Septiembre me provoca siempre sentimientos contrapuestos, aunque notaba
más su virulencia cuando era estudiante de la extinta EGB, ya he confesado
alguna vez que sacar buenas notas y, en general (cuánto maestrillo puso difícil
ambas cosas), disfrutar aprendiendo, tener curiosidad y ansias de saciarla,
leer todo lo que caía en mis manos no significaba que el colegio me gustase,
las aulas y lo que suponían (controles, ejercicios, deberes en casa, exámenes,
horas regladas, asistencias obligatorias) fueron más un calvario que algo grato,
lo que no quita para que atesore muchos recuerdos que me provocan placer y
cierta añoranza (aquella de ser niño y no tener más quebraderos de cabeza que los
enumerados). El caso es que septiembre se antojaba un mes tristón porque el verano
terminaba y no había leído ni la mitad de lo que había planeado, la luz
empezaba a menguar a pasos agigantados (o así lo percibía uno), la temperatura
se desplomaba en algún momento (aunque llegase el benéfico veranillo de San
Miguel -que solía respetar su fecha en un porcentaje altísimo-) y había que
sacar rápidamente del armario los pantalones largos (¡Gran felicidad!) y algún
jersey, la amenaza escolar se sentía muy próxima (lo estaba, se hacía lapidaria
realidad), los tíos se marchaban de vacaciones la segunda quincena (la primera
se reservaba para las fiestas de Morata de Tajuña en casa de los Cela, recuerdo
más amarguras y berrinches que otra cosa, la alegría solía durar poco, aunque
hubo un tiempo en que Emilio y yo superamos nuestras diferencias y tuvimos/mantuvimos
otras distracciones que ahora no vienen al caso pero, al menos, lo hicieron
todo más llevadero -¡Ay, si la señora Luci se enterase!-), el caso es que se me
antojaba un trámite más bien incómodo, un periodo por fortuna breve pero un
tanto lúgubre, aunque daba una tregua en forma de tardes libres (para que el
trauma fuese menor, para ir calentando motores, las dos primeras semanas sólo
había clase por la mañana, en octubre empezaba el horario completo -de 9 a 12 y
de 3 a 5-), lo que suponía un respiro, un oasis, unas horas en las que sentirse
libre, aún era posible ponerse un poco al día en lecturas pendientes, alguna de
la lista veraniega estaba escogida y reservada para ese momento, al menos
despedir el tiempo de libertad en buena compañía.
Aunque las circunstancias hayan cambiado mucho (y los años, no nos engañemos,
que hacen notar su paso, su peso y su poso), todavía recibo a septiembre con
suspicacia, es algo inevitable, da igual que ahora suponga el reencuentro con
amigos, multiplicar la actividad lectora, nuevos encuentros, alguna cosilla
profesional (remunerada, ustedes ya me entienden) por más que escasa, precaria
y muy limitada en el tiempo, es un mes que se me atraganta en parte aunque en
otros aspectos haya ido ganándome, reviviendo/queriendo evitar angustias
pasadas o cuando menos muy adormecidas (comprendo que puedo parecer exagerado,
pero de crío todo se experimenta al máximo, la tragedia sobreviene por
cualquier minucia -y con la misma intensidad se destierra dando paso al
jolgorio sin medida-), me he zambullido estos días en uno de esos volúmenes
gloriosos con que Bruguera Clásica nos va regalando y va dando salida a su
impresionante (y aún poco explotado) catálogo/archivo, recuperar antiguas carcajadas
y hacer brotar otras nuevas ha sido la mejor terapia para despejar la borrasca
íntima antes de que la tormenta se desatase. Lo mejor de Gordito Relleno (lanzado
en marzo de este año) supone el reencuentro con uno de esos personajes que, a
pesar de gozar de gran éxito en su momento, ha resultado damnificado (como
tantos) por el triunfo imbatible de las indudables joyas de la corona del
universo Bruguera, personaje por el que uno ha tenido cierta querencia, no en
vano fui un niño al que el nombre del susodicho le cuadraba a la perfección,
burla que a veces sufría pero no dolía mucho porque el diminutivo atenuaba un poco
la chanza y, además, Gordito resultaba entrañable y querible, jamás ofensivo ni
insultante, como se lo dejen a alguno seguro que lo prohíbe, reprueba y/o
defenestra, ahí tenemos ahora mismo a Enid Blyton en la picota, somos víctimas
de un revisionismo cateto, sectario y tremendamente susceptible que atenta
contra lo que fue (y sigue siendo siempre que se mantenga una mirada desprejuiciada
y desacomplejada) sana diversión, divertido aprendizaje, alegría por arrobas
(nunca mejor dicho en esta ocasión, me permitirán el chiste un tanto burdo, un
servidor se lo puede permitir, no en vano se parece ahora mucho más -con un
poco de pelo, muy poco, y sin usar pajarita- a la creación de José Peñarroya
que cuando chaval).
Y como viene pasando con este tipo de recopilaciones, descubrimos que
hay mucho más detrás de lo que éramos capaces de apreciar en su momento en lo
que a crítica social se refiere, lo mismo puede decirse en lo tocante a
incorrección y a sátira que los niños celebrábamos en un sentido y los adultos
en otro bien distinto (de ahí el triunfo colectivo e intergeneracional de estos
tebeos, de ahí que el tiempo juegue a su favor y puedan gozarse como entonces,
de ahí que gusten a los jóvenes de hoy, a los lectores de pocos años): gracias
al prólogo de Antoni Guiral descubrimos que Peñarroya trazó un esbozo de
Gordito Relleno en otra de sus series (la protagonizada por Calixto), alguien
que a la pregunta “¿Cómo te van los estraperlos, los timos y los kilos de
grasa?” responde sin rubor que “se acabaron las trampas. Ahora soy un
hombre digno, probo y sólo vivo del trabajo honrado… ¡de mis amigos y conocidos!”.
Si bien es cierto que, como señala el prologuista, poco queda en el Gordito que
se hizo popular de aquel primigenio (“Quizá Peñarroya se lo repensó y
decidió darle la vuelta a la tortilla”), el volumen se inicia con la
primera historieta protagonizada por el personaje, la publicada en el número 31
de Pulgarcito y fechada en 1948, en que Gordito emplea una treta para ganar
dinero del modo más fácil, estafando a las gentes de buen corazón y bolsillo
generoso. El contraste (o evolución) es más notorio por el hecho de que el
resto de historietas que completan el volumen hasta un total de 235 páginas
corresponden al periodo 1966-1974 (su creador falleció en 1975) y dan la medida
exacta del modo en que el personaje ha trascendido y perdurado en la memoria colectiva
(en ese sentido, se echan de menos algunas páginas intermedias puesto que fue
personaje fijo de Pulgarcito desde su aparición -salvo el periodo en que
Peñarroya y otros dibujantes abandonaron Bruguera-, tal vez en un próximo
volumen pueda cubrirse ese hueco y, de paso, completar la visión global -y la
colección-). Gordito Relleno, por más que sea dulce, bondadoso, ingenuo, generoso,
altruista, solidario (o así pueda parecerlo, a veces hay que leer entre viñetas
o reconocer que resulta todo lo contrario incluso con las mejores intenciones),
se nos revela leído hoy en día (pero sin pretender cambiarle, manipularle, reescribirle,
entendiendo que había cosas que se nos escapaban o ahora vemos de otro modo)
como un pasivo-agresivo de libro, un inconsciente, una de esas personas que se
empeñan en algo aunque nadie se lo pida porque creen que hacen lo correcto, un
samaritano al que nadie reclama que actúe como tal, que empiedra su camino del
infierno (y el de los demás, sobre todo el de los demás) a fuerza de querer
hacer el bien; es alguien que mete la pata mil veces por interpretar literalmente
una frase y no escarmienta ni aprende –“Sigues igual y sin remedio” le
suelta un amigo (y eso no le hace reflexionar)-, le dice a un niño “si comes
mucho y eres bueno, cuando seas mayor serás un hombretón como yo” y la
criatura rompe a llorar, la mayoría de las veces no tiene oficio porque ninguno
le convence (o porque no le gustan los garbanzos y no necesita ganárselos), saca
de quicio al más paciente y, a pesar de todo, tal vez por eso y algunas cosas
más, sigue siendo una creación brillante de Peñarroya, un homenaje (burlón,
desde luego, buscando las cosquillas pero hecho con inmenso cariño) a un hombre
corriente que provoca líos y problemas sin pretenderlo, sin buscarlos, llevado
por su inocencia, al que engañan mil veces pero vuelve a picar el anzuelo, en
definitiva, alguien que nos habla de lo mejor y lo peor del ser humano, un
estupendo y desopilante retrato de cualquiera de nosotros que tal vez nos haga
reflexionar (sobre todo en cómo tratamos -mal o injustamente- a los demás) pero
que sólo busca nuestra diversión, no hay que darle más vueltas o, al menos, no
hay que cargar las viñetas de ayer con las ofensas que algunos detectan/sacan a
la palestra hoy (y mucho menos con aquello de lo que se pueda acusar al autor
en su vida personal -incluso aunque sea verdad, que ya estamos viendo cuántas
invenciones y malicias andan sueltas-). ¡Bienvenidas sean estas felices
recuperaciones! (en octubre, Deliranta Rococó de Schmidit, ojalá también llegase
en breve un recopilatorio del Doctor Cataplasma -¿Quién con dos dedos de frente
puede considerarla una historieta racista, como me consta algunos denuncian por
ahí? ¡Panchita es maravillosa!-)