domingo, 11 de agosto de 2019

CLAUSTROFOBIA A CIELO ABIERTO




   No sorprenderé a los leales (o a cualquiera que tuviese la gentileza de leer el texto publicado ayer) si anuncio que voy a hablar sobre Un matrimonio perfecto, la última novela publicada de Paul Pen (que Plaza y Janés lanzó el pasado mayo), hablando de reventar sorpresas yo mismo lo hice al dejarla para hoy (y dedicarle su propio espacio no el que le permitiese lo que concebí como preámbulo pero, ya me conocen, se me fue bastante de las manos -y de extensión-), me pareció de justicia explicar que aquel desvarío, de un modo u otro, estaba inspirado en su lectura, en lo que hablamos durante el encuentro que mantuvimos en las oficinas de su editorial coincidiendo con su llegada a las librerías, en una conversación entre lectores en la que hay permiso para hablar pormenorizadamente de cualquier cosa que haya llamado la atención, en la que se conoce la resolución, en la que se pueden abordar detalles que, lógicamente, un servidor jamás sacaría a la luz en una entrevista ni, desde luego, va a reproducir aquí (del mismo modo que, me consta, hacen mis compañeros cuando publican sus estupendas reseñas). Las cosas como son, empezamos por ahí puesto que el día anterior había tenido lugar la presentación oficial de la novela a cargo de David Cantero, quien había sido capaz (algo que no debe extrañar en tan estupendo periodista) de disertar sobre ella un buen rato sin desvelar nada importante, sin dar pistas que lleven al lector avezado a desenredar la madeja antes de tiempo, sin contar el argumento, esbozando ideas, haciendo elipsis, sugiriendo, abriendo las ganas de leer (que es de lo que se trata), capacidad (y si me apuran ética profesional -y hasta personal-) que no todo el mundo tiene, de ahí que hubiese dejado a más de uno con la boca abierta (aunque en realidad la cierran pocas veces, dando voz a lo que deberían callar/ocultar). Sí, digámoslo ya, es posible (de nuevo, como decía ayer, hablo del que fue mi oficio tantos años, el que nunca olvido cuando escribo aunque esto no sean más que las memorias de un lector, aun así no creo necesario destripar argumentos para transmitir sensaciones), es factible, digo, e incluso me atrevería a afirmar que debería ser imprescindible hablar sobre una narración (en el soporte que sea) sin explayarse en lo que en ella sucede, sin suministrar demasiada información, permitiendo/posibilitando que cada lector/espectador viva su propia experiencia al llegar a determinado momento (y es algo que se reclama tanto para historias en las que el misterio, la incógnita, la resolución de un enigma es la columna vertebral como para las de cualquier otro género/estilo, ya se enterará cada uno cuando corresponda del destino de los personajes). De todos modos, poniéndonos en lo peor, como Paul Pen no construye sus historias (como tantos) en torno a un golpe de efecto más o menos afortunado (sea dicho por aquellos que ni con esas aciertan, al menos en lo que a un servidor respecta, todo se les va en artificios y ases guardados en la manga, en hacer trampas o -ahí también Paul Pen marca la diferencia notablemente y se distancia de sus competidores- en no soportar una relectura), puesto que es un maestro en complicar la trama de un modo natural (sí, ya saben que tiendo a ello, parece un oxímoron, intentaré explicarlo un poco mejor en seguida aunque estoy convencido de que muchos han entendido por dónde voy, más aún si han leído antes a este autor), a veces lo de menos es conocer el gran giro que en un momento dado dará la narración, la revelación que supone un auténtico seísmo, después de que se produzca aún quedará mucha tela que cortar, el escritor siempre se guarda algo tanto o más sabroso para seguir captando la atención del lector, no todos los interrogantes se resuelven a la vez.

   Quienes no conozcan a Paul Pen (permítanme que les diga que hacen mal, aunque bien sé que por muchas horas que se empleen en la lectura nunca son suficientes) pueden, si lo desean, consultar lo publicado en este rincón hace dos años cuando tuve el placer de entrevistarle con motivo de la publicación de La casa entre los cactus (https://elarpadebecquer.blogspot.com/2017/06/nacen-entre-espinas-flores.html), donde tampoco se toparán con spoilers (alguna vez tenía que emplear la palabreja para no repetir demasiado las otras que prefiero) pero sí con algunas características de su estilo, con lo que podríamos considerar su sello, por más que en cada novela lo plasma de manera diferente, por eso (entre otras razones) nos sorprende y nos atrapa, también porque sabemos (así lo viene demostrando) que no dará gato por liebre, que no nos sentiremos estafados en lo que a la coherencia se refiere, si bien es cierto que, al modo en que lo hacía la gran Patricia Highsmith, el cierre de la historia no busque contentar a todo el mundo e incluso provoque reacciones indignadas y/o encontradas (sin llegar, por fortuna para él, al extremo de los que, por ejemplo, exigen que vuelva a rodarse la última temporada de una serie o pretenden enmendar la plana a la autora de la novela en que se inspira otra cuando apoya la deriva tomada por los adaptadores/continuadores): “No me gusta impartir justicia, de hecho hay lectores que se han enfadado por los finales de mis novelas anteriores, pero yo procuro no posicionarme, que no se note a quién prefiero. Puede que en esta sí haya recurrido algo más a la justicia poética, si es que existe algo así, cada uno lo dirá cuando la lea. Lo que siempre busco es el desenlace que me parece más lógico para los personajes, no me preocupo de quedar bien o de edulcorar el final: que pase lo que tiene que pasar”. Es parte del juego, diabólico si se quiere, porque habla de personas corrientes, de cotidianidades y sentimientos que nos son cercanos, que resultan reconocibles aunque sea por persona (o película o serie) interpuesta, aunque se trate de personajes que se mueven en ambientes ajenos (y lejanos) a los nuestros Paul los dibuja tan íntimamente, los dota de tanta humanidad (en el sentido de que, como tanto abunda, no son clichés, responden a arquetipos y/o convenciones del género sólo en lo estrictamente necesario -si es que lo hacen porque incluso al más episódico le dota de un algo excepcional, de una personalidad que deja huella-), los caracteriza con tanta brillantez que nos parece conocerles de toda la vida (lo que exacerba nuestras reacciones durante la lectura), la verosimilitud que el autor se preocupa por mantener hasta el final (y más allá: como ya se ha señalado, el lector sigue dando vueltas a la historia por más que haya llegado al punto final) está en la raíz, en el modo de construir los personajes, exento de cualquier maniqueísmo: “Me gusta que nunca quede claro del todo a quién puede considerarse bueno y a quién malo, que haya ambigüedad, es algo que exploré aún más en “La casa entre los cactus” porque allí no era posible un final que podamos calificar como justo, al menos uno que satisfaga del todo, creo que eso representa mucho más lo que sucede en la vida real”. Se trata de la eterna gama de grises de que tantas veces hablamos y tantos creadores olvidan, de ahí que este caldo espeso en que Paul Pen nos sumerge hasta el cuello (con aguadillas muy bien -valga la expresión- salpicadas a lo largo de la narración) provoque adicción (y angustia, terror, pánico, mal rollo -escojan lo que prefieran) y lo distinga de otros rebosantes de tics (y lo iguale con autores por los que uno siente debilidad y admiración).

   Como ya hiciera en La casa en los cactus, y después de una novela plenamente claustrofóbica como fue El brillo de las luciérnagas, Paul Pen utiliza un escenario principal muy reducido pero situado en un paisaje inabarcable, una enorme extensión de terreno, se diría que hay mil posibilidades de fuga, por supuesto que la noche y la oscuridad juegan un papel determinante en la tensión creada/acumulada, pero hay muchos momentos en que el suspense se siente y vive a plena luz, a cielo abierto, cuando parece imposible que experimentemos escalofríos ante lo desconocido (aunque ya demostró Tobe Hooper que es posible, sin destripar nada en concreto, conozcan -o revisen o recuerden- el fabuloso y espeluznante final de La matanza de Texas): “Desde hace mucho, por esta cosa de los hogares aislados que tanto me atrae e inspira, sabía que terminaría por llegar a una autocaravana y la primera idea de la novela surge precisamente de eso, de querer utilizar una como base de la historia. Una pequeña parte del final la escribí a bordo de una, la alquilé para contrastar algunas cosas, para no meter la pata, puede decirse que puse la documentación al día mientras hacía un viaje por España”. Sin embargo, como en anteriores ocasiones, Un matrimonio perfecto transcurre en EEUU, cuenta el viaje que hace una familia en su mudanza a Seattle: “He vivido en EEUU y por eso me siento cómodo ambientando allí mis historias, al margen de que, como todos, desde pequeño he conocido su cultura a través de películas y series, también por haber leído sobre ella. De este modo, puedo incorporar detalles que den verosimilitud al relato”. Tal vez sea este un buen momento para recordar/explicar que Paul Pen se llama así en realidad (bueno, su verdadero apellido es más largo -su padre es holandés- y optó por dejarlo en esa sílaba fácilmente pronunciable -que en inglés, además, significa “bolígrafo”, herramienta de un escritor, regalo, por cierto, que hizo a los lectores que acudieron a la presentación y a la Feria del Libro a por un ejemplar firmado-) y que nació en Madrid, algo que muchas veces se duda o desconoce (y hasta se refuta, “no, no, tú hablarás de un español, yo hablo de Paul Pen”, como nos cuenta muerta de risa la querida Estíbaliz que le ha pasado). Unido a su gusto por los espacios reducidos, hasta el momento diría que indisociable, está su predilección por grupos pequeños, por familias de pocos miembros: “Me gustan las familias porque son historias con las que me identifico de un modo inmediato y primario, creo que a todo el mundo le pasa ya que es nuestra primera interrelación social, es la más importante y dura para toda la vida, se quiera o no. Me resulta, además, más interesante escribir historias cotidianas, igual me cansaré con el tiempo, prefiero centrarme en personas del día en día en situaciones extremas que en un detective o un policía, que son historias que me gustan contadas por otro, pero no para escribirlas yo. Escojo personajes que, en general, en un momento dado han dado el salto a lo oscuro, salto que procuro no juzgar, lo que me cuestiono es qué pasa cuando eso ha ocurrido”. Y esa onda sísmica se va ampliando implacablemente al mismo tiempo que Paul se cierne sobre sus personajes, los enclaustra no sólo física sino moralmente, los comprime, aumenta la presión hasta el estallido implacable que sacude irremediablemente al lector.

   Si en sus anteriores novelas había dejado claro que sabe graduar y dosificar perfectamente la intriga, hacer grandes revelaciones mucho antes de la conclusión sin que la tensión se resienta, en Un matrimonio perfecto Paul Pen se revela (o alcanza las cotas más altas si había hecho algo similar, aunque él mismo reconoce haberse sorprendido por el modo en que desarrolló la escena y jugó con la información que el lector posee) como todo un maestro del suspense clásico, el que definió, pulió y manejó como nadie Alfred Hitchcock (a quien nombra con profunda admiración) y, además (en esto, las cosas como son, he caído hace un rato, por eso no se lo comenté), le hace un guiño/homenaje puesto que todo ocurre en una ducha; más allá de este momento concreto en que uno teme seguir leyendo anticipando lo que puede ocurrir, la novela está estructurada de modo que el lector va en algunos aspectos por delante de los personajes lo que aumenta su nerviosismo, siempre hay un recoveco oscuro, siempre queda algo por descubrir (para aquel y para estos) y esto incluye una posible relectura (prueba de fuego definitiva, algo en lo que salen perdiendo gran parte de los títulos que durante un tiempo copan los puestos más altos en las listas de más vendidos) para ir descubriendo las pistas, los anticipos que uno no toma por tales (y es como debe ser, eso demuestra lo sólidamente armada que está la historia), los enlaces subterráneos que Paul Pen ha establecido entre unas páginas y otras, empezando por el sorprendente, rompedor y un tanto incomprensible capítulo 0 que abre la novela: “Se llama así porque surgió cuando todo lo demás estaba escrito, pero quise meter una previa en la que anticipar, sin contarlo, lo que sucedió en un momento dado. Aunque lo imaginé de un modo al final quedó así, pero me gusta porque es lo suficientemente enigmático, tanto que si lo relees cuando has terminado la novela cambia el punto de vista que un tanto inconscientemente adopta el lector, resulta que esa narración la hace otra persona, no la que pensabas”. Esto, como bien saben los leales, es lo que me gusta llamar “el fenómeno Roger Ackroyd”, volver a leer y darte cuenta que el autor ha jugado sus cartas con limpieza, que incluso las ha dejado a la vista pero sabiendo envolvernos de tal modo que no somos capaces de percatarnos de las evidencias/insinuaciones y ese es, tan sólo, otro de los muchos divertimentos que proporciona Un matrimonio perfecto, un rompecabezas sabiamente construido/destruido para que el lector goce (y sufra, que en realidad -no me vengan con remilgos- es de lo que se trata).