jueves, 21 de diciembre de 2017

VOLVER A LOS 17






   Aunque es algo en lo que he reparado en los últimos tiempos, si echo la vista atrás caigo en la cuenta de que, casi desde siempre, ha sido importante para mí tener muy claro el título que voy a poner al texto antes de empezar con la escritura (aunque se dan excepciones, por supuesto: a veces aparece al final o durante el proceso, puede que haya más de uno posible y no me decida hasta el último momento); cuando llenaba compulsivamente cuadernos (desde muy temprana edad, ese instinto brotó en seguida, esa vocación a la que tardé en considerar tal horadó su propio cauce y nadie pudo contenerla) con artículos (así los consideraba aún antes de estudiar Periodismo porque eran una de mis lecturas cotidianas entre el diario que compraba mi padre y las revistas políticas que conseguía el tío Miguel gracias a una compañera), críticas de cine, reflexiones, lo que fuese, para compensar mi feísima y bastante ilegible caligrafía intentaba no corregir, no tachar, escribir del tirón y, por lo tanto, lo primero que ponía era el título y ahí quedaba bien a la vista, sin marcha atrás, sin arrepentimientos, sin cambios (o eso me obligaría a copiar/rehacer todo lo escrito bajo ese encabezamiento). En lo que al blog se refiere (algo que comparte con su hermano, el últimamente abandonado Celuloide en vena), ya he comentado en alguna ocasión que lo de tener el título decidido llega a obsesionarme/paralizarme cuando no aparece durante la lectura previa, la entrevista si la hay, la transcripción de la misma, es decir, me encuentro un tanto (o muy) bloqueado cuando no sé cómo se va a llamar la nueva tonada del arpa, algo que no ha sucedido en esta ocasión puesto que comenté a Roy Galán la posibilidad de nominar a este texto haciendo un homenaje a Violeta Parra, a él le pareció una estupenda elección y así zanjamos el asunto la semana pasada cuando tuve el inmenso placer de compartir conversación con él en Madrid durante su visita para promocionar La ternura, su segunda novela que, al igual que Irrepetible, su ópera prima, ha aparecido recientemente en la colección BlackBirds de Alfaguara. Confesaré que he estado a punto de incumplir la promesa porque me atraía muchísimo tomar directamente uno de los versos del poema/canción, ese que dice “volver a ser de repente tan frágil como un segundo”, incluso sólo las cinco últimas palabras, creo que tanto Gata, la narradora/protagonista de la historia, como su madre se sienten así en más de una ocasión, es algo positivo que lo hagan, hay que volver a los 17, hay que tenerlos vivos en el ánimo, en el corazón, en nuestra actitud frente al mundo, en nuestro modo de afrontar la vida, así me lo inspiró la lectura y así lo confirma su autor: “Para mí, la ternura es la posibilidad de querer y ser querido, o sea, no pierdas el asombro ni el darte, sigue haciéndolo aunque tengas los años que tengas, no tengas miedo a que te hagan daño, parece que pasamos por la adolescencia, sufrimos, nos construimos una especie de búnker y no nos consentimos ser tiernos, sólo en la intimidad y no siempre, por eso el libro reivindica un estado de ánimo que hay que mantener a lo largo del tiempo”.
   Descubro que el DRAE se queda un poco corto a la hora de definir “fenómeno” a pesar de ofrecer seis acepciones distintas y de que una, la relativa a la Kant, englobe todas las sancionadas y las que cada uno quiera incorporar siempre que nos refiramos a “lo que es objeto de la experiencia sensible”; pero el caso es que, más allá de hablar con una “persona sobresaliente en su línea” (se refiere a la percepción que uno tiene sobre ella, es decir, que es un servidor quien le califica de ese modo), con alguien de quien se puede decir sin faltar a la verdad que es “muy bueno, magnífico, sensacional” por lo que consigue día a día, echo de menos que el diccionario señale específicamente esos hechos (o gentes) que sirven, de una forma u otra, para caracterizar una época, un momento, un movimiento, un éxito, una realidad, que es la que sucede cada vez que Roy Galán publica un nuevo texto en Facebook y casi inmediatamente se transforma en viral, siendo para el carpetovetónico que suscribe (por eso continúo sin asomarme por Twitter) todo un fenómeno que, en contra de lo que se cuenta, demuestra, impone, reduce, eso sucede con escritos largos, complejos, elaborados, nada de un par de ocurrencias, una frase hecha, un emoticono, un no decir, una cucharada de melaza, una buena dosis de moralina, una obviedad palmaria, Paulo Coelho y demás invasores de las redes sociales, el pensamiento mutilado (e incluso mal copiado) de un poeta, escritor o filósofo, una cita apócrifa o refundida hasta no tener nada que ver con la original de, por ejemplo, Virginia Woolf, un lugar común sobre Jean Austen, el ripio más inane (y hasta puede que infame) usado como burla contra Gloria Fuertes. Lo de Roy Galán es muy diferente, hoy mismo le ha dado un merecidísimo zasca a Matt Damon, ese pobrecito hombre blanco, heterosexual y privilegiado que de alguna manera se siente atacado por que las mujeres de su hábitat y profesión estén alzando la voz contra los constantes, sabidos y consentidos abusos que vienen sufriendo desde hace tanto (desde el inicio de los tiempos), un zasca de más de 500 palabras (ya en caracteres ni les cuento). Pero vayamos primero con su reacción cuando, casi sin anestesia, antes de que nos hayan traído el café (para mí) y el agua (para él), le suelto si ya va aceptando el hecho de que, números y repercusión cantan, es todo un fenómeno: “Eso debe ir con la personalidad de cada uno, pero la mía no puede asumir que soy un fenómeno y tener que gestionarlo: al final, soy escritor porque la gente me lo llama y si eso es lo que dicen eso debo ser. En cuanto a lo de fenómeno, no, tampoco esto me pilla con dieciocho años, he vivido otro tipo de vida, he tenido un trabajo estable en la administración pública, estudié Derecho; esto para mí es una grata sorpresa y es muy bonito que esto suceda una vez en la vida, no sé cuánto durará, pero lo único que me preocupa es pasarlo bien y aprovecharlo”.
   Y, como decimos, entonces llegó Facebook y, aunque él lo viva con pasmosas tranquilidad, sencillez y modestia, fue el delirio, reproducciones de sus palabras aumentando en progresión geométrica minuto a minuto, todo un fenómeno, ya digo, también en el sentido de que se supone que las redes sociales son lo peor, que sólo hay espacio para el odio, las faltas de ortografía, el autoritarismo (de cualquier sesgo, tipo e intensidad: lo bueno es lo mío, si no eres como yo eres diferente, por lo tanto eres raro, estás enfermo, eres mi enemigo, quiero acabar contigo, te deseo la muerte), el pensamiento más que único plano e incluso la falta de cualquier cosa que pueda ser considerada así, nos volveremos tontos, locos, mediocres, el apocalipsis, olvidando que el detalle está en el uso que se haga de ellas, como de cualquier cosa: ““Mi propio entorno me decía “¿qué haces todo el día ahí en Internet?”, se da demasiada importancia al medio, porque la literatura se puede hacer en la puerta de un baño, en una red social, en una conversación en la calle o tomando una cerveza, las palabras son herramientas para cambiar el mundo y aparecen en cualquier lugar. De pronto fui consciente de que estaba en casa de mucha gente y quise hablar de cosas que me importaban, hice un acto premeditado de honestidad para no vender mi mejor cara sino hablar desde la verdad, desde la mía en concreto, por supuesto. No me tengo por abanderado o ejemplo de nada, pero me alegra contribuir a que la banalidad que se atribuye por defecto a las redes sociales pueda dignificarse”. Y por este (buen) uso hay quien le considera un revolucionario, pero también hay quien le mira mal y, sobre todo, intenta rebajar una dedicación y un contenido que ya quisieran otros muchos, esos supuestos guardianes de las esencias: “La literatura, el arte, la cultura en general siempre ha estado muy sustraída de los ciudadanos, de la gente, de sus verdaderos consumidores; hay quien se apodera de la sabiduría y no la cede, se utiliza como reconocimiento, para darse valor, para ponerse por encima del resto y la literatura sólo se hace de manera esporádica, inaccesible, un tanto extraña, todas estas cosas que tienen que ver con lo que se supone debe ser un escritor. En ese sentido, comprendo que puede molestar que yo lo haga de forma muy promiscua, gratis, pero yo sólo quiero que la gente ame las palabras como yo lo hago y entienda que son ellas las que construyen la realidad, no busco el prestigio a través de ellas. Por eso lo que más disfruto es lo que hago en redes: saber que en cualquier lugar del mundo puede haber alguien que se sienta comprendido, tal y como me pasó con tantos libros cuando era chaval, pero como ahora se lee mucho menos, he utilizado las redes para transmitir de forma sencilla mi emoción por el cine, por la literatura. Podría decirse que me limito a recomendar emociones, a invitar a que se compartan, y creo que eso invita al relato, a la posibilidad de la ficción, que la gente se detenga en textos largos que tocan temas duros ya significa algo”.
   Y la espontaneidad, la naturalidad, la falta de pudor con que aborda ciertos temas, la inmediatez, rapidez y eficacia de su prosa, su fácil comprensión pero cuidada elaboración, su modo de comunicar sin artificios ha calado muy hondo entre los jóvenes, es algo lógico, los fieles del blog recordarán que lo hablábamos hace poco con Maite Carranza y también lo encontrábamos en su modo de hacer literatura, lo que se supone escrito para ellos, lo que se promociona, las lecturas que se les ordenan no les hablan directamente ni les tratan como personas, así no se hacen lectores, por fortuna las cosas van cambiando, aunque sea poco a poco y muy tímidamente, porque hay fenómenos que no se quedan en eso, que van a más, que abren vías, que despiertan ganas e interés por otros escritores y otras literaturas, porque hay autores que, simplemente, escriben y su público objetivo (qué expresión tan fea, la verdad) ya vendrá después: “Nunca pienso para quién estoy escribiendo, aunque acepté la propuesta de Alfaguara para mi primer libro precisamente porque me dijeron que sería para una colección juvenil, creo que es bueno poner ahí el acento. Y es fundamental lo de no imponer nada: de hecho, yo odié El guardián entre el centeno la primera vez que lo leí porque me obligaron a hacerlo [a estudiarlo en lugar de a sentirlo -es un aporte propio, me lo inspiran sus palabras-], un libro que, paradójicamente, habla de la libertad, de encontrar tu lugar el mundo. A ese Holden tan reivindicativo tampoco le hubiese gustado su libro de haberle obligado a leerlo, pero es una pena que haya quien se pierda esa historia por eso, yo lo hubiese hecho de no haberla releído unos años después”. No cita en vano a Salinger, no es un mero ejemplo, con La ternura Roy Galán quiere rendir homenaje a un libro que le cambió la vida, porque por mucho que haya a quien le parezca exageraciones, sublimaciones o quimeras, delirios quijotescos, romanticismos que se quieren ver trasnochados, el que es lector, el que lo probó sabe que es cierto, que eso pasa, que de pronto hay un libro que te transforma, que te hace tomar conciencia, que te da la vuelta como un calcetín, por eso se rastrea El guardián entre el centeno en las páginas de La ternura, su aliento, su inspiración, su modo de sacudir, su fantástica provocación (necesitamos que nos metan los dedos en la boca, no nos engañemos); por eso Holden Caulfield empieza diciendo “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso”, y asimismo Gata advierte rotunda “No. De eso no hablaré. Explicaré lo de mi dedo y lo de la cicatriz y lo del ruido de cristales rotos, sí, pero no contaré todo”. Pero Roy Galán (o Gata, su protagonista –“a veces me engaña”-) toma pronto su propio camino, el que convierte a La ternura en todo un viaje a lo más profundo de cada uno, a lo que no debemos olvidar, a lo que no debemos desperdiciar, en toda una invitación a hablar y a escuchar.
   Y es que la novela, como ya se dijo, está contada en primera persona por Gata pero no podemos descuidar la importancia de la madre, personaje aparentemente secundario pero con tanta o más presencia que su hija (ausente en gran parte de la narración, precisamente por ello sentimos su impronta), por eso en un momento dado tomará la palabra, para redondear la historia: “En un momento dado, Gata se siente terriblemente culpable y busca la redención aunque los resultados sean catastróficos, por eso quise dar voz a la madre, para equilibrar la balanza ya que también ella, es lógico y humano, se siente culpable. Hay que tratar a ambas en igualdad de condiciones, es decir, ni las hijas son idiotas ni hay que olvidar que las madres son mujeres más allá de esa función”. Ese es un acierto capital porque es cuando La ternura adquiere esa bidireccionalidad, la posibilidad de ser comprendida y vibrada por mujeres (y hombres, no miren para otro lado) de cualquier generación, porque se dirige a todas (y todos) sin jerarquizar, sin esa prosa que uno ha dado en llamar placebo, sin dirigir emociones ni conclusiones, he ahí la elegancia del autor: “No se entra en la moraleja, esa cosa tan fea y mecánica, no es una cuestión de moral: para mí, el libro es un reencuentro. Perdí a mi madre con trece años, por eso hablo de decir “te quiero” cuando se está a tiempo, no desperdiciar la oportunidad, igual no hay otra, en eso reside para mí la ternura: es un trozo de cordón umbilical que aún queda y se siente vivo pero se olvida en ese momento en que estás construyéndote una identidad que siempre está en contraposición a todo lo que has conocido, al cariño, parece que te construyes de una manera violenta, agresiva, déspota, que hacerse mayor es dejar atrás la vulnerabilidad, la fragilidad, que sólo es posible en la infancia. Es una llamada de atención, darse cuenta de que eso no va a volver”. Ya lo decía Mari Trini en una canción (Pero ellos no son) que creo he citado en diferentes ocasiones, será porque llegó justo cuando cumplía 17 años (¡Violeta!) y, claro, me pareció que hablaba de mí, adolescente en medio de ninguna parte, ni niño ni adulto, recibiendo instrucciones que se antojan contradictorias, normas estrictas que te coartan, esos mayores que no te entienden a los que la cantautora hace reflexionar: “¿Para qué hacer reproches si nosotros fuimos igual?”. Y, sí, es fácil comprobarlo cuando Gata abre su corazón (en la medida en que lo hace) porque aparecen puntos en común más allá de las experiencias concretas, no podemos negar que sus palabras nos suenan, nos hacen evocar, en algunos momentos nos representan: “De lo que más contento estoy, porque es algo que trabajé mucho y que me preocupaba no conseguir, es de que el personaje central está vivo: Gata habla por sí misma y a veces es envidiosa, egocéntrica, tiene una mirada muy especial sobre el mundo. Me siento especialmente orgulloso de la reacción de un lector masculino, porque el libro, porque así lo quise, es eminentemente femenino y sobre todo maternal, hace poco me escribió un lector para decirme que ahora está más por casa, que su madre le ha dicho “¿cómo es que esta semana te veo tanto?” y que le dijo que mi libro le estaba recordando lo que es ser hijo”. Ya lo ven, un hombre se ha sentido tocado por el libro, ¿les da miedo que también les pase a ustedes?, no me sean remisos o, perdonen que sea tan directo, estúpidos, por favor.
   Al margen de por su contenido, La ternura es toda una experiencia por su apariencia, por su edición, porque como mero objeto es bello, porque el diseño es atractivísimo, porque las ilustraciones de Alexis Bukowski arropan y cobijan las palabras de Roy Galán con amor maternal (nada más propicio), porque se integran a la perfección, porque aportan otra dimensión, porque la novela está muy pensada hasta cómo y de qué forma, en qué momento las ilustraciones toman al lector por las solapas y lo arrastran (y no desvelaremos qué sucede específicamente en ese punto del relato): “Tengo muchísima suerte, primero porque una editorial contactó conmigo, con la de gente con talento a la que no se publica; después, porque me dan total libertad y, puesto que el primer libro lo hice junto a mi hermana, ahora quería incorporar otra voz, entonces me propusieron a Alexis y le dejé crear, tan sólo le pedí que recordase por qué dibujaba y no era banquero. Sí decidí en qué momento concreto aparecerían las ilustraciones, justo cuando entramos de verdad dentro de Gata, ese momento de intimidad en que no ponemos barreras, aflora la parte tierna, también todo lo onírico, ahí es capaz de aparcar sus neurosis, las frustraciones, de no estar preocupada por lo que los demás piensan de ella, se deja ver, se muestra tal cual”. Igual impacto tienen en el lector unas páginas en negro, así sin más, de repente todo se oscurece, no hay solución, es la asfixia absoluta, el muro infranqueable, la vida sin paliativos: “Las páginas en negro las tenía clarísimas porque representan el momento en que te haces mayor, ella tiene que tomar una decisión que no es cualquiera, algo depende de ella, no puede esconderse debajo de la cama aunque es lo que le encantaría hacer, no puede delegar en nadie, se hace mayor y lo hace en negro porque ese tránsito no suele hacerse por una cuestión feliz, fundimos y al volver la vida ha cambiado”.
   Sin un plan predeterminado, con su intuición como arma y herramienta, la misma que hasta ahora le ha ayudado a conducirse, Roy Galán tiene claro que va a seguir escribiendo y, por supuesto, siendo feminista, otra de las palabras, junto a fenómeno y revolucionario, que más se le asocian cuando se navega por las redes, pero ésta sí la esgrime y acepta, incluso él mismo se define así: “Cuando tienes un foco sobre ti, cuando tienes seguidores, una repercusión, puedes elegir qué hacer [o no hacer, añado -hay tanto intelectualillo mudo, consentidor, paniaguado-], eso es lo que ofreces, y yo elijo reivindicar aquello que me parece debe serlo, fundamentalmente el feminismo, porque de su mano llegan otras muchas demandas, casi todo lo que tiene que ver con lo bueno del mundo. ¿Cómo no ponerlo de manifiesto? ¿Cómo no hablar de lo que verdaderamente importa? Me encanta que lo que yo hago sea una excusa para poder hablar de estos temas, el otro día en televisión hablé más o casi todo el rato sobre feminismo que sobre la novela, porque lo primero debe ser la vida, luego ya vendrá el arte. Pero es necesario que haya obras de arte que se conviertan en disparaderos, que sean excusas para entender algo más, para ser empático hay que leer, viajar y escuchar a los demás”. Y, me atrevería a añadir (o a recordar, porque ya lo dijo él primero), hay que volver a los 17 y, en ese instante fecundo, sentir profundo (“como un niño frente a Dios” según Violeta Parra) y hacerlo junto a los demás, con ellos, por ellos, para ellos, con esa madre que nos cobijó y nos dio vida, precisamente, ya ven que las piezas encajan mucho mejor de lo que tendemos a pensar, el LP de Mari Trini en que se incluía la canción que antes mencioné, el titulado En tu piel, se abría con un tema, Claustro materno, que sería estupenda banda sonora (“Allí, sin principio ni fin, allí somos eternos”) de esta emocionante y, por supuesto, tierna novela.