jueves, 5 de septiembre de 2019

LA MIRADA DE HOY


  




  Septiembre me provoca siempre sentimientos contrapuestos, aunque notaba más su virulencia cuando era estudiante de la extinta EGB, ya he confesado alguna vez que sacar buenas notas y, en general (cuánto maestrillo puso difícil ambas cosas), disfrutar aprendiendo, tener curiosidad y ansias de saciarla, leer todo lo que caía en mis manos no significaba que el colegio me gustase, las aulas y lo que suponían (controles, ejercicios, deberes en casa, exámenes, horas regladas, asistencias obligatorias) fueron más un calvario que algo grato, lo que no quita para que atesore muchos recuerdos que me provocan placer y cierta añoranza (aquella de ser niño y no tener más quebraderos de cabeza que los enumerados). El caso es que septiembre se antojaba un mes tristón porque el verano terminaba y no había leído ni la mitad de lo que había planeado, la luz empezaba a menguar a pasos agigantados (o así lo percibía uno), la temperatura se desplomaba en algún momento (aunque llegase el benéfico veranillo de San Miguel -que solía respetar su fecha en un porcentaje altísimo-) y había que sacar rápidamente del armario los pantalones largos (¡Gran felicidad!) y algún jersey, la amenaza escolar se sentía muy próxima (lo estaba, se hacía lapidaria realidad), los tíos se marchaban de vacaciones la segunda quincena (la primera se reservaba para las fiestas de Morata de Tajuña en casa de los Cela, recuerdo más amarguras y berrinches que otra cosa, la alegría solía durar poco, aunque hubo un tiempo en que Emilio y yo superamos nuestras diferencias y tuvimos/mantuvimos otras distracciones que ahora no vienen al caso pero, al menos, lo hicieron todo más llevadero -¡Ay, si la señora Luci se enterase!-), el caso es que se me antojaba un trámite más bien incómodo, un periodo por fortuna breve pero un tanto lúgubre, aunque daba una tregua en forma de tardes libres (para que el trauma fuese menor, para ir calentando motores, las dos primeras semanas sólo había clase por la mañana, en octubre empezaba el horario completo -de 9 a 12 y de 3 a 5-), lo que suponía un respiro, un oasis, unas horas en las que sentirse libre, aún era posible ponerse un poco al día en lecturas pendientes, alguna de la lista veraniega estaba escogida y reservada para ese momento, al menos despedir el tiempo de libertad en buena compañía.

   Aunque las circunstancias hayan cambiado mucho (y los años, no nos engañemos, que hacen notar su paso, su peso y su poso), todavía recibo a septiembre con suspicacia, es algo inevitable, da igual que ahora suponga el reencuentro con amigos, multiplicar la actividad lectora, nuevos encuentros, alguna cosilla profesional (remunerada, ustedes ya me entienden) por más que escasa, precaria y muy limitada en el tiempo, es un mes que se me atraganta en parte aunque en otros aspectos haya ido ganándome, reviviendo/queriendo evitar angustias pasadas o cuando menos muy adormecidas (comprendo que puedo parecer exagerado, pero de crío todo se experimenta al máximo, la tragedia sobreviene por cualquier minucia -y con la misma intensidad se destierra dando paso al jolgorio sin medida-), me he zambullido estos días en uno de esos volúmenes gloriosos con que Bruguera Clásica nos va regalando y va dando salida a su impresionante (y aún poco explotado) catálogo/archivo, recuperar antiguas carcajadas y hacer brotar otras nuevas ha sido la mejor terapia para despejar la borrasca íntima antes de que la tormenta se desatase. Lo mejor de Gordito Relleno (lanzado en marzo de este año) supone el reencuentro con uno de esos personajes que, a pesar de gozar de gran éxito en su momento, ha resultado damnificado (como tantos) por el triunfo imbatible de las indudables joyas de la corona del universo Bruguera, personaje por el que uno ha tenido cierta querencia, no en vano fui un niño al que el nombre del susodicho le cuadraba a la perfección, burla que a veces sufría pero no dolía mucho porque el diminutivo atenuaba un poco la chanza y, además, Gordito resultaba entrañable y querible, jamás ofensivo ni insultante, como se lo dejen a alguno seguro que lo prohíbe, reprueba y/o defenestra, ahí tenemos ahora mismo a Enid Blyton en la picota, somos víctimas de un revisionismo cateto, sectario y tremendamente susceptible que atenta contra lo que fue (y sigue siendo siempre que se mantenga una mirada desprejuiciada y desacomplejada) sana diversión, divertido aprendizaje, alegría por arrobas (nunca mejor dicho en esta ocasión, me permitirán el chiste un tanto burdo, un servidor se lo puede permitir, no en vano se parece ahora mucho más -con un poco de pelo, muy poco, y sin usar pajarita- a la creación de José Peñarroya que cuando chaval).

    Y como viene pasando con este tipo de recopilaciones, descubrimos que hay mucho más detrás de lo que éramos capaces de apreciar en su momento en lo que a crítica social se refiere, lo mismo puede decirse en lo tocante a incorrección y a sátira que los niños celebrábamos en un sentido y los adultos en otro bien distinto (de ahí el triunfo colectivo e intergeneracional de estos tebeos, de ahí que el tiempo juegue a su favor y puedan gozarse como entonces, de ahí que gusten a los jóvenes de hoy, a los lectores de pocos años): gracias al prólogo de Antoni Guiral descubrimos que Peñarroya trazó un esbozo de Gordito Relleno en otra de sus series (la protagonizada por Calixto), alguien que a la pregunta “¿Cómo te van los estraperlos, los timos y los kilos de grasa?” responde sin rubor que “se acabaron las trampas. Ahora soy un hombre digno, probo y sólo vivo del trabajo honrado… ¡de mis amigos y conocidos!”. Si bien es cierto que, como señala el prologuista, poco queda en el Gordito que se hizo popular de aquel primigenio (“Quizá Peñarroya se lo repensó y decidió darle la vuelta a la tortilla”), el volumen se inicia con la primera historieta protagonizada por el personaje, la publicada en el número 31 de Pulgarcito y fechada en 1948, en que Gordito emplea una treta para ganar dinero del modo más fácil, estafando a las gentes de buen corazón y bolsillo generoso. El contraste (o evolución) es más notorio por el hecho de que el resto de historietas que completan el volumen hasta un total de 235 páginas corresponden al periodo 1966-1974 (su creador falleció en 1975) y dan la medida exacta del modo en que el personaje ha trascendido y perdurado en la memoria colectiva (en ese sentido, se echan de menos algunas páginas intermedias puesto que fue personaje fijo de Pulgarcito desde su aparición -salvo el periodo en que Peñarroya y otros dibujantes abandonaron Bruguera-, tal vez en un próximo volumen pueda cubrirse ese hueco y, de paso, completar la visión global -y la colección-). Gordito Relleno, por más que sea dulce, bondadoso, ingenuo, generoso, altruista, solidario (o así pueda parecerlo, a veces hay que leer entre viñetas o reconocer que resulta todo lo contrario incluso con las mejores intenciones), se nos revela leído hoy en día (pero sin pretender cambiarle, manipularle, reescribirle, entendiendo que había cosas que se nos escapaban o ahora vemos de otro modo) como un pasivo-agresivo de libro, un inconsciente, una de esas personas que se empeñan en algo aunque nadie se lo pida porque creen que hacen lo correcto, un samaritano al que nadie reclama que actúe como tal, que empiedra su camino del infierno (y el de los demás, sobre todo el de los demás) a fuerza de querer hacer el bien; es alguien que mete la pata mil veces por interpretar literalmente una frase y no escarmienta ni aprende –“Sigues igual y sin remedio” le suelta un amigo (y eso no le hace reflexionar)-, le dice a un niño “si comes mucho y eres bueno, cuando seas mayor serás un hombretón como yo” y la criatura rompe a llorar, la mayoría de las veces no tiene oficio porque ninguno le convence (o porque no le gustan los garbanzos y no necesita ganárselos), saca de quicio al más paciente y, a pesar de todo, tal vez por eso y algunas cosas más, sigue siendo una creación brillante de Peñarroya, un homenaje (burlón, desde luego, buscando las cosquillas pero hecho con inmenso cariño) a un hombre corriente que provoca líos y problemas sin pretenderlo, sin buscarlos, llevado por su inocencia, al que engañan mil veces pero vuelve a picar el anzuelo, en definitiva, alguien que nos habla de lo mejor y lo peor del ser humano, un estupendo y desopilante retrato de cualquiera de nosotros que tal vez nos haga reflexionar (sobre todo en cómo tratamos -mal o injustamente- a los demás) pero que sólo busca nuestra diversión, no hay que darle más vueltas o, al menos, no hay que cargar las viñetas de ayer con las ofensas que algunos detectan/sacan a la palestra hoy (y mucho menos con aquello de lo que se pueda acusar al autor en su vida personal -incluso aunque sea verdad, que ya estamos viendo cuántas invenciones y malicias andan sueltas-). ¡Bienvenidas sean estas felices recuperaciones! (en octubre, Deliranta Rococó de Schmidit, ojalá también llegase en breve un recopilatorio del Doctor Cataplasma -¿Quién con dos dedos de frente puede considerarla una historieta racista, como me consta algunos denuncian por ahí? ¡Panchita es maravillosa!-)