Aunque algunos le acusaban de repetirse más que el ajo y de no
inventar/proponer soluciones nuevas (y fue algo, cierto es, que pude comprobar
con alumnos de años diferentes), el caso es que varios de los trucos/consejos
que Juan Antonio Porto daba en sus clases en la Universidad siguen resultando
enormemente válidos a la hora de plantear/contar una historia (aunque él
enseñase en concreto guion, no dejamos de hablar de recursos narrativos pertinentes
-y útiles- para casi cualquier género y/o estilo); así, por ejemplo, nunca
olvidaré (sobre todo la emoción con que lo contaba) lo que le parecía un
arranque insuperable para interesar, inquietar y atrapar al espectador desde el
primer plano: “Llega un tren a una estación solitaria en medio de ninguna parte,
sólo baja una persona… ¡y es Spencer Tracy! ¡A ver quién es el guapo que se
pierde el resto!”. Sí, es el por derecho propio mítico arranque del filme que
aquí conocimos como Conspiración de
silencio, pero su esquema es extrapolable a donde se quiera puesto que, de
un modo u otro, sea justo al comenzar o en el momento adecuado para incorporar
ese elemento extraño (en ese adjetivo radica el auténtico quid de la cuestión)
que, aun sin pretenderlo, perturba, conmociona, provoca un terremoto en el
lugar en que aparece (y en los que allí habitan o por allá transitan -no se
puede dejar de mencionar esa fabulosa entrada de John Wayne en La diligencia con la que John Ford creó
un icono, una estrella, una leyenda-), da igual cuándo suceda, cómo, en qué
condiciones, el caso es que la irrupción del forastero (dicho con toda la
intención) constituye en sí misma un nudo dramático de enorme potencia (el
adecuado aprovechamiento depende, por supuesto, de la habilidad/calidad/maestría
del escritor). Tal vez por eso, más allá de que protagonizase mi toma de
contacto con la tía Agatha (El tren de
las 4.50), siempre he sentido debilidad por Miss Marple, un personaje que
rompió muchos moldes y normas del género, alguien que no deja de ser -incluso
en su propio pueblo- una especie de infiltrada (para otros, sobre todo para los
asesinos, una molestia), una persona ajena al trabajo policial/detectivesco a
pesar de sus indudables facultades para la resolución del mismo, una visita a
la que a veces se llama precisamente para que sirva de ayuda ante un problema (por
lo que ha demostrado o solucionado sin moverse de su sillón) y en otras pasa
por allí en el peor momento para el criminal (especialmente en El caso de los anónimos, donde sólo interviene
en las últimas páginas), podríamos decir que en la mayoría de sus historias es
una forastera en toda regla (hasta en los relatos cortos que le concedieron
popularidad e inmortalidad -la Christie no pensaba utilizarla tanto ni durante
tantos años- se limita a ser una oyente hasta que, sin dejar de tejer, expone
la única solución posible a lo que hasta entonces era un misterio indescifrable).
Ese fue también, y así nos lo cuenta en uno de los encuentros más
divertidos y alocados en que recuerdo haber participado junto a mi Pepa Muñoz y
algunos de los compañeros habituales (donde, por cierto, también hubo
interferencias, cuerpos extraños, gallitos en corral ajeno por más que lo
pretendiesen propio, intromisiones que no dan ni para un cuento breve), decía
que de una idea similar partió Blas Ruiz Grau para comenzar a pergeñar No mentirás, su ansiado debut en la
edición en papel (de la mano de Ediciones B) tras mantenerse como uno de los autores
más leídos y vendidos en formato digital con sus anteriores títulos, puesto que
reconfirma a la vista de lo que está sucediendo (ahí están las cifras y las
reacciones en redes) desde que el pasado mes de marzo llegase a las librerías esta
novela, arranque de una trilogía, a la que su autor llevaba mucho tiempo dando vueltas
(y en la que ha trabajado varios años): “La
novela negra es mi pasión desde siempre, primero como lector, claro. Pero como
es lo que más me gusta es lo que más miedo me daba tocar y he esperado a
sentirme más seguro, mientras he ido madurando algo que surgió hace tiempo: en
2011, cuando todavía no había autopublicado nada, ya tenía la historia del
personaje de Carlos en la cabeza, me parecía muy interesante la figura de ese
yuppie acomodado, ante quien todo el mundo besa el suelo que pisa, que le dicen
lo que quiere oír, que tiene su vida hecha, y sacarle de su ambiente, que se
encontrase en un lugar donde nadie le conoce, donde no es nadie y tiene que
adaptarse al medio para averiguar una verdad que al principio no le interesa
hasta que descubre que le es básico hacerlo. Él ha construido un Carlos
impostado a raíz de que su padre lo abandonó hace dieciocho años, en el pueblo que
se ve obligado a visitar empieza a salir el verdadero, el que él mismo
desconoce, como digo, me apetecía muchísimo contar ese viaje. Al principio, la
novela se centraba en eso nada más, pero vi la oportunidad de desahogarme, de
sacar mi lado negro, de contar el pasado de Nicolás Valdés, mi personaje
fetiche, que, sí, tiene mucho de mí, ya lo digo yo antes de que lo señale nadie,
complementado además con Alfonso. Sin embargo, Carlos sí salió del extremo, de
irme a todo lo contrario a lo que yo soy, por más que todos tengamos nuestras
manías, ¿eh?”. Por lo tanto, los múltiples seguidores de Blas tienen la oportunidad
de conocer los verdaderos orígenes, el paso del protagonista de La profecía de los pecadores y La verdad os hará libres (por eso No mentirás transcurre en 2009), pero quien
llegue de nuevas (como un servidor) no tendrá ningún problema, no necesita
haber leído lo anterior para, inevitablemente, dejarse atrapar/envolver/asfixiar
(hay muchas brumas que despejar, una tormenta interior que no cesa) por un
personaje con aristas, con esquinas, con oscuridades, un investigador a prueba consigo
mismo, sin duda toda una creación (no en vano ha dado para varias novelas y,
como ya se ha dicho, de momento tiene garantizada la continuidad), aunque me permitirán
que, en mi querencia por los puntos de inflexión, por las irrupciones
inesperadas que constituyen seísmos que dejan chiquita la escala Richter, en mi
gusto por los detectives aficionados (o forzados), me quede con Carlos Lorenzo,
también por la osadía que supone, por más que el héroe/antihéroe claro sea
Nicolás Valdés, poner en el mismo orden de relevancia (es decir, al frente de la
novela) a un tipo que, las cosas como son, provoca repulsión, resulta insoportable
por no decir odioso, alguien a quien no querríamos parecernos y, sin embargo,
puede que identifiquemos, que nos sean familiares (aunque sólo sean como
pulsiones que acallamos) su coraza, su soberbia, su incapacidad de sentir
empatía, su rencor, reflejo/consecuencia de sus carencias afectivas, del modo
en que vació (y le vaciaron) el corazón, es y está huérfano de emociones, tanto
se ha alejado de ellas que, podría decirse, es igualmente forastero en ese
terreno/territorio.
Y no contento con esta duplicidad/confrontación de protagonistas, Blas
plantea dos tramas, en realidad la misma pero ramificada en dos investigaciones,
una si se quiere más ortodoxa (en el sentido de ocuparse dos profesionales o en
camino de serlo) y la otra a cargo de dos aficionados que forman una pareja de
lo más dispar, lo que permite en algunos momentos la aparición del humor, tanto
del más absurdo, como del cruel, del que se regodea en la desgracia ajena de
aquel que no nos resulta simpático (o algo peor), el autor reconoce sin problemas
que ha dado suelta a su lado más sádico al someter a Carlos a lo que alguien
como él con todo reglamentado, organizado, cronometrado y establecido de
antemano no puede considerar de otro modo que auténticas torturas; volviendo al
origen, a lo del juego de espejos en personajes y resolución de los enigmas,
hay que aplaudir al autor porque sale del envite muy airoso y demuestra que tiene
muy meditada la jugada siguiente (el segundo volumen): “Necesito alicientes como escritor, ponerme retos, que no sea o parezca sencillo:
así surgió lo de la doble trama. También la localización: recurrir a un pueblo
de la costa alicantina, evitar el escenario más habitual de este tipo de
historias, el pueblo que he tomado como referente es un lugar en el que se
acoge a los forasteros, no hay hermetismo, hace buen tiempo casi siempre”,
muy diferente a la hostilidad y desconfianza que se respira en cada rincón del
literario, un lugar en el que se supone que nunca pasa nada y, sin embargo, las
corrientes subterráneas están llenas de excrecencias, algunas de las cuales
empiezan a aflorar, a atufar, a envenenar el ambiente, a contaminar el aire, a
expandir los malos efluvios (y lo que aún es peor, el número de asesinados).
Lugar, por cierto, real que, por supuesto, no se llama Mors, topónimo con el
que aparece en la novela: “El pueblo
existe, sí, pero no diré cuál es, aunque habrá quien lo reconozca; eso sí, algunos
personajes los he llevado al extremo contrario: el carnicero, por ejemplo, no
tiene nada que ver. Sin embargo, y se lo avisé, el forense sí está inspirado en
uno real, en quien me ayudó a documentarme y me explicó muchas cosas, aunque me
dijo que no vería nada que no quisiera ver y a veces fue inevitable, jajaja”.
Blas ha querido ser muy preciso en la descripción de los diferentes
procedimientos, tanto el policial como el forense, para que la historia sea lo
más verosímil posible dentro del endiablado rompecabezas que plantea, sin
evitar, manejándolas con acierto e imprimiéndoles un aire novedoso, determinadas
convenciones del género de las que, en ocasiones, los personajes se mofan o se
quejan, hay todavía demasiada gente que se cree a pies juntillas CSI o series similares (que entretienen
lo suyo, sí, pero dejando a un lado las clásicas unidades teatrales, sobre todo
la temporal).
Blas va acumulando piezas, diseminando pistas, dando sorpresas y giros bruscos,
aclarando zonas sombrías para sumergirnos a continuación en otra mucho más
tenebrosa, se comprende aún sin saberlo cuando se empieza a leer (fue algo que
él y su editora hicieron oficial durante el encuentro) que No mentirás no puede agotar la historia sin resultar precipitada,
sin desbaratar de mala manera su planteamiento y desarrollo, que por más que la
madeja se desteja como es exigible a toda novela del género (en realidad, de
cualquiera, es decir, que el lector quede satisfecho incluso aunque haya cabos
sueltos -la coherencia a veces exige que eso suceda, al fin y al cabo en la
vida no hay compartimentos estancos ni desenlaces cerrados-) para poder contar
todo lo necesario sin trampas ni disloques, por lo bien urdido que está todo,
es necesaria una continuación que quien no quiera porque le baste con esta podrá
ignorar pero, a buen seguro, la gran mayoría de lectores querrá saber qué pasa
después, esto engancha y eso se debe no sólo a una trama plagada de asesinatos
de lo más truculentos y elaborados (y a una velocidad narradora de vértigo) ni
al cuidadoso goteo de piezas que van encajando y dejando huecos con precisión
quirúrgica, sino al dibujo hecho con trazo nervioso pero firme de personajes
que nos resultan cercanos porque se comportan y hablan (dejando a un lado los
crímenes cometidos, desde luego) como cualquiera de nosotros: “Los diálogos me han dado muchos problemas
desde el principio, soy consciente de que en mis primeras novelas me quedaban
muy planos, incluso metidos con calzador, no eran creíbles, lo asumo sin
problema porque es algo que siempre he procurado mejorar. Y fue de las
obsesiones que viví con esta novela: meterme en la piel de los personajes, en
sus pensamientos, les hice una entrevista para saber cómo se expresaban, qué dirían
y qué no, que su forma de hablar sonase espontánea y cuadrase con cada uno”.
El resultado de ese esfuerzo salta a la vista y es muy plausible.
P.D.: No puedo acabar este texto sin señalar algo que, de dejar de
hacerlo, aquellos leales que me han otorgado su confianza desde hace años podrían
considerar, no sin razón, un engaño por mi parte: aunque no afecte en nada a la
estructura, al ritmo, a lo pensada que está la novela, es una lástima que se
hayan colado demasiadas erratas, nada que no pueda ser subsanable con otra
nueva revisión de cara a posteriores ediciones (igual ya se ha hecho, téngase
en cuenta que leí uno de los primeros ejemplares), algo que, como digo, es
molesto, sí, da coraje, pero no altera ni afecta a lo que es una novela muy entretenida
y adictiva (espero que nadie se moleste más de la cuenta, no es una crítica
sino una llamada de atención, pero me consta que a algunas personas no les
gustaría que no les advirtiese de ello antes de ponerse a la lectura).