Se me hace extraño, doloroso, inasumible ponerme a escribir y que Dobby
no esté dormitando en el salón o, al menos, escuchar sus resoplidos/ronquidos
en la habitación (el ángulo que la mesilla de mi lado de la cama hace con el
armario era su refugio, tal vez su rincón favorito -en clara competencia con ese
al que ahora miro de vez en cuando para constatar que está vacío y sentir de
nuevo un puñetazo en el corazón, dolido y doliente por su ausencia-), llevo un
rato mirando algunas cosas en las redes sociales, navegando aquí y allá sin
rumbo fijo, abriendo y cerrando páginas un poco al azar, queriendo concentrarme
en algo, tirando de mi deformación profesional para ir dando forma a algún
texto que, al menos por un rato, refrene las ganas de seguir llorando y centre
mi atención para acallar los ecos (la realidad) de la pena, pero también me
resulta insólito que él no se levante, no dé un paseíto, no beba agua, no venga
cerca para saber qué hago o reclame mi atención para que le dé algo de comer (o
directamente exija la cena), no vaya al lugar acondicionado para hacer un pis y
después busque su recompensa por portarse bien (o la espere junto al comedero, porque
a veces ni se me molestaba en ir a buscarla, ¡todo un señorito!). Era el
corazón del hogar, ese abuelete gruñón y asocial que sabía hacerse querer y
tanto amor, tanto calor, tanta compañía, tanto aportaba y regalaba, no es un
oxímoron, sé bien lo que digo, ya lo expliqué en su momento en el blog, en uno
de sus primeros textos porque él lo merecía y a lo que escribí entonces me remito(https://elarpadebecquer.blogspot.com.es/2013/04/la-compania-que-hace-un-asocial.html),
así también se podrá comprobar que no estoy haciéndole un retrato maquillado y
afectado, que me dejo contagiar de aquello que se ha dado en llamar “el día de
las alabanzas”, siempre reconocimos (y quisimos) sus particularidades, sus
manías, su (mal) genio, la personalidad que le hizo único y así seguirá siendo.
Leer que uno de los amigos hechos gracias a la radio y que mantiene el
contacto (y los afectos) vivo a través de Facebook afirma, al enterarse de la triste
noticia, que Dobby formaba parte de todos los que me siguen desde hace tiempo
sea por la vía que sea me emociona sobremanera, me hace derramar lágrimas con
pena, algo vuelve a desgarrarse, pero también me reconforta y supone toda una
caricia en este alma tan arrugada y vapuleada porque se me antoja el mejor
homenaje posible, supimos transmitir y contagiar a los demás ese calor de hogar
del que fue (y será) elemento fundamental (y hasta diría fundacional). Quiero repetir
lo menos posible aquel texto de hace casi cinco años, ahí está para quien deseé
conocerlo/recuperarlo, por eso me quedaré con algo que no conté allí, el
momento en que Dobby entró en esta casa, en este hogar que Pablo buscó para
nosotros, en el primer lugar que podíamos llamar así en toda la extensión de la
palabra y de los sentimientos (y es que, por más que muchos demuestran
olvidarlo, ya lo escribieron Bacharach y David para que lo cantase Dionne
Warwick, A House Is Not a Home, por
eso la de ahora, en la que habitamos desde junio de 2012, sí lo es plenamente,
las previas fueron ensayos -fructíferos y satisfactorios, aprovechados y
vividos, pero no pasaron de eso-). Como el hogar no está lejos del apartamento
alquilado en que estábamos entonces (y con la ayuda de algunos que entonces demostraban
ser amigos), estuvimos un fin de semana trayendo todo y colocándolo, Dobby se
quedó en aquel lugar sin comprender muy bien qué pasaba, cada cierto tiempo
entraba alguien a llevarse alguna cosa, él ladraba, gruñía, se asustaba, sin
duda pasó muchos nervios, el caso es que cuando parecía que ya podía venirse
nos dimos que faltaba algo (no recuerdo qué) que hacía imposible que, en el
mismo viaje, pudiese acarrearlo y cruzar Gran Vía con Dobby, por lo tanto, cuando
ya le tenía con la correa puesta y, un tanto desconfiado, se me pegaba a las
piernas, me vi obligado a decirle “espera un poco, bonito, ahora vuelvo”, se
limitó a bajar las orejas, se quedó muy tristón y tal vez pensando que le abandonábamos,
prácticamente le encontré en el mismo sitio y con la misma actitud cuando
regresé, entonces sí, para llevármele mientras le decía “vamos, vamos, que
Pablo nos espera”, pocas veces ha salido tan dispuesto a la calle, casi parecía
que conocía el camino, entró como una exhalación al piso, se deshizo en mimos y
alegría al reencontrarse con Pablo, empezó a escudriñar rincones, a olfatear, a
buscar lugares que le resultasen conocidos, sus objetos le ayudaron a ir
tomando posiciones, ya estábamos en casa, este era nuestro verdadero hogar y
así ha seguido y seguirá siéndolo, con ese agujero profundo que jamás se podrá
rellenar pero en el que resuenan y adquieren aún más fuerza los ecos de su
presencia, aportando calor, manteniendo encendida la llama del amor honda y
sinceramente vivido.