Lo mejor de sentirse lector, espectador, público, amante de las artes,
es soñar, anticipar, imaginar, desear, intuir, dejarse sorprender por una
noticia, una marquesina, una recomendación, ir tanteando, envolverse de azar y
comprar una entrada por un pálpito, guiarse por los latidos del corazón que bombea
sangre sólo ante la posibilidad de volver a estar sentado en un patio de
butacas, frente a una pantalla o cualquier dispositivo en que pueda verse una
película, mirar hacia un lado y hacia otro observando al resto de asistentes,
compartiendo un guiño cómplice con la única compañía deseada, un apretón de manos,
una caricia previa al disfrute (esa es la intención, al menos), mirando la hora
varias veces para que llegue ese momento en que todo parece y resulta posible
cuando se apagan las luces, se alza el telón, comienza la proyección, la
función da inicio, acariciando un libro pero sin abrirlo, hojearlo lentamente,
posar los ojos en cualquier línea, releer la solapa, la contraportada, darle
vueltas en las manos, en definitiva, la ceremonia, el ritual que cada uno guste
seguir para esos momentos previos a sumergirse en la lectura, en las imágenes,
en lo que cobra vida sobre el escenario, en ocasiones la espera, la
preparación, lo anterior supera con creces a lo que uno recibe del espectáculo
y ese casi permanente cosquilleo, esa continua comezón ante los cambios de
cartelera, esa irremediable y propiciada capacidad para la sorpresa es la que,
por fortuna, uno ha logrado no perder a lo largo de los años. Y fue por todo
ello, y por mi ingobernable curiosidad camuflada como tantas veces tras la
apariencia de la obligación periodística (así me tomo este blog, por muy íntimo
y personal que parezca/sea: como mi constante reivindicación de una profesión a
la que no voy a renunciar), fue por empezar a reservar fechas, por hacer planes
con Pablo, por relamerme de placer, por ir abriendo boca, por lo que no pude
resistirme a la invitación del Centro Dramático Nacional para conocer lo que
será realidad a partir de septiembre, la programación para la temporada 2014-2015.
Y el agradable paseo hacia el María Guerrero comenzó con una sorpresa que me
disparó el pulso y con la que empezaron a cumplirse mis mejores auspicios: el
teatro Marquina anuncia que el 5 de septiembre, tras el parón veraniego, volverá
a abrir sus puertas con el estreno de Largo
viaje hacia la noche de Eugene O´Neill, protagonizada por Vicky Peña y
Mario Gas. ¡Madre mía, qué gloria! (confiemos en que el resultado se parezca
más al conseguido con A Electra le sienta
bien el luto, por no cambiar de autor, montaje que, dirigido por Mario Gas
y con Emilio Gutiérrez Caba, Emma Suárez y el nunca olvidado Constantino Romero
vimos precisamente en el María Guerrero, que a aquel despropósito que se supone
era Un tranvía llamado Deseo, con la
Vicky Peña más ridícula y menos adecuada que hemos sufrido jamás).
Notaba que mis pasos tenían un ritmo diferente según me acercaba a la sede del Centro Dramático en la calle Tamayo y Baus, y más cuando empecé a leer los títulos que se anunciaban en los expositores de su fachada: aún sin aparecer algunos directores ni los intérpretes, saber que se representarán una obra de Marivaux, Rinoceronte de Ionesco, Hedda Gabler de Ibsen, Fausto de Goethe, El testamento de María de Colm Tóibín o La pechuga de la sardina de Lauro Olmo, ya supone toda una tormenta emocional para el amante del teatro. La rueda de prensa es en la sala, en la preciosa sala en la que tan gratos momentos he/hemos vivido, en ese lugar en el que te sientes a salvo, en ese patio de butacas en que se respira atmósfera teatral y sobre el escenario hay unos cuantos veladores en los que ya hay personas sentadas y hacia donde se dirigen algunas otras: la iluminación es por el momento escasa, se intuyen rostros, se reconocen siluetas, se mezclan voces, pero por mi lado pasa Blanca Portillo y antes de confirmar el dato en el dossier de prensa siento que la electricidad se apodera de mí porque la sueño como la María que creó Tóibín, esa madre desgarrada, escéptica, desengañada, decepcionada, despojada del halo de santidad, de su estigma virginal, del papel otorgado por otros en el calvario de su hijo (para saber algo más sobre tan espléndido texto, perdón por la autocita, puede recuperarse mi entrada en este mismo blog: http://www.elarpadebecquer.blogspot.com.es/2014/04/el-duelo-de-una-madre.html). No sólo es así, sino que El testamento de María será el debut teatral (“el desvirgamiento”, como dice entre risas la actriz cuando presentan el proyecto) de un director de cine por el que siento veneración, a pesar de algunos errores estrepitosos: Agustí Villaronga, quien a buen seguro sabrá extraer los múltiples ecos, los innumerables matices, la hondura y la rotunda sencillez formal, la poética que anida en cada palabra forjada por el gran autor irlandés.
Mientras converso con Antonio Castro, oigo que alguien saluda “buenos días, Cayetana” y, obviamente, es la Guillén Cuervo quien, junto a Eduardo Vasco, se dirige hacia el lugar que tiene reservado en escena y, haciendo un rápido repaso por lo que he empezado a memorizar y conociendo su gusto por textos con contenido, clásicos aunque puedan ser bastante recientes, tras el homenaje a su padre con El malentendido de Camus y el éxito de público y crítica en el Valle Inclán (la otra gran sede del CDN, con dos espacios muy diferenciados; la tercera, la Sala de la Princesa, está justo debajo de donde nos encontramos ahora) que incluso provocó que el montaje regresara a Madrid aunque en otra ubicación, creo poder adivinar que ella dará vida a la inmortal creación de Ibsen, tan mítica como la Nora de Casa de muñecas, intuición que se confirma poco después cuando voy cotilleando con algo más de atención que al principio lo que el dossier anticipa y Ernesto Caballero, el director del CDN, confirma cuando empieza a desgranar la programación pidiendo que actores, dramaturgos y directores presentes expliquen algo sobre sus montajes. Busco con avidez la página en la que se habla sobre La pechuga de la sardina de Lauro Olmo porque tengo querencia por este autor, arrinconado, olvidado, menospreciado por los que no le conocen, etiquetado por unos y otros sin reflejar su verdadera personalidad de hombre de teatro, sin reconocerle los méritos debidos, sepultado por la fama de algunos de sus contemporáneos o por los intereses partidistas de los que rigieron los destinos de los años en que escribía y estrenaba (en este caso concreto, 1963) y, además, aunque no comprendiese su magnitud, su significado, su trascendencia, recuerdo haberme quedado cautivado con el Estudio 1 emitido en 1982 por el que una maravillosa Emma Penella ganó el Premio TP a la mejor actriz del año, acompañada por señoras como Amelia de la Torre, Marisa Paredes, Verónica Forqué o la malograda Inma de Santis; cuando leo que la función será dirigida por Manuel Canseco respiro aliviado porque pocas personas aman el teatro como él, alumno directo del añorado José Luis Alonso, hombre entregado a la profesión, infatigable, completo, con una sabiduría infinita, pero no le reconozco al principio sentado en uno de los veladores porque una presencia magnética e inmensa reclama mi atención: ¿Aquella no es…? Sí, yo diría que sí, al menos lo parece… Sí, sí, no hay duda: ese perfil, ese porte, ese señorío, esa aureola de enorme actriz… ¡Terele Pávez! De repente, me descubro rogando a Talía (la musa, no la mexicana) que, por favor, esté allí para rendir tributo a su hermana y heredar el personaje que inmortalizó Emma Penella en televisión; es algo que no aclaran ni actriz ni director (mucho antes de que les llegue el turno, en cuanto se ilumina el escenario compruebo que Canseco está a su lado y termino mi propio puzzle), de hecho todavía no está cerrado el reparto (el estreno tendrá lugar, fíjate lo que son las cosas, un día antes de mi cumpleaños en febrero de 2015), se cita a Amparo Pamplona, a Alejandra Torray, se anticipa “alguna cosita que aún estamos pergeñando y que creo yo que será del agrado del público”, se describe la escenografía (y, honestamente, es como para levitar, al menos en palabras del director –confío en no imaginar más de la cuenta, aunque se me antoja bastante difícil que este montaje me decepcione-) y Terele da las gracias porque “tras mucho esperar, por fin voy a actuar en el Centro Dramático Nacional. Lo cierto es que no estaba impaciente, me decía “este año tampoco, Terele, ¡verás cómo el próximo te toca! ¡Y aquí estoy por fin!”. Sólo por compensar esa injusticia, esa falta grave, merecerá la pena acudir a ovacionar a Terele como es de recibo hacer.
Como en todo, en una programación tan amplia, en los condicionantes de un teatro público, en las posibilidades de los espacios disponibles, hay mucho que puede discutirse, cada uno somos el mejor director de teatro que conocemos, el mejor gesto, y cambiaríamos esto, modificaríamos aquello, huiríamos de nuestras fobias y nos entregaríamos con delectación a nuestras filias, pero nadie puede negar a Ernesto Caballero su pasión, su conocimiento, su gusto por el buen teatro venga de donde venga, sin fáciles concesiones ni vacíos clamorosos, sus ganas porque la oferta sea variada, atractiva, con posibilidades para el descubrimiento, para el refrendo, para el recuerdo, para el respeto por los clásicos, para seguir haciendo público; y, además, se la jugará como director con el Ionesco anunciado, una nueva posibilidad para disfrutar con mi admirado Fernando Cayo, el reencuentro con el buen actor a veces tapado por su personaje Pepe Viyuela, esa persona humilde, discreta, currante como pocos, que recuerda que “el teatro tiene que revolver, no sólo como algo subversivo, sino dar un vuelco en nuestras almas, en la vida, unirnos, arrejuntarnos. Pido al Gobierno que recuerde que el teatro es una necesidad, no un mero entretenimiento, es útil para la sociedad y por eso hay que protegerlo”. Y mis amados Juan Margallo y Petra Martínez también estarán presentes con ¡Chimpón! Panfleto Post Mórtem, dos grandes a los que debemos mucho más de lo que seremos capaces de agradecerles: Petra no ha venido, ayer mismo estaban celebrando su septuagésimo cumpleaños, pero Juan cuenta parte de la obra, dialogándola, haciéndonos reír y disfrutar como él sabe, alegrándonos la existencia, abriendo aún más ganas –siempre las hay- de verles en escena; el Marivaux lo dirige Flotats, toda una garantía, Guillermo Heras prepara Salvator Rosa o el artista de Francisco Nieva, Pablo Messiez se hará cargo de La piedra oscura con García Lorca y Rodríguez Rapún como protagonistas, un interesante proyecto llamado Trilogía de la ceguera va a reivindicar, a presentar, a poner el foco sobre la obra de Maurice Maeterlink, hay mucho por ver, depende de las preferencias de cada uno, yo aquí he reseñado las que más han tocado mi alma de espectador, las que merecen un hueco en mi agenda, pero pueden consultarla completa e incluso descargarse el pdf con toda la información en http://cdn.mcu.es/ y, así, elegir lo que les parezca oportuno.