La memoria es un tanto tramposa porque, aún conservando con fidelidad lo
que experimentamos, lo que vimos/vivimos, lo que sucedió, tiende a remontar la
historia, siempre altera algo, especialmente en lo que a las obras de arte se
refiere, en el sentido de que las reconstruimos a través de las emociones
nacidas/sentidas, hablamos de algo que pasó hace mucho tiempo (la lectura, el
visionado) y por más que seamos capaces de reproducir literalmente algunas
palabras y/o acciones, hay otras que, sin mala intención, sin ánimo de
tergiversar/confundir, vamos distorsionando, alterando, enriqueciendo y hasta
reescribiendo por completo. Este es el motivo principal por el que me gusta
señalar cuando hablo de memoria, dejar claro que son recuerdos, que no he
podido revisar recientemente aquello a lo que me refiero, volver a ver la
película, consultar el libro, no es la primera vez que me quedo pasmado cuando
compruebo que aquella secuencia que me marcó, que me divirtió, inquietó,
impactó, sobrecogió o lo que me sucediese durante la proyección ha pasado por
mi particular sala de montaje y, manteniendo su sentido/contenido, su
intención, sus valores, estando ahí todo aquello que me ha llevado a grabarla
en mi corazón de un modo concreto, no es exactamente igual a cómo la recordaba
(e incluso a cómo se la he narrado/explicado/evocado a otros), aquel primer
plano no existe, el encuadre de cámara no se corresponde con mi digamos
storyboard, hay claras diferencias entre lo que se ve en pantalla y los
fotogramas que, hasta ese momento así lo pensaba, conservaba intactos en la
retina (del mismo modo, hay otros que reproduzco en su integridad). También con
los libros me ha sucedido algo similar, más en el sentido de olvidar/mezclar
tramas, confundir algún personaje, añadir cosecha propia, en definitiva,
regresar anímicamente (y eso, como diría Tennyson, permanece, no hay equívoco
posible, es el contenido del almario de cada uno) al recuerdo conservado (que
tal vez necesite una restauración más o menos exhaustiva), pero no a la obra
que lo provocó (no pretendo generalizar ni resultar frustrante, cuento aquello
que a veces me ha pasado, aunque eso ni invalida ni merma las sensaciones
atesoradas, simplemente se revalidan, crecen, tal vez cambien en algún aspecto,
incluso que den un giro de 180 grados, pero ahí siguen de un modo u otro).
Viene todo esto a cuento (o no, pero ya saben los leales que es casi
inevitable que el exordio de cada texto sea/se haga largo -perdón- y a veces
sólo vea yo la conexión entre uno y otro -aunque hoy, en seguida lo verán, he
partido del título por más que aún no lo haya demostrado-) porque antes de
sentarme frente al teclado y la pantalla repasaba un par de frases que anoté
durante la lectura, una la utilicé no hace mucho en Instagram (un breve párrafo
en realidad), sé por qué me llamaron la atención y me apoderé de ambas, seguro
que las citaré más o menos literalmente cuando recomiende la novela aquí y allá
(o en cualquier conversación en que resulten propicias y, de paso, reconoceré a
su autora y animaré a que la lean), así permanecerá en mi ánimo Flor de sal de
Susana López Rubio (recientemente publicada por Espasa), ese será el
sentimiento predominante aunque describa muy poco de lo mucho que la narración
contiene, novela que reúne y aúna con inusitado vigor diferentes géneros y ha
superado en mucho las expectativas de este lector precisamente por ese carácter
caleidoscópico, porque rehúye las etiquetas, porque puede leerse como historia
romántica, como novela de aventuras, sin duda como perteneciente al género
histórico (con toda la amplitud que el propio término conlleva, desde El
nombre de la rosa a, por ejemplo, El general en su laberinto, con
esa denominación tan sólo hacemos referencia al contexto, al punto de partida,
las posibilidades son infinitas, todo depende del tratamiento, del tono, del
estilo, de la inspiración del autor, de sus propósitos), lo cierto es que
tendemos a pensar en los géneros como compartimientos estancos (los hay que así
lo pretenden, sobre todo lectores que, basta con ver lo que sueltan por las
redes -o mejor no-, están a un paso de transmutar en Annie Wilkes -si no lo son
ya y hasta enarbolan un mazo con claras intenciones homicidas-, dictan a los
autores aquello que quieren leer, no les saques de su esquematismo porque se pierden
y montan en cólera) pero, por más que alguno predomine sobre los otros o que
existan fabulosos ejemplos de pureza, títulos que son por derecho propio
cánones/clásicos de este o aquel, lo cierto es que los géneros se mezclan casi
por antonomasia, una de las mayores intenciones de Victor Hugo, si no la máxima
(además de alcanzar la inmortalidad, lo que sin duda consiguió), a la hora de
escribir Los miserables era la de trascender, la de instruir, debatir
ideas, rendir cuentas con el pasado (aún reciente en su caso), eso sin olvidar
(aunque detenga la acción para recrear lo sucedido en Waterloo) tanto la
persecución obsesiva de Javert como las historias de amor que se entrecruzan,
en general cualquiera de las grandes novelas del XIX (esas a las que tanto me
remonto, a las que tanto debo/agradezco, esas que hoy en concreto son de lo más
pertinente, ahora vamos con ello) son una magnífica mezcolanza de géneros que aglutinamos
bajo el término “folletín”, al que no hay que tenerle ni miedo ni pudor, sí al
mal uso del mismo o al tono peyorativo con que algunos lo escupen (vuelvo,
también porque la ocasión lo propicia, a uno de mis temas más recurrentes -en dura
pugna con alabar y analizar la estructura de la novela que toque, el resto del
grupo se inquieta cuando no lo hago porque piensan que no me ha gustado-).
La memoria es, además, caprichosa, en parte ya ha sido apuntado, mantiene
nítidos, frescos, pletóricos de detalles, recupera con suma facilidad datos (por
usar un término que unifique todo lo que se atesora) que hasta ese momento en
que rebrotan no éramos conscientes de haber retenido, del mismo modo nos niega
el acceso a información (sirve lo dicho para “datos”) que sabemos estuvo ahí en
algún momento, que creíamos estaba disponible, pero nos vemos incapaces de
retenerla, se escapa, se pierde entre brumas, puede que desaparezca sin dejar
ni el más mínimo rastro, que incluso se la neguemos a alguien que nos la
recuerda, sin duda la que se demuestra más efectiva y duradera es la memoria
sensitiva, esa de la que Proust hizo máximo alarde y transformó en obra de
arte, es imposible resistirse al poder evocador (y arrasador, no hay quien lo
contenga) de determinados olores y/o sabores, ahí tenemos la famosísima
magdalena, ahí está el cocido que cada sábado preparaba la abuela (con los garbanzos
en remojo desde el viernes, por eso su aroma me hace pensar en la emoción ante
el fin de semana, en horas de ocio, en el Un, dos, tres, en Anillos
de oro, en libertad), cada uno incorporará a la lista los suyos, aunque sea
por un pequeño detalle con el que Susana retrata a uno de sus personajes (igual
que hace con todos los que tienen importancia aunque su aparición sea breve),
para mí Flor de sal tendrá siempre olor y sabor a violeta, a esos
riquísimos caramelos que, aún hoy, pueden adquirirse en el mismo
establecimiento de la Plaza de Canalejas de Madrid que se cita en la novela,
caramelos que me hacen añorar a la bondadosa tía Pilar, caramelos con los que
actualmente me deleito gracias a un regalo de mi querida Yolanda Rocha, caramelos
que incorporé a la lectura (y lo demostré en Instagram) y que, no podía ser de
otro modo, también son de los preferidos de la escritora (de no ser así no
hubiera aparecido, ya que son los caramelos más injustamente valorados de la
historia -la gran mayoría de mis compañeros de colegio los despreciaban
diciendo que eran para las abuelas y, sí, a ella también le gustaban-). Pero,
vuelvo a lo que verdaderamente importa, Flor de sal, lo que su lectura
proporciona y consigue, excede en mucho el reduccionismo a que parecemos
condenarla reduciéndola a unas frases o una evocación particular, por más que
esa facilidad para penetrar en el corazón de los lectores, ese tocar con
sensibilidad fibras muy íntimas sea una de las máximas virtudes de la escritura
de Susana López Rubio.
La escritora madrileña se ha forjado/curtido en el mundo del guion (tras
su brillante trabajo en El tiempo entre costuras está enfrascada en
estos momentos en el rodaje de La templanza), uno de sus grandes hitos
fue la creación de Acacias 38 (de la que hoy mismo se ha emitido el capítulo
1106), conoce estupendamente los resortes y recursos del folletín, ni lo oculta
ni lo disimula, lo dice expresamente al citar las influencias dickensianas de
su primera novela, El Encanto, hace aquí lo mismo con Galdós (en un
momento lo explico), pero su olfato narrativo está muy despierto para evitar,
por un lado, los trucos manidos y, por otro, los posibles vicios de guionista
(aunque si no cae en ellos cuando desempeña esa tarea, ¿cómo iban a aparecer
aquí?): “Escribir novelas es muy diferente a escribir guiones, no sólo
porque en estos está todo muy medido e incluso hay elementos que vienen dados,
sino porque cada lector imagina su propia película y, además, tengo toda la
libertad del mundo, puedo desquitarme de las restricciones que marca producción,
sobre todo cuando la acción transcurre en otras épocas”. Y se nota, para
bien, que ha escrito como novelista, puesto que la novela arranca en el Madrid
de 1912 para viajar después a Bolivia, más en concreto a Potosí, y si afinamos
del todo, de acuerdo con el título, a Uyuni, escenario natural (el de su salar)
que, puede decirse, reclamó a gritos su (destacado) papel (va a influir en las
personalidades de los personajes, va a definirlas, va a alterarlas), se le
impuso a Susana cuando lo visitó: “El escenario fue lo primero que llegó, en
cuanto lo conocí no tuve duda de que ahí estaba el germen de la novela, es un
momento capital cuando Julieta se mira en el espejo natural más grande del
mundo y descubre quién es realmente. El caso es que son cosas inconscientes que
se quedan ahí y un buen día brotan, igual que Sor Ajo que, sólo cuando he
hablado con algunos lectores, he sido consciente de que ha salido de Galdós, de
“Fortunata y Jacinta” en concreto”. Pues aclarado queda lo de traer a don Benito
a colación, algo que la autora compartió con los concurrentes durante uno de
nuestros encuentros organizados por mi Pepa Muñoz en Casa del Libro de Gran Vía,
pero no fue lo único que dijo sobre uno de nuestros personajes favoritos, ahí
sí se aprecia su sabiduría como guionista porque sabe dosificar su presencia,
concederle momentos fantásticos muy bien diseminados, pero contener su fuerza
arrolladora para que el rumbo de la narración no se pierda: “Eso pasa mucho
en las series: los secundarios se comen con patatas a los protagonistas, es
algo inevitable la mayoría de las veces y lo he notado al escribir sus diálogos,
los he disfrutado, también me ha pasado con Inés y con Adela, porque me
identifico con ella, con los villanos en general, reconozco que tiene mucho de
mí, jajaja. El caso es que también conecto con el padre, ya digo que los malos
me tiran, a pesar de todo no hay que olvidar que es él quien la hace aventurera
e independiente, le enseña que las hormigas siempre encuentran una salida y
escapan”.
Flor de sal es también una declaración de amor (¡Cómo no!) a la
literatura, a la lectura, a los libros, hay una historia hermosa y triste (como
tanto me gusta decir, no es un oxímoron, ya lo verán) en torno a unas páginas
arrancadas, la protagonista es una lectora voraz, en gran parte para escapar,
recupera en su vida nombres de personajes de Julio Verne, también en su ópera
prima hubo guiños similares: “La literatura se me cuela siempre porque es
algo natural, leo todo lo que puedo, aparece en cualquier detalle incluso sin
ser consciente de ello”. El gusto y cuidado por los detalles es otra de sus
señas de identidad, es otro de los motivos (como lo sucedido a un servidor con
los caramelos de violeta) por los que uno se siente muy bien acogido, porque la
verosimilitud es completa, no sólo en recreación/ambientación, en hechos
históricos mezclados con ficción, en el uso que hace de personajes reales, sino
en las emociones, en las pasiones, en los comportamientos de sus personajes, en
el viaje completo que hacemos con/gracias a sus palabras, temporal y personal, fruto, en
gran parte, de una documentación exhaustiva en la que no se deja nada al azar: “Soy
una apasionada de la documentación, leo todo lo que cae en mis manos cuando
estoy escribiendo sobre algo y, al final, hay mil detalles que aparecen, que se
integran de forma natural y así los cuento”. Y así es también cómo narra,
con enorme naturalidad, encadenando una escena con la siguiente sin
estridencias ni esfuerzo (notorio, sin duda hay mucho detrás para conseguir esa
fluidez), capturando al lector, creando conflictos arrebatadores, utilizando
con audacia y pertinencia elementos de la novela de espionaje, sabiendo, como
se dice en el argot, planificar y preparar la escena: “Todo lo que evito en
mi vida diaria aparece en lo que escribo, creo que por eso tiendo tanto a los
conflictos, jajaja, sean del tipo que sean. Aunque eso es algo que tal vez me
venga muy marcado por los guiones, creo que lo fundamental en la literatura es
no aburrir”. Y Susana lo hace, lo logra, es marca de la casa, alguien de
quien tomar ejemplo, por eso es mejor que ponga ahora el punto y final, ya sé
que no les he contado nada sobre la novela, en parte porque me gusta que sean
ustedes los que la descubran, en parte para no dejarme llevar por el entusiasmo
y contar más de lo debido (por ejemplo, el porqué del título, su explicación, pura
belleza), en parte porque voy a coger un caramelo de violeta para seguir
pensando en esa estupenda frase que anoté y que, lo que son las cosas, ayer
mismo pude espetarle a alguien: “Ningún libro merece ser reducido a cenizas
por culpa de un corazón despechado”. Lo que Flor de sal merece es
que muchos corazones latan a su compás y se unan al que, indudable y
felizmente, Susana López Rubio ha dejado impreso en sus páginas.