jueves, 14 de diciembre de 2017

LA VIDA ES ETERNA EN CINCO MINUTOS






   Hoy es de esas veces en que me arrojo al teclado, casi sin pensarlo, sin tiempo para meditar, dejándome llevar por la emoción, antes de poder sopesarla, matizarla, analizarla, tal cual me ha venido y me ha hecho publicar en Facebook una de esas reacciones urgentes y que tanto revelan porque son las espontáneas, las sinceras, las que brotan tal cual antes incluso de que seamos conscientes de ellas; bien es cierto que el músculo escritor (del que ayer mismo hablaba con Roy Galán, pero lo que dio de sí una apasionante conversación con un enamorado de las palabras, todo un fenómeno en las redes que está demostrando en la literatura que lo suyo no es fruto del azar, de la suerte o de una moda, todo lo que hay que decir sobre su nuevo trabajo -La ternura- y sobre las muchas filias -y algunas fobias- que compartimos quedará para una próxima entrega de este arpa), el hábito diario de escribir, la deformación profesional que inconscientemente pone a trabajar al crítico, al analista, al periodista y provoca que, casi sin sentir ni pretenderlo, las sensaciones vividas durante un visionado o una lectura vayan tomando forma como apuntes virtuales para un texto de mayor o menor longitud (depende de dónde vaya a aparecer -si es que termina por concretarse- y del ímpetu con que acometa la tarea -o de cuánto tire del hilo-), una combinación de todo ello consigue que el indudable esfuerzo llamémoslo creativo no lo parezca tanto, no es que la columna se escriba sola como se decía de Umbral -¡Quién se acercase a su genialidad, a su conocimiento y dominio del idioma, quién tuviese ese cerebro, esa ironía, esa brillantez!-, pero sí es cierto que a veces se trata de seguir el flujo, el oficio hace el resto (sólo en parte, no hay que bajar la guardia, no basta con lo mecánico, de hecho es algo que un servidor rehúye), que hay mucho acumulado (eso a lo que en la profesión nos referimos con el término background, los conocimientos y experiencia que cada uno atesora), se consigue un discurso que queda bastante bien elaborado aunque, de verdad (no es por presumir ni por dármelas de lo que no soy, bien saben los leales visitantes de este rincón que reconozco y asumo sin problemas mis múltiples limitaciones), sale más o menos armado de fábrica, luego se retoca, se hace más legible, puede que el borbotón sea un tanto restringido o comprendido sólo por algunos, pero su base ya está ahí, antes de que seamos conscientes de ello, así fue como salió en Facebook lo que sigue: “Estoy convencido de que lo recordáis, aunque sólo sea porque a ello invita el propio título de la canción: Amanda, la calle mojada, la fábrica, Manuel, la sonrisa ancha, la vida es eterna en cinco minutos, en cinco minutos todo puede destrozarse, especialmente una persona que nunca hizo daño. Bien, Carlo D'Ursi apenas precisa de ocho (incluyendo los títulos de crédito) para atrapar una vida, para exponerla, para reivindicarla, para agradecerla, para homenajearla y, al plasmarla en imágenes, nos cautiva, nos emociona, nos provoca sonrisa y lágrimas con honestidad de gran cineasta. ¡Gracias por Tabib!”.
   La poderosa y al tiempo quebradiza voz de Mercedes Sosa, capaz del susurro más cautivador, del dolor más clamoroso, de la fuerza arrolladora de la reivindicación de un mundo más justo, más igualitario, más humano, la voz conmovedora de la Negra acariciando la letra y posándose sobre la melodía que compusiera (ambas) el inolvidable Víctor Jara regresó a mi corazón mientras los créditos finales de Tabib desfilaban ante mi mirada pero no era capaz de leerlos porque la tenía empañada por las lágrimas. El primer cortometraje que dirige y escribe (en tarea compartida con Ana Puentes) el actor, productor, hombre orquesta del mundo del cine Carlo D´Ursi dura poco más de ocho minutos pero la historia que narra se sintetiza en apenas seis y hace verdad lo que Amanda y Manuel ejemplificaban en la canción (tranquilos, que no me voy a remontar a Einstein, sus cálculos precisos me superan, me quedo con lo emocional -que mucho de ello hay tras su fórmula magistral-), lo del tiempo es absolutamente relativo, depende de la intensidad, de la implicación, de la verdad, hay a quien las horas le resbalan y hay quien saca todo el partido posible (y aún más porque la manera en que se evocan, el modo en que quedan impresos en las emociones no hace sino sumar enteros) a unos instantes, a un periodo breve, a esos minutos, también cinco, que, como afirmaban en la revista musical, muchas veces valen por una eternidad. Y no cabe duda de que así tuvo que suceder en la realidad, ahí estaba la vida imponiéndose por más que, paradójica y cruelmente, lo hiciese en un escenario en que su contrapartida, su oponente, ¿su complemento?, campaba a sus anchas comprimiendo el tiempo, robándolo, negándoselo a aquellos capaces de entregar el suyo hasta las últimas consecuencias con tal de regalar un segundo más a otros, a sus pacientes, la profesión médica a la que Carlo D´Ursi rinde homenaje en la figura del que fue llamado “el último pediatra de Alepo”, Mohamed Wasid.
   Con esa contundencia lo muestran las imágenes de las cámaras de seguridad del hospital Al Quds, esa explosión muda que destruye, asola, asesina, abate (entre otros) al médico que se negó a abandonar su lugar de trabajo aquel 27 de abril de 2016, esas que no por sabidas e incluso conocidas dejan de perturbar y golpear, esas que en su sequedad e implacabilidad paralizan y por un momento congelan las lágrimas, esas que abren y cierran Tabib (palabra siria que significa médico), las que provocaron que Carlo D´Ursi sintiese la necesidad (“desde las tripas”) de contar la historia completa, de rellenar el espacio entre la última vez que el pediatra es registrado por una cámara y la explosión más mortífera, la que se ceba en un hospital y “priva de asistencia sanitaria a todas las miles de personas que están alrededor”, tal y como señala el director y coguionista, incorporando la ficción para, de este modo, “ahondar en el lado humano en un personal homenaje a la profesión médica, sin tener que ceñirme estrictamente a los hechos, sino pudiendo contar al espectador mi visión de lo que es un héroe”. Y en ese quirófano, un estupendo Josean Bengoetxea asume el rol de Mohamed Wasid, derrochando humanidad, sin darse por vencido, sin aspavientos, con la convicción de estar haciendo lo correcto porque así lo juró en su día (y a Hipócrates no se le puede tomar en vano), porque esa es su vocación, porque no se plantea otra posibilidad distinta a permanecer al lado de quien precisa de sus servicios, por más que lo ineludible deba llegar y note su aliento en la nuca, pero hasta que lo haga él es fiel a su instinto de protección y ayuda, desertar antes de tiempo no es una opción. El preciso montaje de Guillermo Villar permite que los detalles captados por la cámara transpiren verosimilitud y zarandeen el ánimo del espectador, lo recreado y lo tomado de la realidad se funden con naturalidad, no hay fisuras: “Crear un híbrido entre los dos formatos ha sido más bien una ventaja, pues ha permitido ubicar el espectador muy rápidamente en un lugar y momento determinado, para catapultarle en el delirio y el horror que representa una guerra”.  
   Tabib va cosechando galardones y aplausos en los festivales y certámenes por donde pasa (Zaragoza, Bilbao, Madrid) y no sólo en España (aunque lleva muchos años afincado aquí, Carlo D´Ursi puede presumir de ser profeta en su tierra al haber regresado hace poco de Italia con nuevos premios bajo el brazo) y es uno de los tres cortometrajes nominados a los Premios Forqué que se entregarán el 13 de enero de 2018. Más allá de los tributos y distinciones (injustos por naturaleza puesto que hay que elegir un receptor y siempre hay varios posibles), más allá de los deseos de que la candidatura cristalice y dé un nuevo fruto, que Tabib esté presente en esa terna le da las visibilidad y repercusión que merece, fundamentalmente porque como película (que es lo que es a pesar de su corto metraje) consigue transmitir, impactar, porque está muy bien contada y filmada, pero también por lo que cuenta, por lo que promueve, por lo que grita, por la posición que toma frente al mundo, por que necesitamos miradas así, que ponen el acento en aspectos fundamentales, que no se camuflan, que coadyuvan a que otros ojos se abran, a que otros corazones latan, a que la vida importe, a que se tenga conciencia de ella, a que no sea un privilegio de unos pocos, a que todos tengamos permiso para disfrutarla, y robo sin recato la frase a Benedetti porque también sus palabras regresaron viendo este cortometraje que nos habla de personas cuyas manos trabajan por la justicia y que tiene tras la cámara a gente que, con su mirada a través del objetivo, siembra futuro.