viernes, 23 de febrero de 2018

PROTECTORAS y (DES)PROTEGIDAS






   Ya nos hacíamos eco no hace mucho de lo enconadas, crispadas, tergiversadas y susceptibles que andan las cosas en temas muy diferentes, con especial virulencia (y era en lo que, como ahora, nos centrábamos) en torno al feminismo y la justa y necesaria denuncia del machismo irredento y acendrado que incluso llega a ser considerado natural, lógico, comprensible y otros adjetivos consentidores por gran parte de la sociedad; uno consideraba (y lo sigue haciendo) que cierta manera de encarar la obligada lucha (asumo y comparto que ya no es posible hacerlo por las buenas, que con determinados interlocutores -incapaces de serlo- no se puede perder el tiempo en diplomacias y/o negociaciones a las que no atienden ni entienden), muchas de las reivindicaciones que se están haciendo consiguen visibilidad en gran medida porque son sólo eso, una fachada, una actuación, un gesto, y a la larga (y hasta si me apuran a la corta, casi inmediatamente) provocan el efecto contrario y pueden considerarse cómplices (cuando no ejecutoras) del abuso (entiéndase el término en su sentido más amplio), de la vulneración de derechos, de la desigualdad, de la humillación, de la ruptura de la convivencia, de la perpetuación de dos bandos irreconciliables, de la consideración de las mujeres como seres débiles, inferiores, serviles y algunas lindezas más. Sin ir más lejos, hoy se estrena en España Lady Bird, cinta muy esperada por las excelentes críticas cosechadas, por sus candidaturas al Oscar, porque se lleva un tiempo apostando por que Greta Gerwig debería ser la segunda mujer en ser coronada por la Academia de Hollywood como mejor directora, y ese discurso no admite fisuras, es decir, en muchos casos no se enumeran los méritos de la película, el acento se pone en el sexo de la creadora (es también la guionista), se reclaman galardones sólo por eso, cuando alguien hace un análisis más o menos pormenorizado, una crítica argumentada en la que expone por qué no le ha gustado, por qué le parece un trabajo sobrevalorado, qué defectos/lastres le encuentra, rápidamente (es lo que tienen las redes sociales) se alza alguna voz airada (puede que hasta insultante) que acusa de misoginia a quien, como es el caso de un servidor, ha pedido públicamente (y en más de una ocasión) nominaciones y estatuillas para Jane Campion, Barbra Streisand, Sofia Coppola, Lone Scherfig e incluso Kathryn Bigelow (en lugar de por En tierra hostil -y gracias a una campaña un tanto sonrojante en la que de lo que menos se habló fue de cine- debiese haber sido premiada por La noche más oscura pero otras consideraciones -de nuevo exógenas a lo meramente cinematográfico- la dejaron sin opción a premio). Y se lapida a Jennifer Lawrence (actriz por la que no siento la más mínima devoción, pero nadie puede negarle implicación, esfuerzo y ser altavoz de injusticias) por lucir palmito en una mañana gélida pero se alardea de ir vestidas de negro a las entregas de premio (pero sin renunciar al glamour, las joyas, el maquillaje, todo lo que también es servidumbre, perpetuación de un rol meramente decorativo, es decir, aquello que se quiere denunciar/erradicar eliminando el resto de colores) o de portar un abanico igual que tantos se han puesto lazos solidarios en la solapa en infinidad de ocasiones. Perdónenme, pero hacer/ser feminista es, al menos para mí, otra cosa bien distinta (seguramente estoy equivocado, al fin y al cabo soy un hombre -no sé cuántas veces me han arrojado esta frase o alguna variante de la misma en tertulias, foros, redes, donde haya habido ocasión-).

   Y toda esta parrafada viene al caso (sí, sólo para mí, pero bien sufren los leales y asiduos visitantes de este blog mi manera de abordar los temas, ese irme por las ramas -puede que no tanto-, ese dar rienda suelta a mi verborrea -lo reconozco- para, diríase, tomar impulso y zambullirme en el verdadero asunto del texto) porque acabo de terminar la muy interesante Cuídate de mí, la nueva novela de María Frisa recién publicada por Plaza & Janés, con quien tuve la feliz oportunidad de conversar junto a algunos colegas en un desayuno que tuvo lugar en las oficinas de su editorial en Madrid. Y se empezó (y terminó) hablando de feminismo o tal vez sería más correcto decir hablando en femenino, porque indiscutiblemente hay que señalar como novedad (y logro) que, al menos que alguien con más sabiduría y conocimientos pueda desmentirlo, es la primera vez que una pareja de investigadoras protagoniza una novela policiaca/negra, al menos en España, al menos de esta manera, una singularidad que, nunca mejor dicho, la caracteriza y distingue de novelas que, un modo u otro, han tocado asuntos similares a los aquí tratados, teniendo además en cuenta que la autora comenzó a trabajar la historia hace casi ocho años, es decir, no se apunta a ninguna moda, tiene personalidad propia (ambas, escritora y obra): “Otros proyectos me forzaron a irla retrasando, pero nunca la abandoné porque sentía que era la novela que verdaderamente quería escribir. Sí, parece que llega en el momento adecuado, incluso habrá quien piense que aprovecho una moda, una variante feminista del género en la que ahora se incide mucho, pero ya os digo que llevo ocho años trabajando en ella, documentándome, manteniéndola viva. Acepto y quiero que sea vista como una novela feminista, pero no de tesis sino por lo que cuenta y porque, las investigadores son dos mujeres, que hasta donde yo sé nunca se había hecho al menos en España, lo que es toda una novedad es que, en lugar de en Homicidios, trabajen en una UFAM [Unidad de Familia y Mujer de la CGPJ]”. Y si a uno le parece que no hay que ponerse estupendos en el sentido de que la novela de misterio en cualquiera de sus variantes ha sido siempre un terreno bien abonado para que las escritoras demuestren sus talentos (desde la tía Agatha a la Highsmith, ahí están las ventas millonarias de Ruth Rendell, Anne Perry, Mary Higgins Clark, Patricia Cornwell, bombazos editoriales recientes como los dados por Paula Hawkins o Gillian Flynn -sin entrar en preferencias personales, simplemente trazando un somero panorama con un puñado de nombres-, en España gozamos con Alicia Giménez Bartlett, Dolores Redondo o Reyes Calderón) o la ficción televisiva británica (a la que tantas veces hay que rendirse y recurrir) lleva años, en lo que a este género se refiere, poniendo el foco en historias escritas y/o protagonizadas por mujeres (Happy Valley, Vera, Broadchurch, The Fall, Principal sospechoso), si uno piensa que quedarse en el aspecto puramente femenino/feminista es decir muy poco sobre Cuídate de mí e incluso reducir sus virtudes a la mínima expresión, no es menos cierto que hay que celebrar una novela reivindicativa, combativa, que rebosa actualidad y verosimilitud, que a ratos nos sacude, que en otros nos atemoriza (por lo realista), que sabe mantener su discurso sin renunciar, sin entorpecer, sin boicotear la novela: “Siempre me la planteé como una novela negra, siguiendo sus parámetros: por eso comienza con un asesinato que provoca una investigación que va dando giros argumentales mientras el lector duda de todos los personajes. Creo que los escritores tenemos un deber de hacer denuncias y ser críticos con la sociedad en que vivimos y la novela negra ha sido por excelencia el género propicio para ello. Y dentro de los problemas a los que actualmente nos enfrentamos, lo que más me preocupa, como mujer y como madre, son los abusos sexuales, la violencia de género, tenía muy clara la intención ya hace ocho años, también la historia e incluso el final, quería que no se saliera indemne de su lectura, que motivase reflexiones, preguntas que tal vez no te has planteado antes”.

   Como bien dice (y se lamenta) María la realidad la ha superado con creces, se están viviendo sucesos que ella no se hubiera atrevido ni a imaginar por más que recabase información de policías que le inspiraron en parte a sus dos protagonistas, la inspectora Lara Samper y la subinspectora Berta Guallar, tenían que ser dos mujeres para, así, poder desarrollar con naturalidad y convicción aquello que quería contar: “Quise que las protagonistas fueran dos mujeres policías porque, en parte, ayudaremos a erradicar la violencia de género si damos referentes y vemos a mujeres en los mismos lugares en que siempre se ha visto a hombres. Claro que las pensé fuertes, seguras, profesionales, pero quería una novela realista y por eso aparece la vida privada, hay que llenar la nevera, una de ellas tiene hijos, pretendía la mayor verosimilitud posible. Soy psicóloga e inconscientemente siempre estoy buscando pautas y motivos de comportamiento, pero eso me sirvió para construir más sólidamente los personajes y que se comprenda por qué hacen esto o aquello, ahondando en el mapa mental de cada una, el contexto en que se mueven, mil detalles. Por eso no las ubiqué en Homicidios: para que conociesen de antes a la víctima, para que hubiese otras implicaciones con el caso, incluso creen que todo ha sucedido porque no hicieron bien su trabajo anteriormente, una incluso se alegra de esta muerte y piensa que se ha restablecido un equilibrio”. Como en toda novela negra bien armada (las que no lo están se vienen abajo por sí solas), no conviene contar mucho de la trama o hacer un resumen por más breve que sea, pero sí podemos destacar (y aplaudir) que el cadáver que aparece en las primeras páginas es el de alguien que fue acusado (y exonerado) de violar a una adolescente, caso del que también se ocuparon Lara y Berta, por eso aparecen algunos fantasmas de un pasado reciente, dudas sobre sí mismas, prejuicios, una implicación emocional con aquella víctima y su familia que puede nublar su juicio, la paradójica y cruel carambola en que aquel al que pensaron criminal es víctima que reclama justicia. María retrata con trazos firmes a sus personajes, equilibrando muy bien los tonos, sin juzgarlos como autora, mostrando sus flaquezas, sus miserias, sus angustias, haciéndolos humanos, por eso algunos son terroríficos, otros provocan empatía apenas los conocemos, de otros nos compadecemos, a todos los sentimos: “Quise que del chico que fue acusado de la violación se conociera su entorno, su familia, todos sufren de un modo u otro la violencia de género. También lo hice así en el caso de la víctima, abundando en algo que me han contado pormenorizadamente las policías con las que he hablado: la culpabilidad que siente la víctima, no digamos la que te endilgan los demás. Porque es la propia víctima la que se reprocha haber ido sola, haber llevado falda, haber bebido más de la cuenta. Y ahora estamos viendo cómo los jueces interrogan hostigando y condenando a la víctima, que si cerró bien las piernas, que si qué vida ha llevado después de la violación, ¡cómo se va a denunciar si luego se vive esto!”.

   La historia se cuenta (al margen de unos cuantos insertos del pasado, de lo que sucedió antes del descubrimiento del cadáver con que arranca la novela) en tercera persona, pero no escuchamos una voz omnisciente sino el reflejo de los pensamientos de los personajes, una fantástica introspección en lo más recóndito de sus corazones: “En gran parte me costó tanto escribir la novela porque no encontraba el punto de vista adecuado: la empecé a escribir con Berta hablando en primera persona, un poco a lo Sherlock y Watson, después pasé todo a tercera, fui tanteando pero nada me convencía. Como el mensaje que quiero mandar es que la verdad, como ente, como absoluto, no existe, pensé que la mejor forma de representarlo era que cada una fuera el centro de un capítulo, atribuyendo intenciones o extrayendo conclusiones del comportamiento de la otra e irlas alternando para que se viesen las dos caras y el lector comprobase lo equivocadas que ambas están con respecto a su compañera”. Mujeres a las que no glorifica, por más que se nota que admira y respeta, no hace falta cargar las tintas ni subrayar cuando se sabe transmitir con eficacia y rotundidad, con argumentos transformados en literatura, con una novela meditada y concebida como tal en la que el o los mensajes sobrevuelan, del mismo modo en que una de las subtramas (que, como las restantes, se imbrica y funde con la principal sin que se note, pareciendo una sola) parte de un episodio ciertamente desagradable (quedándome corto) que la escritora sufrió tras la publicación de 75 consejos para sobrevivir en el colegio con linchamiento (y algo peor) en las redes sociales y que ella refleja en Cuídate de mí con gran viveza (y sólo quien, como un servidor, vivió algo similar -aunque más limitado, pero secundado por compañeros de trabajo ante la indiferencia, desidia e inoperancia de los directivos de la empresa- puede captar en toda su crudeza -y agradecer que haya quien sepa contarlo de ese modo, al igual que en lo que uno atañe hizo Pablo Vilaboy en 24 horas de un periodista desesperado-): “Cuando escribía tenía muy reciente todo lo que me había pasado y al pensar en una subtrama no se me ocurrió nada mejor que algo similar a lo que por desgracia viví. Sentía muy vívidas la impotencia y la indefensión, porque la gente cree que ante algo así te enfadas, pero no te da tiempo porque, al menos en mi caso, se pasa tanto miedo, da igual lo que hagas o expliques, incluso es peor: recibía cada día un montón de mensajes privados de gente que no conocía de nada insultándome, amenazando a mis hijos,… Para colmo, el que promovió la campaña y el acoso reconoció que ni había leído ni tan siquiera tenía el libro y hasta pidió aportación de la gente para comprarlo”. Por eso Cuídate de mí capta nuestra atención: porque exuda verdad, porque sabe tomar el pulso a lo que está pasando ahora mismo, porque lo refleja sin correcciones políticas o sociales pero al mismo tiempo sin letanías ni eslóganes, dejando hablar y escuchando a los demás, haciéndose y haciéndonos preguntas, sin placebos ni medias tintas, denunciando sin tapujos como siempre ha hecho la novela negra.