pensamiento católico en el que todo se sustentaba en dogmas de fe irrebatibles, aunque en realidad no es incompatible refrendar la sentencia de Tennyson y la de Blake, aunque esta segunda con muchos matices, en el sentido de que a un niño hay que avivarle la curiosidad, el interés, espolearle la imaginación, la natural tendencia a preguntar por todo y a querer comprenderlo todo, no hay que sembrarle dudas que puedan inquietarle, paralizarle, convertir en desconfiado, anticiparle circunstancias que deberá ir descubriendo en su aprendizaje, en su eclosión, en su maduración, pero uno, llegado el caso, prefiere pudrirse en su tumba (al fin y al cabo, es nuestro destino natural, no nos engañemos) a imponer a una mente en formación, a una personalidad en desarrollo, a un corazón que adquiriendo sus propios latidos, un esquematismo feroz y reduccionista, palabras en las que debe creer “porque te las digo yo”, frases tan estúpidas y equívocas como “haz lo que yo te diga, pero no lo que yo haga” cuando se supone que los mayores hemos de ser el ejemplo, el espejo en que mirarse, su por así decirlo primer y fundamental libro de texto o sentencias tan tontas y categóricas como “cuando seas padre comerás huevos”; sí, para cada cosa hay un momento, un tiempo, no hay que ser el Pancho López del famoso corrido porque entonces lo más que lograremos es crear otro joven cadáver, aunque no sea literalmente, sí anímica, moral, íntimamente, una especie de nulidad que llega a todo demasiado pronto, no es capaz de valorarlo en su medida, se pierde, al final se defiende a través de la desidia, la no asunción de funciones y/o deberes, quedarse al margen, refugiarse en el hastío de pensar que ya lo ha visto todo, pero tampoco es de recibo crear clones, papagayos que repiten los esquemas, consignas, razonamientos que en realidad son imposiciones, que vamos depositando en sus cerebros en formación. Volviendo a las palabras de Tennyson, dudar con honestidad, como ejercicio intelectual, con el ánimo de seguir aprendiendo, huyendo de categorizaciones, de generalizaciones perversas e interesadas, de dogmas presentados como irrebatibles, de verdades a medias, de ausencia del otro lado (todo tiene más de una versión, diversas facetas, posibilidad de reinterpretación y negársela puede ser artero, obtuso, inconsciente y, especialmente, muy peligroso), se presenta como ejercicio necesario para evolucionar (y eso no tiene nada que ver con el que es desconfiado por naturaleza, el que todo lo pone en duda sólo porque lo dice otro distinto a él, porque esa no es una posición intelectual, sencillamente es una manifestación más de la cerrazón a aceptar la discrepancia). ¡Qué maravilla cuando un autor lleva a otro y ese al de más allá y cuando estableces corrientes subterráneas, desconocidas, maridajes entre personas a las que admiras (y no importa que cada una haya escrito sin conocer o tener en cuenta lo de la otra –de hecho, entre El grito de la lechuza y Ángeles e insectos hay treinta años de diferencia: la primera se publicó en 1962, la segunda en 1992-, lo mágico es lo que queda en tu ánimo, en tu experiencia lectora, en la duda de cuál será el siguiente título que leerás de cada una de ellas).