Pidiendo perdón de antemano por la posible egolatría que pueda desvelar
tal acción (aunque prometo que nada más lejos de mi intención) y abusando de la
complicidad de quien me la inspiró y a quien, digámoslo así, se la regalé (el
siempre admirado y querido César Augusto Cair, de quien muy pronto volveremos a
ocuparnos en este ángulo oscuro del salón por un libro de poemas que ando paladeando
en estos momentos), escojo como título para el presente escrito una de esas
ocurrencias que uno tiene a veces jugando con, en este caso, las letras de las
canciones, es decir, me cito sin recato (el rubor no puedo evitarlo)
recurriendo al prólogo que me inspiró Quinto
aniversario (una de las obras que han convertido a Cair en el dramaturgo
que es -y que debería ser más conocido, representado y aplaudido-) y para cuya
publicación reuní unas cuantas palabras bajo este mismo paraguas que utilizo
ahora (y así reclamo mi autoría ante quien se apropió de la frase y la usa de
manera indiscriminada y un tanto artera, alguien a quien no deseo inspirar ni
tan siquiera pensamientos positivos -si borras a alguien de tu vida, sé al
menos consecuente y hazlo del todo- y a quien recuerdo que, en todo caso, sólo
César puede hacer con ella lo que quiera porque para loarle y agasajarle
nació). Bien, una vez reconocido el autoplagio, podemos hablar de lo que
importa, es decir, de las horas mágicas que, como en tantas ocasiones, he
vivido esta mañana (la del martes 4 puesto que estoy tecleando con la madrugada
del miércoles 5 un tanto avanzada) sentado en la butaca de un teatro, en
concreto de mi adorado La Latina, ese al que tanto anhelé ir cuando chaval
porque era donde actuaba Lina Morgan, aquella niña nacida en la muy cercana
calle Don Pedro que, al pasar por delante, soñaba con pisar sus tablas y
consiguió cumplir su sueño y multiplicarlo hasta alcanzar el infinito.
Desde 2010, el por derecho propio mítico coliseo de la Plaza de la Cebada
es propiedad de Pentación Espectáculos y el Grupo Focus y ha sido el escenario
(nunca mejor dicho) en que la primera empresa ha levantado el telón de la
temporada 2018-2019 presentando todos los espectáculos que irán pasando tanto
por La Latina como por el Teatro Bellas Artes (que Pentación gestiona desde
2005). Jesús Cimarro, ese hombre de teatro al que se nota enamorado de tal arte
hasta el tuétano, con la emoción a flor de piel (así lo delataban sus ojos y lo
trémulo de su voz en algunos momentos), el director de Pentación, su cabeza
visible, uno de esos empresarios que se la juega y no se esconde, el también
director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida (que clausuró a
finales de agosto su edición número 64 incrementando su número de asistentes en
algo más del 4% con respecto a 2017), Jesús Cimarro, decíamos, ha pisado las
tablas, ha ocupado el foco para actuar como satisfecho (como para no estarlo)
maestro de ceremonias, ocupando un lateral del escenario que llenaba un
impresionante elenco de gentes que nos han hecho (y lo siguen haciendo, ahí los
tienen como digo) amar el teatro. Como en tantas ocasiones, en este blog (por
más que escrito, pensado y tratado con talante y empeño periodístico) prima lo
personal, lo íntimo, lo que uno experimenta, se van desgranando los recuerdos y
las experiencias de lector y espectador de quien suscribe, el privilegio de
estar cerca (y hasta de conversar, preguntar, charlar) de artistas a los que se
admira, respeta y quiere (con lo que hay que agradecerles, sería muy mezquino hurtarles
ese componente sentimental y quedarse en una en este terreno innecesaria y hasta
inconveniente frialdad profesional). ¡Venga, López, desciende a tierra y habla
a las claras! ¿A quién pretendes engañar? ¡Si los leales a este rincón te
conocen bien! Efectivamente, dejaré de emplear un verbo que se pretende florido
para decirlo sin ambages y por derecho: ¿Cómo no sentir que los latidos se aceleran,
las expectativas alcanzan cotas dignas de campeones, las emociones estallan si,
una vez desaparece el telón, quedan frente al patio butacas, entre otros,
Concha Velasco, Lola Herrera, José María Pou, Lolita, Arcángel, Tina Sáinz,
Luis Luque, Josefina Molina o Carmelo Gómez? ¿Cómo no relamerse cuando se
anuncian montajes como Fedra, Moby Dick, Cinco horas con Mario, una continuación de Casa de muñecas o lo último de David Mamet?
Lo vivido hace unas horas es, como se dice, irrepetible, pueden ampliar
las fotografías adjuntas (perdonen, por cierto, la escasa calidad, uno no pasa
de aficionado -a lo que conviene sumar la miopía y el pulso poco firme de natural,
agudizado por la fascinación de tener enfrente a tanto monstruo de la escena-)
para comprobar que reunir de nuevo tanto talento en un mismo escenario sería
tarea imposible, se antoja muy complicado que la función (porque eso ha sido,
al menos así la he gozado) pueda repetirse, pero queda el consuelo, y no es
poco, de que cada uno tendrá su momento
-o momentos- durante esta temporada que tan largos ha puesto los dientes y
tanto ha invitado a soñar. Que regrese Cinco
horas con Mario (aunque nunca se marcha, somos ya varias las generaciones
de espectadores marcados por el texto y la interpretación) es una excelente
noticia, aún más porque conserva el triunvirato que ha hecho legendario sobre
las tablas el prodigioso monólogo (porque tal es desde su origen por más que presentado
-y así nos refiramos a él- como novela) de Miguel Delibes: el productor José
Sámano, quien adaptó el texto junto al propio autor y la segunda pieza imprescindible,
la directora Josefina Molina y, por supuesto, la actriz Lola Herrera. Puesto
que en su día (me refiero a la reposición de 2016, celebrando el cincuentenario
de su publicación) no escribí nada (al menos aquí) sobre este acontecimiento
teatral (porque lo es en sí mismo, dan igual fechas u otras circunstancias) y
que arranca así la programación del Bellas Artes en poco más de 24 horas,
prometo regresar y detenerme en obra y espectáculo como ambos merecen.
Lolita nos arrebató como actriz con su soberbia interpretación en Rencor, desde entonces la hemos seguido
con deleite en teatro (que el cine la tenga arrinconada/olvidada/desperdiciada
es algo digno de estudio -y, sobre todo, reprobable y no tan difícilmente subsanable-),
en cuanto supimos que iba a Mérida con una Fedra
versionada por Paco Bezerra y dirigida por Luis Luque (¡Ay, esos dos, qué
grandes!) fue inevitable salivar y, gracias sean dadas, del 13 al 30 de septiembre
podrá verse en La Latina ese montaje que ha arrancado el aplauso unánime (no he
leído nada en contra, aunque sólo fuese una ligera discrepancia) de crítica y público.
Que José María Pou siga en activo supone un alivio y un regalo porque siempre
tendremos algo apetecible e interesante (aunque se me antojan adjetivos un
tanto inanes y convencionales para lo que él suele conseguir) que llevarnos a
la boca, ¿cómo no va a resultar sugerente su propuesta de Moby Dick? Con permiso de Gregory Peck (que está en la memoria de
tantos), ¿pueden imaginar otro capitán Ahab? ¡Esa voz, esa furia, esa altura
-en todos los sentidos-, esa grandeza, ese poder que destila Pou! Sólo de
imaginarlo, ya estoy temblando (aunque habrá que esperar hasta el 25 de enero
de 2019 que cuando desembarcará -tal vez sería más pertinente decir embarcará-
en La Latina). ¿Y qué decir que no sepan los lectores más habituales sobre
Concha Velasco? Que fue una de mis actrices favoritas desde antes de llamarla
así, que la adoro, idolatro y venero haga lo que haga (aunque no todo sea de mi
agrado al final vence mi devoción) y que, como con todo lo anterior (y con todo
lo que haya de venir), la cita con El funeral
es ineludible (y no busquen ahora mi tan característico humor negro, si el
título fuese otro la frase sería la misma salvo en ese detalle), más aún cuando
escribe y dirige su hijo, el apreciado Manuel M. Velasco (del 4 de octubre al
20 de enero de 2019 en La Latina).
Repito que este no es un texto informativo, al margen de que bien
conocen mi querencia por glosar (y aplaudir) aquello que he visto/disfrutado,
no me detendré en todos los espectáculos que se verán sobre las tablas de La
Latina y el Bellas Artes, pero no puedo dejar de celebrar que David Mamet vuelva
a estar en manos de Bernabé Rico como adaptador y Juan Carlos Rubio como director
después de lo logrado con Muñeca de
porcelana (y ese José Sacristán gigantesco y apoteósico ganando por goleada
al desdibujado y desafortunado Al Pacino de Broadway que, inexplicablemente, no
ganó un Max para el que, ahondemos en la herida, ni tan siquiera fue nominado):
La culpa estará en cartel en el
Bellas Artes del 8 de enero al 24 de marzo de 2019 con un cuarteto que promete
muchísimo (Pepón Nieto, Magüi Mira -quien, precisamente, hizo para este que les
da la vara uno de sus trabajos más apabullantes y memorables en La anarquista, también de Mamet-, Ana Fernández
y Miguel Hermoso). Otra de esas actrices a las que seguimos en teatro con
avidez y entrega es Aitana Sánchez-Gijón y más cuando llega al frente de la osadía
cometida por Lucas Hnath de continuar Casa
de muñecas y, de alguna manera, enmendar la plana a Ibsen, atrevimiento que
fue premiado en Broadway con ovaciones, elogios encendidos, prórroga de funciones,
entradas agotadas: La vuelta de Nora pondrá
el colofón a la temporada en el Bellas Artes del 24 de abril al 23 de junio de
2019. Todo sin olvidar una peculiar versión en teatromascope de Ben-Hur, ideada y dirigida por Yllana y
escrita por Nancho Novo (del 28 de marzo a 2 de junio de 2019 en La Latina) o
la muy esperada (dicho desde mi centralismo, puesto que ya está girando) Todas las noches de un día con Carmelo
Gómez y Ana Torrent dando vida a los personajes de Alberto Conejero bajo la batuta
de Luis Luque (del 21 de noviembre de 2018 al 6 de enero de 2019 en La Latina).
Pero como todos los artistas involucrados merecen su espacio por pequeño
que sea, más aún cuando suponen propuestas para toda la familia y con el ánimo
de inocular el dulce veneno del teatro en los más jóvenes, el Bellas Artes
ofrecerá lo que denomina Sección Escolar gracias a Un selfie con Melibea y Un
selfie con Lazarillo (del 18 de octubre al 13 de diciembre) y La teatropedia (del 17 de octubre al 12
de noviembre); en la llamada Sección Familiar están programadas El chico de las zapatillas rojas (del 8
de septiembre al 7 de octubre) y un acercamiento a la ópera a través de La flauta mágica (del 14 de enero al 28
de abril de 2019) y La pequeña bella
durmiente (del 21 de octubre de 2018 al 7 de abril de 2019). La variada
oferta se completa con la Sección OFF gracias a 3 en impro (del 8 de septiembre al 28 de diciembre) y el regreso de
La voz dormida, el monólogo basado en
la maravillosa novela homónima de Dulce Chacón interpretado por Laura Toledo
(del 27 de noviembre al 18 de diciembre). El público infantil también tendrá cabida
en La Latina gracias a una de las propuestas más estimulantes y esperadas: la
conversión en musical de Los futbolísimos
con dirección de su creador, Roberto Santiago (del 20 de octubre de 2018 al
20 de enero de 2019 -aunque tengo la impresión de que prorrogarán o se verán
obligados a regresar-). El encargado de abrir la temporada en La Latina es el
cantaor Arcángel quien junto al coro de Las Nuevas Voces Búlgaras ofrecerá
recitales desde este jueves 6 al domingo 9 y la cerrará Antonio Orozco del 26
al 30 de julio de 2019. Además, seguimos en La Latina, tiempo para el humor con
la última temporada de Viejóvenes (del
14 de septiembre al 20 de diciembre), Lo
mejor de Yllana (del 3 al 14 de julio de 2019), grupo que también estará
presente con We love Queen (del 5 al
23 de junio) y El Monaguillo con ¿Sólo lo
veo yo? (cinco únicas funciones que se reparten entre el 12 de octubre y el
7 de diciembre). ¡Lo que nos espera! ¡Qué maravilla! Como bien ha dicho Lolita
durante la presentación, hay que vivir y ¿qué mejor que hacerlo (al menos en
parte) en un teatro? Si eso es la vida y, por lo mismo, me creo todo lo que me
cuenten.