Si bien es cierto que puede parecerlo (y tal
vez en su formulación anidaba esa intención), nunca he pensado que la frase “detrás
de cada gran hombre siempre hay una gran mujer” sea discriminatoria y/o
misógina, en parte porque (al menos es la lectura que me gusta hacer y la creo
pertinente y bien fundada) está denunciando algo que durante mucho tiempo se ha
ocultado/obviado/negado, algo que muy interesadamente se ha tapado, llegando incluso
a mentir, a alterar lo que se ha transmitido como Historia, algo en lo que
generaciones posteriores han abundado, por no tener los datos suficientes, por
no poseer la capacidad ni, sobre todo, los recursos para acceder a documentos
que desacrediten la versión oficial y comúnmente aceptada, también por ese
terrible silencio de los mansos, esos que no se atreven a contradecir ni a
plantar cara a los expertos, eruditos, autoridades las más de las veces
autoritarias (y con muy poco o nada del significado del término en lo que a
prestigio bien ganado y crédito merecido se refiere), voces en muchas casos
autoproclamadas como autorizadas que imponen su criterio (muy especialmente la
falta del mismo) y a las que nadie osa ni toser (véase, sin ir más lejos, el
modo en que tantos han optado por imitar a Belinda tras la nueva bravuconería
de Javier Marías, teniendo en esta ocasión a Gloria Fuertes como víctima);
antes de seguir enrollándome (y calentándome la sangre, para qué nos vamos a
engañar), retomo el hilo afirmando que la famosa sentencia de marras me parece
una llamada de atención, el recordatorio de que nadie (o casi nadie, sólo
algunas personas privilegiadas -y, por fortuna, no sólo hombres-) logra nada
por sí solo, que, de una forma u otra, necesita apoyos, ayuda, trabajo en
unión, la estabilidad que proporcionan aquellos a los que se considera los
propios (y da igual compartir o no sangre: los auténticos lazos de afectividad,
los irrompibles por fuertes que sean los vientos -se lo tomo prestado a Roberto
Carlos- no entienden de consanguinidad), pone el dedo en la llaga al desmontar
(generalizando, sí, pero a veces no queda otra) grandezas, al retirar
pedestales, al abrir un resquicio para que puedan ir asomando la cabeza tantas
figuras ocultas que han visto cómo los réditos, la gloria, el reconocimiento,
la honra, la celebridad proporcionada por sus descubrimientos, por su trabajo,
por su ingenio, por su arte, cualquier consideración les era arrebatada
impunemente para ser recibida en exclusiva por el varón, más macho de la
especie que nunca (también hay quien discute el hecho de que se diga “detrás” y
no “al lado”, “junto a” o fórmula similar, pero en este caso no lo veo como un
ninguneo, como una jerarquización, porque, continuando con la misma dirección
en mi reflexión, “detrás” -e incluso “debajo” o cualquier adverbio que pueda
indicar sometimiento- nos habla directamente del modo en que se ha considerado
a las mujeres como ciudadanas de segunda clase, el reposo del guerrero, las que
tenían que quedarse en casa y con la pata quebrada, las que no podían abrir una
cuenta de ahorro, las que apenas tenían acceso a la educación -no digamos a la
posible erudición-, de ahí que convenga descorrer ese velo para comprobar quién
ha sido dejada atrás -o bajo la alfombra si la imagen es aceptable: no es que
uno compare a las mujeres con la suciedad que allí se acumula y que se
considera desaparecida al no estar a la vista, pero así se las ha (mal)tratado
durante siglos y aún hoy mismo-).
Dario Fo dejó muy claro que los laureles no
eran de su exclusividad, hizo el mejor de los cantos posibles a su compañera de
vida y obra cuando reclamó recibir el Nobel de Literatura junto a Franca Rame
por su obra no sería la misma sin su intervención, sin su influencia, sin su
participación activa, es más, puede que de no haberse encontrado y trabajado
juntos la Academia Sueca jamás le hubiese premiado (¡Qué diferencia con aquella
arribista que, tras recibir su marido el mismo premio -por lo mucho escrito
antes de que se conocieran-, hablaba en primera persona del plural y explicaba
cómo era su vida “desde que ganamos el Nobel”! ¡Ay, Marina!), y así lo dejó
claro en su discurso de agradecimiento (que dio en solitario porque Franca
estaba actuando en Italia) cuando concluyó afirmando “este premio es para los
dos”, quedando muy claro en sus palabras previas quedaba por qué esa rúbrica
era justa y necesaria, marcando con toda la intención el modo en que debe
leerse e interpretarse su obra, sin perder de vista a la talentosa Rame. En el
caso de Pareja abierta no hay pie
para las suspicacias (siempre aparece el que está dispuesto a negar la mayor -y
sobre todo autorías-, el que resiste a reconocer méritos, el que dice “no será
para tanto” aunque no conozca nada de la producción de Fo para hablar en
términos comparativos, para saber por qué se nota tanto, y para bien, la
creación a dos mentes trabajando como si fuese una), puesto que se presenta
como una obra escrita por ambos, la firman Dario Fo y Franca Rame, primordial
el elemento feminista que impregna el texto, la burla hacia el típico macho
latino que sólo busca su satisfacción y que, bajo su apariencia de progre,
moderno, liberal, igualitario, mantiene muy vivo su corazón de bestia que
intenta camuflar como beneficioso para la pareja lo que tan sólo es expansión
propia, maquillaje para su querencia a la infidelidad, a la promiscuidad, a “lo
que es propio de hombres” y como tal hay que aceptarlo. Y, a pesar de lo que
pueda parecer, en la función también hay tiempo para ridiculizar ciertos
comportamientos de la mujer, no hay maniqueísmo, se rehúye cualquier
esquematismo, se trata de entender que todos y todas (aquí sí recurro a esta
fórmula un tanto absurda, digna de una susceptibilidad que debemos ir venciendo
para actuar en lo verdaderamente importante -que algunos se quedan en lo
anecdótico para no ir más allá-) tenemos luces y sombras y podemos caer en los
errores, en las injusticias, en los abusos que denunciamos en la otra persona. Y
es fácil reconocer a muchos en el personaje masculino de Pareja abierta, esos que ven socavada su hombría a las primeras de
cambio, incluso aunque su mujer se limite a cumplir sus deseos (vamos, que
quiere abrir la pareja sólo por su lado, lo otro es traición), también es
identificable (a buen seguro le pondremos nombre -más de uno- y apellidos) el
personaje femenino, una esposa atrapada y cautiva de ese rol a la que le
resulta difícil borrar de su cabeza el lapidario “hasta que la muerte os separe”,
amenazando como el pastor del cuento pero sin que el lobo aparezca (y no es que
estemos a favor de ciertos extremos, bastaría con que hiciese su maleta y
dejase tirado al prenda que le ha tocado como marido -o que le sacase la suya a
la puerta-).
La versión que ha llegado recientemente al
Teatro Marquina de Madrid (ya lleva un tiempo girando… y lo que le queda)
actualiza con acierto y soltura un texto que, aunque sigue siendo muy
pertinente, aunque deja a las claras que no hemos avanzado tanto como
pregonamos, en algunos aspectos se ha quedado un tanto anticuado, es demasiado
coyuntural (téngase en cuenta que se estrenó en 1983); además, con el
beneplácito del propio Dario Fo (quien cedió los derechos encantado pero no
vivió lo suficiente para ver el espectáculo), para reforzar su vigencia en este
siglo XXI que sigue avanzando Pareja
abierta se ha transformado en un musical de esos que muchos de los que
denuestan el género no conocen, es decir, de aquellos (que son la mayoría
aunque todos tengan algunas páginas que sólo aportan la belleza de la composición)
en los que las canciones hacen avanzar la acción, esos que quedarían cojos si
se suprimiesen los números cantados, es, como afirman encantados los dos
protagonistas, Víctor Ullate Roche y Carmen Conesa, un musical “muy Sondheim”.
Fue la desbordante creatividad de Víctor la que le llevó a hablar con Fo para
conseguir los derechos con la intención de, sin alterar lo fundamental,
guardando gran fidelidad (nada mejor en esta obra que tanto la cuestiona o la
reafirma -cada cual que se quede con su interpretación, con su modo de actuar e
interactuar con su pareja, la de ahora, las pasadas, las que puedan venir),
respetando el original pero maleándolo para ajustarlo a sus propósitos; gracias
a Ferrán González y Xènia Reguant que crearon la partitura y las canciones, a
una sorprendente escenografía de Asier Sancho, al aporte en la dirección del probado
sentido del tempo de Gabriel Olivares, a la estupenda Lola Barroso (la tercera
en discordia, la pianista que acompaña en escena a la pareja) y, por supuesto,
a la versatilidad de Carmen Conesa (quien, por otros compromisos, cederá en
breve su lugar a la no menos maravillosa Marta Valverde, una de las diosas del
musical en España) y a la brillantez que acompaña (e inunda) todo lo que hace
Víctor Ullate Roche (canta, baila, actúa, enseña -en su escuela, no se me
pongan golosones… o sí, ¡vayan a comprobarlo!-, no tiene límites), Pareja abierta reverdece laureles y nos
invita a reflexionar (sobre todo a valorar a la persona que tenemos al lado,
aunque no es necesario tenerla para disfrutar con la función), pero sobre todo
nos ayuda a hacer autocrítica, a desterrar vicios, insensateces, rémoras que
aceptamos y repetimos porque se consideran tradiciones (con esa excusa evitamos
debates y evolución) y nos dibuja una sonrisa en el rostro y en el corazón (y
no obliga a nada, sólo propone pero, por encima de todo, lo que procura es que
caigamos en la cuenta de que una pareja es asunto de dos, que ninguno es
superior al otro, que hay que consensuar y que nadie es quien para reprobar el
modo en que dos adultos se entienden, complementan y funcionan en armonía -o en
disonancia aceptada-).