Aunque es algo en lo que he reparado en los últimos tiempos, si echo la
vista atrás caigo en la cuenta de que, casi desde siempre, ha sido importante
para mí tener muy claro el título que voy a poner al texto antes de empezar con
la escritura (aunque se dan excepciones, por supuesto: a veces aparece al final
o durante el proceso, puede que haya más de uno posible y no me decida hasta el
último momento); cuando llenaba compulsivamente cuadernos (desde muy temprana
edad, ese instinto brotó en seguida, esa vocación a la que tardé en considerar
tal horadó su propio cauce y nadie pudo contenerla) con artículos (así los
consideraba aún antes de estudiar Periodismo porque eran una de mis lecturas
cotidianas entre el diario que compraba mi padre y las revistas políticas que
conseguía el tío Miguel gracias a una compañera), críticas de cine, reflexiones,
lo que fuese, para compensar mi feísima y bastante ilegible caligrafía intentaba
no corregir, no tachar, escribir del tirón y, por lo tanto, lo primero que
ponía era el título y ahí quedaba bien a la vista, sin marcha atrás, sin
arrepentimientos, sin cambios (o eso me obligaría a copiar/rehacer todo lo
escrito bajo ese encabezamiento). En lo que al blog se refiere (algo que
comparte con su hermano, el últimamente abandonado Celuloide en vena), ya he
comentado en alguna ocasión que lo de tener el título decidido llega a obsesionarme/paralizarme
cuando no aparece durante la lectura previa, la entrevista si la hay, la
transcripción de la misma, es decir, me encuentro un tanto (o muy) bloqueado
cuando no sé cómo se va a llamar la nueva tonada del arpa, algo que no ha
sucedido en esta ocasión puesto que comenté a Roy Galán la posibilidad de nominar
a este texto haciendo un homenaje a Violeta Parra, a él le pareció una
estupenda elección y así zanjamos el asunto la semana pasada cuando tuve el
inmenso placer de compartir conversación con él en Madrid durante su visita
para promocionar La ternura, su
segunda novela que, al igual que Irrepetible,
su ópera prima, ha aparecido recientemente en la colección BlackBirds de
Alfaguara. Confesaré que he estado a punto de incumplir la promesa porque me
atraía muchísimo tomar directamente uno de los versos del poema/canción, ese
que dice “volver a ser de repente tan frágil como un segundo”, incluso sólo las
cinco últimas palabras, creo que tanto Gata, la narradora/protagonista de la
historia, como su madre se sienten así en más de una ocasión, es algo positivo
que lo hagan, hay que volver a los 17, hay que tenerlos vivos en el ánimo, en
el corazón, en nuestra actitud frente al mundo, en nuestro modo de afrontar la
vida, así me lo inspiró la lectura y así lo confirma su autor: “Para mí, la
ternura es la posibilidad de querer y ser querido, o sea, no pierdas el asombro
ni el darte, sigue haciéndolo aunque tengas los años que tengas, no tengas
miedo a que te hagan daño, parece que pasamos por la adolescencia, sufrimos,
nos construimos una especie de búnker y no nos consentimos ser tiernos, sólo en
la intimidad y no siempre, por eso el libro reivindica un estado de ánimo que
hay que mantener a lo largo del tiempo”.
Descubro que el DRAE se queda un poco corto a la hora de definir “fenómeno”
a pesar de ofrecer seis acepciones distintas y de que una, la relativa a la
Kant, englobe todas las sancionadas y las que cada uno quiera incorporar
siempre que nos refiramos a “lo que es objeto de la experiencia sensible”; pero
el caso es que, más allá de hablar con una “persona sobresaliente en su línea”
(se refiere a la percepción que uno tiene sobre ella, es decir, que es un
servidor quien le califica de ese modo), con alguien de quien se puede decir
sin faltar a la verdad que es “muy bueno, magnífico, sensacional” por lo que
consigue día a día, echo de menos que el diccionario señale específicamente
esos hechos (o gentes) que sirven, de una forma u otra, para caracterizar una
época, un momento, un movimiento, un éxito, una realidad, que es la que sucede
cada vez que Roy Galán publica un nuevo texto en Facebook y casi inmediatamente
se transforma en viral, siendo para el carpetovetónico que suscribe (por eso
continúo sin asomarme por Twitter) todo un fenómeno que, en contra de lo que se
cuenta, demuestra, impone, reduce, eso sucede con escritos largos, complejos,
elaborados, nada de un par de ocurrencias, una frase hecha, un emoticono, un no
decir, una cucharada de melaza, una buena dosis de moralina, una obviedad
palmaria, Paulo Coelho y demás invasores de las redes sociales, el pensamiento
mutilado (e incluso mal copiado) de un poeta, escritor o filósofo, una cita apócrifa
o refundida hasta no tener nada que ver con la original de, por ejemplo,
Virginia Woolf, un lugar común sobre Jean Austen, el ripio más inane (y hasta
puede que infame) usado como burla contra Gloria Fuertes. Lo de Roy Galán es
muy diferente, hoy mismo le ha dado un merecidísimo zasca a Matt Damon, ese
pobrecito hombre blanco, heterosexual y privilegiado que de alguna manera se
siente atacado por que las mujeres de su hábitat y profesión estén alzando la
voz contra los constantes, sabidos y consentidos abusos que vienen sufriendo
desde hace tanto (desde el inicio de los tiempos), un zasca de más de 500
palabras (ya en caracteres ni les cuento). Pero vayamos primero con su reacción
cuando, casi sin anestesia, antes de que nos hayan traído el café (para mí) y
el agua (para él), le suelto si ya va aceptando el hecho de que, números y repercusión
cantan, es todo un fenómeno: “Eso debe ir con la personalidad de cada uno, pero
la mía no puede asumir que soy un fenómeno y tener que gestionarlo: al final,
soy escritor porque la gente me lo llama y si eso es lo que dicen eso debo ser.
En cuanto a lo de fenómeno, no, tampoco esto me pilla con dieciocho años, he
vivido otro tipo de vida, he tenido un trabajo estable en la administración
pública, estudié Derecho; esto para mí es una grata sorpresa y es muy bonito
que esto suceda una vez en la vida, no sé cuánto durará, pero lo único que me
preocupa es pasarlo bien y aprovecharlo”.
Y, como decimos, entonces llegó Facebook y, aunque él lo viva con
pasmosas tranquilidad, sencillez y modestia, fue el delirio, reproducciones de
sus palabras aumentando en progresión geométrica minuto a minuto, todo un fenómeno,
ya digo, también en el sentido de que se supone que las redes sociales son lo
peor, que sólo hay espacio para el odio, las faltas de ortografía, el
autoritarismo (de cualquier sesgo, tipo e intensidad: lo bueno es lo mío, si no
eres como yo eres diferente, por lo tanto eres raro, estás enfermo, eres mi
enemigo, quiero acabar contigo, te deseo la muerte), el pensamiento más que
único plano e incluso la falta de cualquier cosa que pueda ser considerada así,
nos volveremos tontos, locos, mediocres, el apocalipsis, olvidando que el
detalle está en el uso que se haga de ellas, como de cualquier cosa: ““Mi
propio entorno me decía “¿qué haces todo el día ahí en Internet?”, se da
demasiada importancia al medio, porque la literatura se puede hacer en la
puerta de un baño, en una red social, en una conversación en la calle o tomando
una cerveza, las palabras son herramientas para cambiar el mundo y aparecen en
cualquier lugar. De pronto fui consciente de que estaba en casa de mucha gente
y quise hablar de cosas que me importaban, hice un acto premeditado de honestidad
para no vender mi mejor cara sino hablar desde la verdad, desde la mía en
concreto, por supuesto. No me tengo por abanderado o ejemplo de nada, pero me
alegra contribuir a que la banalidad que se atribuye por defecto a las redes
sociales pueda dignificarse”. Y por este (buen) uso hay quien le considera un
revolucionario, pero también hay quien le mira mal y, sobre todo, intenta
rebajar una dedicación y un contenido que ya quisieran otros muchos, esos
supuestos guardianes de las esencias: “La literatura, el arte, la cultura en
general siempre ha estado muy sustraída de los ciudadanos, de la gente, de sus
verdaderos consumidores; hay quien se apodera de la sabiduría y no la cede, se
utiliza como reconocimiento, para darse valor, para ponerse por encima del
resto y la literatura sólo se hace de manera esporádica, inaccesible, un tanto
extraña, todas estas cosas que tienen que ver con lo que se supone debe ser un
escritor. En ese sentido, comprendo que puede molestar que yo lo haga de forma
muy promiscua, gratis, pero yo sólo quiero que la gente ame las palabras como
yo lo hago y entienda que son ellas las que construyen la realidad, no busco el
prestigio a través de ellas. Por eso lo que más disfruto es lo que hago en
redes: saber que en cualquier lugar del mundo puede haber alguien que se sienta
comprendido, tal y como me pasó con tantos libros cuando era chaval, pero como
ahora se lee mucho menos, he utilizado las redes para transmitir de forma
sencilla mi emoción por el cine, por la literatura. Podría decirse que me
limito a recomendar emociones, a invitar a que se compartan, y creo que eso
invita al relato, a la posibilidad de la ficción, que la gente se detenga en
textos largos que tocan temas duros ya significa algo”.
Y la espontaneidad, la naturalidad, la falta de pudor con que aborda
ciertos temas, la inmediatez, rapidez y eficacia de su prosa, su fácil
comprensión pero cuidada elaboración, su modo de comunicar sin artificios ha
calado muy hondo entre los jóvenes, es algo lógico, los fieles del blog
recordarán que lo hablábamos hace poco con Maite Carranza y también lo
encontrábamos en su modo de hacer literatura, lo que se supone escrito para
ellos, lo que se promociona, las lecturas que se les ordenan no les hablan
directamente ni les tratan como personas, así no se hacen lectores, por fortuna
las cosas van cambiando, aunque sea poco a poco y muy tímidamente, porque hay fenómenos
que no se quedan en eso, que van a más, que abren vías, que despiertan ganas e
interés por otros escritores y otras literaturas, porque hay autores que,
simplemente, escriben y su público objetivo (qué expresión tan fea, la verdad)
ya vendrá después: “Nunca pienso para quién estoy escribiendo, aunque acepté la
propuesta de Alfaguara para mi primer libro precisamente porque me dijeron que
sería para una colección juvenil, creo que es bueno poner ahí el acento. Y es
fundamental lo de no imponer nada: de hecho, yo odié El guardián entre el centeno la primera vez que lo leí porque me
obligaron a hacerlo [a estudiarlo en lugar de a sentirlo -es un aporte propio,
me lo inspiran sus palabras-], un libro que, paradójicamente, habla de la
libertad, de encontrar tu lugar el mundo. A ese Holden tan reivindicativo tampoco
le hubiese gustado su libro de haberle obligado a leerlo, pero es una pena que
haya quien se pierda esa historia por eso, yo lo hubiese hecho de no haberla
releído unos años después”. No cita en vano a Salinger, no es un mero ejemplo,
con La ternura Roy Galán quiere
rendir homenaje a un libro que le cambió la vida, porque por mucho que haya a
quien le parezca exageraciones, sublimaciones o quimeras, delirios quijotescos,
romanticismos que se quieren ver trasnochados, el que es lector, el que lo
probó sabe que es cierto, que eso pasa, que de pronto hay un libro que te
transforma, que te hace tomar conciencia, que te da la vuelta como un calcetín,
por eso se rastrea El guardián entre el centeno
en las páginas de La ternura, su
aliento, su inspiración, su modo de sacudir, su fantástica provocación (necesitamos
que nos metan los dedos en la boca, no nos engañemos); por eso Holden Caulfield
empieza diciendo “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero
que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué
hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David
Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso”, y asimismo Gata
advierte rotunda “No. De eso no hablaré. Explicaré lo de mi dedo y lo de la
cicatriz y lo del ruido de cristales rotos, sí, pero no contaré todo”. Pero Roy
Galán (o Gata, su protagonista –“a veces me engaña”-) toma pronto su propio
camino, el que convierte a La ternura en
todo un viaje a lo más profundo de cada uno, a lo que no debemos olvidar, a lo
que no debemos desperdiciar, en toda una invitación a hablar y a escuchar.
Y es que la novela, como ya se dijo, está contada en primera persona por
Gata pero no podemos descuidar la importancia de la madre, personaje
aparentemente secundario pero con tanta o más presencia que su hija (ausente en
gran parte de la narración, precisamente por ello sentimos su impronta), por
eso en un momento dado tomará la palabra, para redondear la historia: “En un
momento dado, Gata se siente terriblemente culpable y busca la redención aunque
los resultados sean catastróficos, por eso quise dar voz a la madre, para
equilibrar la balanza ya que también ella, es lógico y humano, se siente
culpable. Hay que tratar a ambas en igualdad de condiciones, es decir, ni las
hijas son idiotas ni hay que olvidar que las madres son mujeres más allá de esa
función”. Ese es un acierto capital porque es cuando La ternura adquiere esa bidireccionalidad, la posibilidad de ser
comprendida y vibrada por mujeres (y hombres, no miren para otro lado) de
cualquier generación, porque se dirige a todas (y todos) sin jerarquizar, sin
esa prosa que uno ha dado en llamar placebo, sin dirigir emociones ni conclusiones,
he ahí la elegancia del autor: “No se entra en la moraleja, esa cosa tan fea y
mecánica, no es una cuestión de moral: para mí, el libro es un reencuentro.
Perdí a mi madre con trece años, por eso hablo de decir “te quiero” cuando se
está a tiempo, no desperdiciar la oportunidad, igual no hay otra, en eso reside
para mí la ternura: es un trozo de cordón umbilical que aún queda y se siente
vivo pero se olvida en ese momento en que estás construyéndote una identidad
que siempre está en contraposición a todo lo que has conocido, al cariño, parece
que te construyes de una manera violenta, agresiva, déspota, que hacerse mayor
es dejar atrás la vulnerabilidad, la fragilidad, que sólo es posible en la
infancia. Es una llamada de atención, darse cuenta de que eso no va a volver”.
Ya lo decía Mari Trini en una canción (Pero
ellos no son) que creo he citado en diferentes ocasiones, será porque llegó
justo cuando cumplía 17 años (¡Violeta!) y, claro, me pareció que hablaba de
mí, adolescente en medio de ninguna parte, ni niño ni adulto, recibiendo
instrucciones que se antojan contradictorias, normas estrictas que te coartan,
esos mayores que no te entienden a los que la cantautora hace reflexionar: “¿Para
qué hacer reproches si nosotros fuimos igual?”. Y, sí, es fácil comprobarlo
cuando Gata abre su corazón (en la medida en que lo hace) porque aparecen
puntos en común más allá de las experiencias concretas, no podemos negar que
sus palabras nos suenan, nos hacen evocar, en algunos momentos nos representan:
“De lo que más contento estoy, porque es algo que trabajé mucho y que me
preocupaba no conseguir, es de que el personaje central está vivo: Gata habla
por sí misma y a veces es envidiosa, egocéntrica, tiene una mirada muy especial
sobre el mundo. Me siento especialmente orgulloso de la reacción de un lector
masculino, porque el libro, porque así lo quise, es eminentemente femenino y
sobre todo maternal, hace poco me escribió un lector para decirme que ahora
está más por casa, que su madre le ha dicho “¿cómo es que esta semana te veo
tanto?” y que le dijo que mi libro le estaba recordando lo que es ser hijo”. Ya
lo ven, un hombre se ha sentido tocado por el libro, ¿les da miedo que también
les pase a ustedes?, no me sean remisos o, perdonen que sea tan directo, estúpidos,
por favor.
Al margen de por su contenido, La
ternura es toda una experiencia por su apariencia, por su edición, porque
como mero objeto es bello, porque el diseño es atractivísimo, porque las ilustraciones
de Alexis Bukowski arropan y cobijan las palabras de Roy Galán con amor
maternal (nada más propicio), porque se integran a la perfección, porque aportan
otra dimensión, porque la novela está muy pensada hasta cómo y de qué forma, en
qué momento las ilustraciones toman al lector por las solapas y lo arrastran (y
no desvelaremos qué sucede específicamente en ese punto del relato): “Tengo
muchísima suerte, primero porque una editorial contactó conmigo, con la de
gente con talento a la que no se publica; después, porque me dan total libertad
y, puesto que el primer libro lo hice junto a mi hermana, ahora quería
incorporar otra voz, entonces me propusieron a Alexis y le dejé crear, tan sólo
le pedí que recordase por qué dibujaba y no era banquero. Sí decidí en qué
momento concreto aparecerían las ilustraciones, justo cuando entramos de verdad
dentro de Gata, ese momento de intimidad en que no ponemos barreras, aflora la
parte tierna, también todo lo onírico, ahí es capaz de aparcar sus neurosis,
las frustraciones, de no estar preocupada por lo que los demás piensan de ella,
se deja ver, se muestra tal cual”. Igual impacto tienen en el lector unas
páginas en negro, así sin más, de repente todo se oscurece, no hay solución, es
la asfixia absoluta, el muro infranqueable, la vida sin paliativos: “Las
páginas en negro las tenía clarísimas porque representan el momento en que te
haces mayor, ella tiene que tomar una decisión que no es cualquiera, algo
depende de ella, no puede esconderse debajo de la cama aunque es lo que le
encantaría hacer, no puede delegar en nadie, se hace mayor y lo hace en negro
porque ese tránsito no suele hacerse por una cuestión feliz, fundimos y al
volver la vida ha cambiado”.
Sin un plan predeterminado, con su intuición como arma y herramienta, la
misma que hasta ahora le ha ayudado a conducirse, Roy Galán tiene claro que va
a seguir escribiendo y, por supuesto, siendo feminista, otra de las palabras,
junto a fenómeno y revolucionario, que más se le asocian cuando se navega por
las redes, pero ésta sí la esgrime y acepta, incluso él mismo se define así: “Cuando
tienes un foco sobre ti, cuando tienes seguidores, una repercusión, puedes
elegir qué hacer [o no hacer, añado -hay tanto intelectualillo mudo, consentidor,
paniaguado-], eso es lo que ofreces, y yo elijo reivindicar aquello que me
parece debe serlo, fundamentalmente el feminismo, porque de su mano llegan
otras muchas demandas, casi todo lo que tiene que ver con lo bueno del mundo.
¿Cómo no ponerlo de manifiesto? ¿Cómo no hablar de lo que verdaderamente
importa? Me encanta que lo que yo hago sea una excusa para poder hablar de
estos temas, el otro día en televisión hablé más o casi todo el rato sobre
feminismo que sobre la novela, porque lo primero debe ser la vida, luego ya
vendrá el arte. Pero es necesario que haya obras de arte que se conviertan en
disparaderos, que sean excusas para entender algo más, para ser empático hay
que leer, viajar y escuchar a los demás”. Y, me atrevería a añadir (o a
recordar, porque ya lo dijo él primero), hay que volver a los 17 y, en ese
instante fecundo, sentir profundo (“como un niño frente a Dios” según Violeta
Parra) y hacerlo junto a los demás, con ellos, por ellos, para ellos, con esa
madre que nos cobijó y nos dio vida, precisamente, ya ven que las piezas encajan
mucho mejor de lo que tendemos a pensar, el LP de Mari Trini en que se incluía
la canción que antes mencioné, el titulado En
tu piel, se abría con un tema, Claustro materno, que sería estupenda
banda sonora (“Allí, sin principio ni fin, allí somos eternos”) de esta emocionante
y, por supuesto, tierna novela.