sábado, 29 de diciembre de 2018

ANTES QUE SHERLOCK





   Aunque mi intención desde ayer era ponerme a escribir hoy, este mediodía perdí (como tantas veces) las ganas, el ímpetu, el gusto, una vez más regresé (siempre está agazapada y dispuesta para saltar, no se oculta demasiado) a la peor versión de mí mismo, en constante e inestable equilibrio para no quebrarme, dándome mil veces una costalada monumental porque, en contra de lo que a veces quiero pensar, no hay red que me sujete o impida el golpetazo contra la zona oscura (tantas veces en ella, comprenderán que sea en el ángulo similar del salón, aquí, donde me sienta cómodo, libre y, a pesar de todo, resguardado). Pero al final rebroto, vuelvo a fluir, no consiento que me limiten/rebajen/fulminen, por más que así me sienta casi todo el tiempo, fatigado por no decir agotado y casi exhausto (pero al final respirando aunque sea a boqueadas) de intentar contentar a los demás para recibir andanadas o, algo peor, indiferencia y/o silencio, experimentar esa frase que siempre me pareció dolorosa y terrible de Esta cobardía, tal vez la única canción que me gusta interpretada por Chiquetete (no soy de días de alabanzas cuando no lo siento así, lo ídem), aquello de “es su alma fría la que me atormenta, pues ve que me muero… y no se da cuenta”, por mucho que sea de grito fácil y de cajas destempladas por doquier, la mayoría de las veces opto por evitar la confrontación, por esquivarla, por el silencio, por empantanarme en mi negrura sin decir nada (mis ojos vidriosos, mi gesto, mi mutismo delatan mi (des)ánimo, es entonces cuando resuena la canción citada ante la falta de reacción de los de enfrente) lo paso peor cuando reacciono de un modo ciertamente desmesurado (especialmente cuando lo recuerdo después, me fustigo sin misericordia por no ser capaz de contenerme) que llevo grabado en el ADN, en lo que tantas veces fue (y es) mi cotidianeidad, en ese encono vital que en que me crie y respiré desde niño a pesar de ciertos oasis afectivos que, por desgracia, transmutaban fácilmente en espejismos (o sea, se esfumaban) al ser invadidos por la ponzoña de alrededor, la que no te quitabas de encima ni con golpes en la mesa ni poniendo tierra de por medio (no te lo consienten, te obligan al enfrentamiento, con lo sencillo que resulta romper vínculos, especialmente los circunstanciales, los heredados, los que no has creado -no digo que no duelan, depende, pero si lo mejor es extirparlos, sufrimos una vez y ya se irá calmando, o, ¡sorpresa!, se descubre que aquello era un lastre y, es justo en ese momento cuando quedan atrás traumas, depresiones y malestares varios, mucho mejor así sin duda-). El caso es que hoy tocaba volver a hablar de tebeos, es decir, mi refugio, el lugar donde nada malo podía (puede) pasarme, la ficción como cobijo una vez más, como siempre, lo mismo sirve para lo audiovisual y, por supuesto, para la literatura, seguir siendo Bastian, como tantas veces, como siempre, eso no me lo pueden quitar, latiendo al ritmo de páginas o imágenes es cuando regresan todas las ganas de respirar, de gozar, de vivir intensamente, de alimentarme y realimentarme, de ser yo, lamento lo egoísta que pueda sonar/ser, acepto la penitencia que me corresponde por mi abrupto modo de convivir/sobrevivir, tampoco pido tanto, lamento ser injusto, sólo ruego que me dejen tranquilo y prometo no incordiar ni perturbar a nadie.

   Un nuevo tomo de Bruguera Clásica me ha dibujado la sonrisa en rostro, corazón y alma, me ha confirmado la admiración por un gran historietista como fue Raf y me ha permitido deleitarme con unos guiones debidos a un magnífico escritor a quien (aquí está la prueba) llevo disfrutando desde mucho antes de lo que yo pensaba, Andreu Martín, quien además prolonga (demasiado brevemente, a uno le gustaría conocer algún detalle/anécdota más, que se explayase un poco, que alimentase la voracidad mitómana) el antológico (en todos los sentidos) Lo mejor de Sir Tim O´Theo que reúne por primera vez las cinco historias largas que protagonizó el personaje (aunque en algunos foros se detallan dos más -si bien es cierto que dejando fuera una que sí aparece aquí, Reunión de fantasmas-). El propio guionista afirma en su texto introductorio que “el gran protagonismo que tenían Mortadelo y Filemón y demás creaciones de Ibáñez, la innegable genialidad de Manuel Vázquez o la veteranía de Escobar y sus Zipi y Zape (yo creía que) apagaban el brillo de cualquier otro perfil brugueriano que (me parecía a mí) quedaba relegado a discretos segundos términos” aunque el tiempo le ha permitido comprobar el modo en que esta creación ha calado en un público que no la olvida e incluso le rinde culto. Si bien es cierto que algunos (especialmente los citados por Martín) parecían opacar a los demás (casi todo se reducía a si “eras” de Mortadelo o de Zipi y Zape), lo maravilloso del universo Bruguera es que lo habitaban personajes desopilantes para dar y tomar y, como ya he comentado en alguna otra ocasión, había donde elegir y, así, tuve la fortuna de ser desde siempre lector de amplio espectro y no quedarme sólo en los cabezas de serie, de hecho perseguía la variedad y los recopilatorios en formato Super Humor que menos me apetecían eran los monográficos, claro que buscaba a Mortadelo, durante mucho tiempo cumplí la cita semanal con la revista Zipi y Zape, pero no sólo por sus historietas, del mismo modo manoseé y desgasté los volúmenes en que aparecían doña Tecla Bisturín -también de Raf, por cierto-, don Pío, las hermanas Gilda, Petra, esos discretos segundos términos que dice Martín y que yo leía como estelares, como lo que eran, primeras figuras que no sólo perduran en evocaciones infantiles sino que mantienen toda su gracia intacta, que han ganado con el tiempo, que aguantan la revisión y la comparación (y salen victoriosas, al menos para quien suscribe) con lo que se hace hoy en día, es fácil comprobarlo con aquel a quien siempre llamaré Sir (pronunciando bien la “i”) Tim O´Theo.

   Descubro que tenemos la misma edad (la serie vio la luz en 1970), aunque pensaba que era anterior porque, obviamente, para mí estuvo ahí desde que tengo conciencia y lo que es un hecho es que, aunque conociese el referente tomado al que parodiaba (es decir, Sherlock Holmes), llegué a Bellota Village antes que al 221B de Baker Street (en realidad, confieso, como descubrí muy pronto mi parentesco con tía Agatha, aunque vi en televisión El perro de los Baskerville -la versión con Peter Cushing- y alguna otra adaptación, tardé en leer a Conan Doyle y nunca lo he hecho demasiado -compré hace mucho aquel tomazo titulado Todo Sherlock, es una deuda que ansío pagar, pero no me he puesto a la tarea-). Sin duda es la pipa el adminículo que más conecta a Sir Tim con su digamos antepasado literario, también el hecho de que la policía le considere un entrometido aunque no tenga más remedio que solicitar/soportar su intervención (su enfrentamiento con el sargento Blops adquiere por momentos -en lo deliciosamente caricaturesco- tintes más propios de Guareschi) para resolver los casos que, la mayoría de las veces, se solucionan a pesar de él, por carambola, vaya usted a saber cómo o porque anda cerca Patson, su leal mayordomo, sin duda toda una reivindicación del doctor Watson original, todo lo sagaz que se supone es su señor, poseedor de un ego tan o más desmedido que el de Holmes aunque con menos razones para ello, sorprende leído hoy lo antipático e irritante que resulta Sir Tim en ocasiones, especialmente en el modo de tratar a Patson (lo de Blops es diferente, porque parecen competir en torpeza y, digámoslo claro, estupidez -lo que provoca carcajadas continuas-). Sin embargo, aunque en las aventuras largas aquí reunidas puede rastrearse mejor el modelo que se sigue (especialmente en La “verruga de Sivah, El sarcófago de Thuru-rut y Contra Blackiss Black), el escenario habitual de las historietas, el ambiente, la amplia nómina de secundarios (una de las pequeñas decepciones de este volumen: apenas aparecen -y no todos- en estas aventuras), todo hace recordar más al Saint Mary Mead donde tía Agatha hizo vivir (y resolver crímenes) a Miss Marple (o será querencia particular, que me perdonen Raf y Andreu Martín).

   En la primera aventura, El secuestro del burgomaestre, no aparece el personaje que todos recordamos con ese nombre/cargo, en realidad se trata de un alcalde que poco tiene que ver con aquel que aquí sólo se asoma algunas viñetas al igual que Huggins, el propietario del pub The Crazy Bird (¡No se pierdan lo que Martín revela en el prólogo sobre el nombre del mismo, puede que les despeje una duda o les confirme una sospecha, depende!), pero sí lo hace Mac Latha, el fantasma, imprescindible (con una participación destacada en la historia que cierra el volumen, no en vano titulada Reunión de fantasmas), al igual que Lady Margaret Filstrup y, por supuesto, Blops y su ayudante, el agente Pitts. Con una estructura episódica de siete páginas para su publicación en algunas de las revistas de Bruguera, Martín va enhebrando con gran pericia la trama principal que unifica todo consiguiendo momentos de enorme brillantez y permitiendo una doble lectura (aunque indudablemente la más satisfactoria es la que puede hacerse ahora, puesto que se nota que no se ha perdido de vista en ningún momento la unidad, el conjunto, el todo, por más que las partes sean comprensibles en sí mismas). Sir Tim O´Theo (aunque no lo necesitase, pero sin duda hay un público que, por desgracia, le conocía poco o nada y ahora puede ponerse al día) se reivindica como gran personaje que merece un lugar de honor en la historia del tebeo/cómic español, creación de la que, no es extraño, Andreu Martín se enorgullece, ahora sí, como debe ser. Ahora, si no es mucho pedir, sería de desear que, si no una edición integral (ojalá), apareciese lo más pronto posible un volumen recopilatorio con historietas cortas de Sir Tim (por favor, pronúnciese “SIR”, no al modo inglés).