domingo, 19 de mayo de 2019

ORFANDAD EMOCIONAL





   Aunque algunos le acusaban de repetirse más que el ajo y de no inventar/proponer soluciones nuevas (y fue algo, cierto es, que pude comprobar con alumnos de años diferentes), el caso es que varios de los trucos/consejos que Juan Antonio Porto daba en sus clases en la Universidad siguen resultando enormemente válidos a la hora de plantear/contar una historia (aunque él enseñase en concreto guion, no dejamos de hablar de recursos narrativos pertinentes -y útiles- para casi cualquier género y/o estilo); así, por ejemplo, nunca olvidaré (sobre todo la emoción con que lo contaba) lo que le parecía un arranque insuperable para interesar, inquietar y atrapar al espectador desde el primer plano: “Llega un tren a una estación solitaria en medio de ninguna parte, sólo baja una persona… ¡y es Spencer Tracy! ¡A ver quién es el guapo que se pierde el resto!”. Sí, es el por derecho propio mítico arranque del filme que aquí conocimos como Conspiración de silencio, pero su esquema es extrapolable a donde se quiera puesto que, de un modo u otro, sea justo al comenzar o en el momento adecuado para incorporar ese elemento extraño (en ese adjetivo radica el auténtico quid de la cuestión) que, aun sin pretenderlo, perturba, conmociona, provoca un terremoto en el lugar en que aparece (y en los que allí habitan o por allá transitan -no se puede dejar de mencionar esa fabulosa entrada de John Wayne en La diligencia con la que John Ford creó un icono, una estrella, una leyenda-), da igual cuándo suceda, cómo, en qué condiciones, el caso es que la irrupción del forastero (dicho con toda la intención) constituye en sí misma un nudo dramático de enorme potencia (el adecuado aprovechamiento depende, por supuesto, de la habilidad/calidad/maestría del escritor). Tal vez por eso, más allá de que protagonizase mi toma de contacto con la tía Agatha (El tren de las 4.50), siempre he sentido debilidad por Miss Marple, un personaje que rompió muchos moldes y normas del género, alguien que no deja de ser -incluso en su propio pueblo- una especie de infiltrada (para otros, sobre todo para los asesinos, una molestia), una persona ajena al trabajo policial/detectivesco a pesar de sus indudables facultades para la resolución del mismo, una visita a la que a veces se llama precisamente para que sirva de ayuda ante un problema (por lo que ha demostrado o solucionado sin moverse de su sillón) y en otras pasa por allí en el peor momento para el criminal (especialmente en El caso de los anónimos, donde sólo interviene en las últimas páginas), podríamos decir que en la mayoría de sus historias es una forastera en toda regla (hasta en los relatos cortos que le concedieron popularidad e inmortalidad -la Christie no pensaba utilizarla tanto ni durante tantos años- se limita a ser una oyente hasta que, sin dejar de tejer, expone la única solución posible a lo que hasta entonces era un misterio indescifrable).

   Ese fue también, y así nos lo cuenta en uno de los encuentros más divertidos y alocados en que recuerdo haber participado junto a mi Pepa Muñoz y algunos de los compañeros habituales (donde, por cierto, también hubo interferencias, cuerpos extraños, gallitos en corral ajeno por más que lo pretendiesen propio, intromisiones que no dan ni para un cuento breve), decía que de una idea similar partió Blas Ruiz Grau para comenzar a pergeñar No mentirás, su ansiado debut en la edición en papel (de la mano de Ediciones B) tras mantenerse como uno de los autores más leídos y vendidos en formato digital con sus anteriores títulos, puesto que reconfirma a la vista de lo que está sucediendo (ahí están las cifras y las reacciones en redes) desde que el pasado mes de marzo llegase a las librerías esta novela, arranque de una trilogía, a la que su autor llevaba mucho tiempo dando vueltas (y en la que ha trabajado varios años): “La novela negra es mi pasión desde siempre, primero como lector, claro. Pero como es lo que más me gusta es lo que más miedo me daba tocar y he esperado a sentirme más seguro, mientras he ido madurando algo que surgió hace tiempo: en 2011, cuando todavía no había autopublicado nada, ya tenía la historia del personaje de Carlos en la cabeza, me parecía muy interesante la figura de ese yuppie acomodado, ante quien todo el mundo besa el suelo que pisa, que le dicen lo que quiere oír, que tiene su vida hecha, y sacarle de su ambiente, que se encontrase en un lugar donde nadie le conoce, donde no es nadie y tiene que adaptarse al medio para averiguar una verdad que al principio no le interesa hasta que descubre que le es básico hacerlo. Él ha construido un Carlos impostado a raíz de que su padre lo abandonó hace dieciocho años, en el pueblo que se ve obligado a visitar empieza a salir el verdadero, el que él mismo desconoce, como digo, me apetecía muchísimo contar ese viaje. Al principio, la novela se centraba en eso nada más, pero vi la oportunidad de desahogarme, de sacar mi lado negro, de contar el pasado de Nicolás Valdés, mi personaje fetiche, que, sí, tiene mucho de mí, ya lo digo yo antes de que lo señale nadie, complementado además con Alfonso. Sin embargo, Carlos sí salió del extremo, de irme a todo lo contrario a lo que yo soy, por más que todos tengamos nuestras manías, ¿eh?”. Por lo tanto, los múltiples seguidores de Blas tienen la oportunidad de conocer los verdaderos orígenes, el paso del protagonista de La profecía de los pecadores y La verdad os hará libres (por eso No mentirás transcurre en 2009), pero quien llegue de nuevas (como un servidor) no tendrá ningún problema, no necesita haber leído lo anterior para, inevitablemente, dejarse atrapar/envolver/asfixiar (hay muchas brumas que despejar, una tormenta interior que no cesa) por un personaje con aristas, con esquinas, con oscuridades, un investigador a prueba consigo mismo, sin duda toda una creación (no en vano ha dado para varias novelas y, como ya se ha dicho, de momento tiene garantizada la continuidad), aunque me permitirán que, en mi querencia por los puntos de inflexión, por las irrupciones inesperadas que constituyen seísmos que dejan chiquita la escala Richter, en mi gusto por los detectives aficionados (o forzados), me quede con Carlos Lorenzo, también por la osadía que supone, por más que el héroe/antihéroe claro sea Nicolás Valdés, poner en el mismo orden de relevancia (es decir, al frente de la novela) a un tipo que, las cosas como son, provoca repulsión, resulta insoportable por no decir odioso, alguien a quien no querríamos parecernos y, sin embargo, puede que identifiquemos, que nos sean familiares (aunque sólo sean como pulsiones que acallamos) su coraza, su soberbia, su incapacidad de sentir empatía, su rencor, reflejo/consecuencia de sus carencias afectivas, del modo en que vació (y le vaciaron) el corazón, es y está huérfano de emociones, tanto se ha alejado de ellas que, podría decirse, es igualmente forastero en ese terreno/territorio.

   Y no contento con esta duplicidad/confrontación de protagonistas, Blas plantea dos tramas, en realidad la misma pero ramificada en dos investigaciones, una si se quiere más ortodoxa (en el sentido de ocuparse dos profesionales o en camino de serlo) y la otra a cargo de dos aficionados que forman una pareja de lo más dispar, lo que permite en algunos momentos la aparición del humor, tanto del más absurdo, como del cruel, del que se regodea en la desgracia ajena de aquel que no nos resulta simpático (o algo peor), el autor reconoce sin problemas que ha dado suelta a su lado más sádico al someter a Carlos a lo que alguien como él con todo reglamentado, organizado, cronometrado y establecido de antemano no puede considerar de otro modo que auténticas torturas; volviendo al origen, a lo del juego de espejos en personajes y resolución de los enigmas, hay que aplaudir al autor porque sale del envite muy airoso y demuestra que tiene muy meditada la jugada siguiente (el segundo volumen): “Necesito alicientes como escritor, ponerme retos, que no sea o parezca sencillo: así surgió lo de la doble trama. También la localización: recurrir a un pueblo de la costa alicantina, evitar el escenario más habitual de este tipo de historias, el pueblo que he tomado como referente es un lugar en el que se acoge a los forasteros, no hay hermetismo, hace buen tiempo casi siempre”, muy diferente a la hostilidad y desconfianza que se respira en cada rincón del literario, un lugar en el que se supone que nunca pasa nada y, sin embargo, las corrientes subterráneas están llenas de excrecencias, algunas de las cuales empiezan a aflorar, a atufar, a envenenar el ambiente, a contaminar el aire, a expandir los malos efluvios (y lo que aún es peor, el número de asesinados). Lugar, por cierto, real que, por supuesto, no se llama Mors, topónimo con el que aparece en la novela: “El pueblo existe, sí, pero no diré cuál es, aunque habrá quien lo reconozca; eso sí, algunos personajes los he llevado al extremo contrario: el carnicero, por ejemplo, no tiene nada que ver. Sin embargo, y se lo avisé, el forense sí está inspirado en uno real, en quien me ayudó a documentarme y me explicó muchas cosas, aunque me dijo que no vería nada que no quisiera ver y a veces fue inevitable, jajaja”. Blas ha querido ser muy preciso en la descripción de los diferentes procedimientos, tanto el policial como el forense, para que la historia sea lo más verosímil posible dentro del endiablado rompecabezas que plantea, sin evitar, manejándolas con acierto e imprimiéndoles un aire novedoso, determinadas convenciones del género de las que, en ocasiones, los personajes se mofan o se quejan, hay todavía demasiada gente que se cree a pies juntillas CSI o series similares (que entretienen lo suyo, sí, pero dejando a un lado las clásicas unidades teatrales, sobre todo la temporal).

   Blas va acumulando piezas, diseminando pistas, dando sorpresas y giros bruscos, aclarando zonas sombrías para sumergirnos a continuación en otra mucho más tenebrosa, se comprende aún sin saberlo cuando se empieza a leer (fue algo que él y su editora hicieron oficial durante el encuentro) que No mentirás no puede agotar la historia sin resultar precipitada, sin desbaratar de mala manera su planteamiento y desarrollo, que por más que la madeja se desteja como es exigible a toda novela del género (en realidad, de cualquiera, es decir, que el lector quede satisfecho incluso aunque haya cabos sueltos -la coherencia a veces exige que eso suceda, al fin y al cabo en la vida no hay compartimentos estancos ni desenlaces cerrados-) para poder contar todo lo necesario sin trampas ni disloques, por lo bien urdido que está todo, es necesaria una continuación que quien no quiera porque le baste con esta podrá ignorar pero, a buen seguro, la gran mayoría de lectores querrá saber qué pasa después, esto engancha y eso se debe no sólo a una trama plagada de asesinatos de lo más truculentos y elaborados (y a una velocidad narradora de vértigo) ni al cuidadoso goteo de piezas que van encajando y dejando huecos con precisión quirúrgica, sino al dibujo hecho con trazo nervioso pero firme de personajes que nos resultan cercanos porque se comportan y hablan (dejando a un lado los crímenes cometidos, desde luego) como cualquiera de nosotros: “Los diálogos me han dado muchos problemas desde el principio, soy consciente de que en mis primeras novelas me quedaban muy planos, incluso metidos con calzador, no eran creíbles, lo asumo sin problema porque es algo que siempre he procurado mejorar. Y fue de las obsesiones que viví con esta novela: meterme en la piel de los personajes, en sus pensamientos, les hice una entrevista para saber cómo se expresaban, qué dirían y qué no, que su forma de hablar sonase espontánea y cuadrase con cada uno”. El resultado de ese esfuerzo salta a la vista y es muy plausible.

   P.D.: No puedo acabar este texto sin señalar algo que, de dejar de hacerlo, aquellos leales que me han otorgado su confianza desde hace años podrían considerar, no sin razón, un engaño por mi parte: aunque no afecte en nada a la estructura, al ritmo, a lo pensada que está la novela, es una lástima que se hayan colado demasiadas erratas, nada que no pueda ser subsanable con otra nueva revisión de cara a posteriores ediciones (igual ya se ha hecho, téngase en cuenta que leí uno de los primeros ejemplares), algo que, como digo, es molesto, sí, da coraje, pero no altera ni afecta a lo que es una novela muy entretenida y adictiva (espero que nadie se moleste más de la cuenta, no es una crítica sino una llamada de atención, pero me consta que a algunas personas no les gustaría que no les advirtiese de ello antes de ponerse a la lectura).