domingo, 30 de junio de 2019

UNO MISMO, LA MEJOR CIRCUNSTANCIA





   Me han preguntado muchas veces cuándo, cómo y por qué empecé a leer, en estas y anteriores memorias de lector (que, al final -pidiendo perdón al maestro Borges por la osadía de ponerme a su altura-, es lo que uno quiere ser considerado, nada más) he ido desgranando hitos, epifanías, momentos fundacionales y/o seminales de una pasión/vocación que, en realidad, ha conducido mis pasos desde antes (y no es exageración) de que pudiera ponerle nombre, de que tuviese el vocabulario suficiente para armar una frase mínimamente inteligible y explicativa de algo que, vuelvo a decirlo como tantas veces, vino/estuvo conmigo desde el principio, más allá de mi tendencia a trenzar frases subordinadas y a encadenar circunloquios, en este caso no tengo otro remedio que dar vueltas en torno al asunto sin llegar a una meta que satisfaga porque no hay una única respuesta, especialmente al tercer interrogante planteado. El tío Miguel me enseñó las letras en las matrículas de los coches cuando tenía poco más de tres años (empecé el colegio sabiendo leer, algo bastante insólito a juzgar por la reacción de mi primera profesora, la fabulosa señorita Rosario), los tebeos y cuentos que tenían mis hermanos siempre me llamaron la atención (en parte porque reconocía a algunos personajes que aparecían en televisión y muy pronto en la gran pantalla de los cines del barrio que alimentaron -y engordaron- otra de mis querencias naturales -en parte la misma, puesto que se trataba de conocer historias, gentes, aventuras, lugares-), me lancé a leer con fruición, con empeño, con ansia, con devoción y convicción, como si no hubiera un mañana, como si no hubiera otra cosa, algo que gran medida así sentía porque desde chaval tendí a la soledad buscada, a la misantropía, no me gustaban los juegos habituales del recreo (especialmente los deportivos, incluso como mero espectador), tampoco me llamaron nunca la atención los coches y/o las motos, no encajaba demasiado en el arquetipo del momento (y seguí sin hacerlo), en las aficiones más corrientes, en a qué se dedicaba el tiempo libre. Me he comparado en muchas ocasiones con Bastian, de ahí mi enamoramiento con La historia interminable desde las primeras páginas (aunque fue una corazonada lo que me llevó hasta ese libro del que ignoraba su argumento hasta que lo abrí -y fui succionado al igual que el protagonista-), y les prometo que caigo en la cuenta en este mismo momento de que tengo la respuesta más precisa y escueta, la auténtica, la que me satisface, la que define: empecé a leer antes de ser consciente de estar haciéndolo, era parte de un juego con el tío Miguel y, llegamos al meollo, fue, es y será una necesidad (y un placer, aunque eso llegó después, no mucho, las cosas como son). Y esta reflexión ha nacido/rebrotado al leer por ahí algún reportaje plagado de inexactitudes, de lugares comunes, de estereotipos, de cierta visión esquemática teñida de superioridad (que la autora traía de casa y no consintió que la realidad la desmintiese o no se comprende cómo pudo colegir eso de lo que vio y escuchó), de quedarse en/con el titular, en una palabra que pueda estar empleada con mejor o peor fortuna pero que tiene toda una explicación detrás, por más que haya un significado estandarizado este se amplía por el contexto, por cómo cada uno la interpreta/se la apropia, por supuesto que leer es curativo, lenitivo, terapéutico, pero no sólo por eso se practica, no hay que escapar de vidas mediocres (o sí o a veces), claro que uno buscó (y lo sigue haciendo) refugio en la lectura pero no como placebo, como anestésico, como impostura, todo lo contrario, por más que a veces me cobije en las palabras, en las páginas, tan sólo quiera la parte lúdica, el pasatiempo, la diversión sin complicaciones.

   No obstante, ha tenido su lado curioso y hasta irónico (es mi talante más habitual, tampoco es extraño que lo juzgue de ese modo/bajo ese prisma) lo de enfrentarme de nuevo (no es la primera vez) a que alguien tilde el hábito lector como “terapia”, dicho en el sentido más plano y simple (por no decir conmiserativo), remarcando las comillas y hasta acompañando la palabra con una mueca de burla, mientras transcribía lo que dio de sí el apasionante encuentro que, organizado por mi Pepa Muñoz, mantuvimos gran parte de los congregados habituales a finales del pasado abril en torno a Pau Albert y su peculiar (por personal y por su tono/contenido -y algunos detalles más, ahora iremos con ello-) e inspirador libro Soy lo que siento que Espasa publicó hace unos meses en su sello de poesía. Porque puede que más de un lector se acerque con esa (noble) intención al llamarle la atención que Pau se presente como coach (me da coraje, no lo niego -y se lo confesé a la autora-, tener que utilizar un término en inglés pero, por desgracia, si recurro a sus posibles traducciones puede que la confusión sea mayor), que busque un manual, una ayuda, un asesoramiento para cicatrizar heridas, cambiar actitudes, abrir los ojos, y sin duda va a encontrar todo eso, pero no al estilo rudimentario, buenista y hasta absurdo que tanto prolifera, subgénero o como se quiera llamar que insólitamente sigue vendiendo mucho (la recaudación debe ser cuantiosa cuando las editoriales compiten consigo mismas y saturan -aún más- el mercado añadiendo al catálogo propio títulos semejantes e intercambiables entre sí) por más que un porcentaje altísimo se basa en repetir/refundir/plagiar lo que fue formulado (y superado, por no decir rebatido) hace tiempo, cuando no en repetir obviedades que forman parte de lo que (a veces con sumo acierto) se conoce como sabiduría popular, morralla con ínfulas que, más que proporcionar ayuda/curación, busca engrosar un prestigio (y un bolsillo) ganado la mayoría de las veces a fuerza de vender humo o trajes de una tela tan especial que cualquiera no está capacitado para apreciar cómo (no) cubre la desnudez del emperador. Y, desde ese punto de vista/partida totalmente legítimo por parte del lector, el libro de Pau puede ayudar a hacer terapia, invita a despejar/limpiar mente, corazón y vida, sirve para mirar alrededor y, sobre todo, mirarnos los adentros, pero no pretende ni quiere ser un listado de normas a seguir, no son unas instrucciones, no se basa en recetas, ya lo avisa en la contraportada donde la propia autora reconoce que el libro “es toda la verdad que sé escribir ahora mismo. La historia de que tú y yo estamos vivos. Un paso por todo lo aprendido sobre mí misma y sobre quien llevo conmigo en el camino. Un viaje hacia dentro de cada uno donde vas solo pero no para de haber manos que tocar. Es una historia de amor hacia todo lo que un día fue, es y seguirá siendo mientras tú seas”.

   Con la honestidad por bandera tanto en lo que escribe como en el cara a cara, tanto en lo profesional como en lo personal, Pau rehúye cualquier etiqueta, especialmente con el tono peyorativo que puede haber adquirido por el mal uso y peor apropiación (o viceversa) que algunos han hecho, se sonroja al verse publicada en una colección de poesía, cree que lo suyo es simplemente eso, ya lo señala desde el título, no quiere erigirse en faro, en oráculo, no se da ninguna importancia: “Ha sido una especie de diario de trabajo transformado en libro: ayudando cada día a otros en su desarrollo personal he ido tomando de nota de qué les enseño y qué me enseño. Escribiendo siempre te sorprendes, pero todo lo que parece nuevo ya estaba allí, forma parte de ti. Es un libro humano porque todos tenemos relaciones, no las tenemos, nos sentimos bien, nos sentimos, hay emociones que nos gustan, otras que no, quería que se viese que todos somos lo mismo: a cualquiera le cuesta reconocer sus debilidades, que yo sea capaz de plasmarlo en un libro no me hace más fuerte ni diferente, tan sólo tengo la posibilidad y casi la obligación de compartirlo”. Ahí radica su singularidad, su rasgo más acusado, el que la diferencia y aleja de tanto fatuo pretendida o pretenciosamente ingenioso que se limita a decir lo que, sin que seamos ddemasiado conscientes de ello, queríamos oír, en ese aspecto incide Pau, por eso habla en primera persona, porque es la primera beneficiada/enriquecida/mejorada en su trabajo, porque se pone a la misma altura, al mismo sentir, al mismo latir, escribe para sí, se expone, se desnuda, se explora, se cuenta y da cuenta; esa espontaneidad, esa naturalidad, esa sencillez, esa honradez vital y emocional que dimana de sus textos toca en cada lector con la intensidad que cada uno estime oportuna porque, también en eso es particular, la solución, la respuesta, el siguiente paso pertenece a cada quien, no hay fórmulas mágicas, tan sólo la de olvidarlas, la de dejar de dar cosas por sabidas/sentadas: “En mis libros anteriores me había desnudado mucho, pero hacia fuera, en mi relación con el mundo; en este libro lo hago hacia dentro, quiero romper muchas de las cosas que tenemos estructuradas, por eso digo en la contraportada que es un libro sobre mentiras”. Sí, mentiras, aquellas cosas que nos han hecho creer o nosotros mismos hemos querido o nos hemos forzado a creer, porque nos ha convenido, por acomodaticios, por aborregados, por no ganarnos la mala reputación de la que hablaba (y cantaba) Georges Brassens, porque hemos optado por no saltar sin red, porque hemos consentido que nos hayan/hayamos prohibido emociones, las hemos reprimido, asfixiado, equivocado (por no mirarlas a los ojos y aceptarlas, interactuar con ellas, incorporarlas a nuestra vida si así nos nacían), porque hemos proscrito palabras para de ese modo borrar su significado, su realidad, es algo que nos enseño el llorado Bernardino M. Hernando en las aulas, precisamente la noticia de su muerte me sorprendió leyendo Soy lo que siento y sus páginas me ayudaron a evocarle porque, al igual que él hacía, invitan a la duda, al temblor, a la inquietud, estados de ánimo que, reconocidos y queridos, no tienen por qué ser negativos, no lo son porque gracias a ellos preguntamos, investigamos, estamos alerta, nos movemos, damos (como dice Pau) pasos para ser libres.

   Fue un encuentro verdaderamente especial porque cantamos las excelencias del libro a través de lo que nos había hecho reflexionar, de las frases que habíamos hecho nuestras, reconocimos miedos, fracasos, pulsiones, borrascas, fue una ocasión mágica en que hablamos de cada uno de nosotros haciéndolo de lo que escribe Pau Albert (o viceversa), sus palabras calan muy hondo y no por plácidas o cómodas, sino por colocarnos frente al espejo, por sacudirnos, por llamar a las cosas por su nombre: “A veces se cuentan cosas que no son verdad, esa es una deriva de mi profesión que no me gusta, decir que todo va a ir bien, qué bonito es todo, el sol siempre sale, ese tipo de terapia es la que tanto nos está perjudicando a los que procuramos hacerla del modo más realista y efectivo posible, por eso no queda otra que ser un coach chungo, en algunos momentos, claro, no todo el rato, jajaja”. Pero nadie debe (ni puede) sentirse ajeno en Soy lo que siento ni mucho menos violentado, la propia estructura del libro, la maquetación (que Pau atiende y vigila hasta la extenuación -lo reconoce entre risas y agradece la paciencia infinita a María Jesús, la maquetadora con la que ha trabajado codo con codo-, pero que es una de las mejores formas de expresar su personalidad, sus intenciones, sus emociones), el modo en que se distribuyen y alternan fotos y textos, frases destacadas, diferentes tipos de letra, todo coadyuva a que el lector viaje sin tregua pero sin desfallecer, atreviéndose a llegar a donde tal vez no pensó hacerlo nunca, es decir, él mismo. Y este aspecto tan íntimo el que me hace prescindir de muchas de las cosas que Pau respondió/compartió puesto que sería necesario dar cuenta de intimidades propias o de los compañeros y considero que las confidencias nacidas en un ambiente confortable, amistoso y de confianza son precisamente eso y, por otro lado, no me gustaría condicionar demasiado (o nada) la lectura que cada uno de ustedes haga del libro de Pau, si me detengo en esto o destaco aquello estaré llamando su atención sobre algo que, tal vez, ustedes pasen por alto o dejen de lado porque se sientan más concernidos por otros pasajes, por otros asuntos, por sus sentimientos (los pasados, los presentes, los olvidados, los inéditos), pero no me resisto a dejarles unas cuantas frases que me radiografían, incluso algún buen amigo pudiera pensar que son mías por la manera en que me retratan, a buen seguro habrá más de uno que también se las atribuirá porque Pau Albert sabe llegar a su esencia, lo que es casi lo mismo que decir la esencia de los demás: “El vértigo siempre habló de atreverse”, “El miedo a que alguien te quiera como eres te da la responsabilidad de ser lo que eres, sin mentirte ni mentir a los demás”, “Os juro que no lo entiendo pero la vida a veces nos pilla con miedo a ser felices”, “Ser vulnerable no es ser débil, es saber dónde eres fuerte y dónde no lo eres tanto”.