Aunque mi intención desde ayer era ponerme a escribir hoy, este mediodía
perdí (como tantas veces) las ganas, el ímpetu, el gusto, una vez más regresé (siempre
está agazapada y dispuesta para saltar, no se oculta demasiado) a la peor
versión de mí mismo, en constante e inestable equilibrio para no quebrarme,
dándome mil veces una costalada monumental porque, en contra de lo que a veces
quiero pensar, no hay red que me sujete o impida el golpetazo contra la zona
oscura (tantas veces en ella, comprenderán que sea en el ángulo similar del
salón, aquí, donde me sienta cómodo, libre y, a pesar de todo, resguardado).
Pero al final rebroto, vuelvo a fluir, no consiento que me limiten/rebajen/fulminen,
por más que así me sienta casi todo el tiempo, fatigado por no decir agotado y
casi exhausto (pero al final respirando aunque sea a boqueadas) de intentar
contentar a los demás para recibir andanadas o, algo peor, indiferencia y/o
silencio, experimentar esa frase que siempre me pareció dolorosa y terrible de Esta cobardía, tal vez la única canción
que me gusta interpretada por Chiquetete (no soy de días de alabanzas cuando no
lo siento así, lo ídem), aquello de “es
su alma fría la que me atormenta, pues ve que me muero… y no se da cuenta”,
por mucho que sea de grito fácil y de cajas destempladas por doquier, la mayoría
de las veces opto por evitar la confrontación, por esquivarla, por el silencio,
por empantanarme en mi negrura sin decir nada (mis ojos vidriosos, mi gesto, mi
mutismo delatan mi (des)ánimo, es entonces cuando resuena la canción citada
ante la falta de reacción de los de enfrente) lo paso peor cuando reacciono de
un modo ciertamente desmesurado (especialmente cuando lo recuerdo después, me
fustigo sin misericordia por no ser capaz de contenerme) que llevo grabado en
el ADN, en lo que tantas veces fue (y es) mi cotidianeidad, en ese encono vital
que en que me crie y respiré desde niño a pesar de ciertos oasis afectivos que,
por desgracia, transmutaban fácilmente en espejismos (o sea, se esfumaban) al
ser invadidos por la ponzoña de alrededor, la que no te quitabas de encima ni con
golpes en la mesa ni poniendo tierra de por medio (no te lo consienten, te obligan
al enfrentamiento, con lo sencillo que resulta romper vínculos, especialmente
los circunstanciales, los heredados, los que no has creado -no digo que no duelan,
depende, pero si lo mejor es extirparlos, sufrimos una vez y ya se irá calmando,
o, ¡sorpresa!, se descubre que aquello era un lastre y, es justo en ese momento
cuando quedan atrás traumas, depresiones y malestares varios, mucho mejor así
sin duda-). El caso es que hoy tocaba volver a hablar de tebeos, es decir, mi
refugio, el lugar donde nada malo podía (puede) pasarme, la ficción como cobijo
una vez más, como siempre, lo mismo sirve para lo audiovisual y, por supuesto,
para la literatura, seguir siendo Bastian, como tantas veces, como siempre, eso
no me lo pueden quitar, latiendo al ritmo de páginas o imágenes es cuando
regresan todas las ganas de respirar, de gozar, de vivir intensamente, de
alimentarme y realimentarme, de ser yo, lamento lo egoísta que pueda sonar/ser,
acepto la penitencia que me corresponde por mi abrupto modo de convivir/sobrevivir,
tampoco pido tanto, lamento ser injusto, sólo ruego que me dejen tranquilo y
prometo no incordiar ni perturbar a nadie.
Un nuevo tomo de Bruguera Clásica me ha dibujado la sonrisa en rostro,
corazón y alma, me ha confirmado la admiración por un gran historietista como
fue Raf y me ha permitido deleitarme con unos guiones debidos a un magnífico
escritor a quien (aquí está la prueba) llevo disfrutando desde mucho antes de
lo que yo pensaba, Andreu Martín, quien además prolonga (demasiado brevemente,
a uno le gustaría conocer algún detalle/anécdota más, que se explayase un poco,
que alimentase la voracidad mitómana) el antológico (en todos los sentidos) Lo mejor de Sir Tim O´Theo que reúne por
primera vez las cinco historias largas que protagonizó el personaje (aunque en
algunos foros se detallan dos más -si bien es cierto que dejando fuera una que
sí aparece aquí, Reunión de fantasmas-).
El propio guionista afirma en su texto introductorio que “el gran protagonismo que tenían Mortadelo y Filemón y demás creaciones
de Ibáñez, la innegable genialidad de Manuel Vázquez o la veteranía de Escobar
y sus Zipi y Zape (yo creía que) apagaban el brillo de cualquier otro perfil
brugueriano que (me parecía a mí) quedaba relegado a discretos segundos
términos” aunque el tiempo le ha permitido comprobar el modo en que esta
creación ha calado en un público que no la olvida e incluso le rinde culto. Si
bien es cierto que algunos (especialmente los citados por Martín) parecían
opacar a los demás (casi todo se reducía a si “eras” de Mortadelo o de Zipi y
Zape), lo maravilloso del universo Bruguera es que lo habitaban personajes
desopilantes para dar y tomar y, como ya he comentado en alguna otra ocasión, había
donde elegir y, así, tuve la fortuna de ser desde siempre lector de amplio
espectro y no quedarme sólo en los cabezas de serie, de hecho perseguía la
variedad y los recopilatorios en formato Super Humor que menos me apetecían eran
los monográficos, claro que buscaba a Mortadelo, durante mucho tiempo cumplí la
cita semanal con la revista Zipi y Zape,
pero no sólo por sus historietas, del mismo modo manoseé y desgasté los volúmenes
en que aparecían doña Tecla Bisturín -también de Raf, por cierto-, don Pío, las
hermanas Gilda, Petra, esos discretos segundos términos que dice Martín y que
yo leía como estelares, como lo que eran, primeras figuras que no sólo perduran
en evocaciones infantiles sino que mantienen toda su gracia intacta, que han
ganado con el tiempo, que aguantan la revisión y la comparación (y salen victoriosas,
al menos para quien suscribe) con lo que se hace hoy en día, es fácil
comprobarlo con aquel a quien siempre llamaré Sir (pronunciando bien la “i”)
Tim O´Theo.
Descubro que tenemos la misma edad (la serie vio la luz en 1970), aunque
pensaba que era anterior porque, obviamente, para mí estuvo ahí desde que tengo
conciencia y lo que es un hecho es que, aunque conociese el referente tomado al
que parodiaba (es decir, Sherlock Holmes), llegué a Bellota Village antes que
al 221B de Baker Street (en realidad, confieso, como descubrí muy pronto mi
parentesco con tía Agatha, aunque vi en televisión El perro de los Baskerville -la versión con Peter Cushing- y alguna
otra adaptación, tardé en leer a Conan Doyle y nunca lo he hecho demasiado -compré
hace mucho aquel tomazo titulado Todo
Sherlock, es una deuda que ansío pagar, pero no me he puesto a la tarea-).
Sin duda es la pipa el adminículo que más conecta a Sir Tim con su digamos
antepasado literario, también el hecho de que la policía le considere un
entrometido aunque no tenga más remedio que solicitar/soportar su intervención
(su enfrentamiento con el sargento Blops adquiere por momentos -en lo deliciosamente
caricaturesco- tintes más propios de Guareschi) para resolver los casos que, la
mayoría de las veces, se solucionan a pesar de él, por carambola, vaya usted a
saber cómo o porque anda cerca Patson, su leal mayordomo, sin duda toda una
reivindicación del doctor Watson original, todo lo sagaz que se supone es su
señor, poseedor de un ego tan o más desmedido que el de Holmes aunque con menos
razones para ello, sorprende leído hoy lo antipático e irritante que resulta
Sir Tim en ocasiones, especialmente en el modo de tratar a Patson (lo de Blops
es diferente, porque parecen competir en torpeza y, digámoslo claro, estupidez
-lo que provoca carcajadas continuas-). Sin embargo, aunque en las aventuras
largas aquí reunidas puede rastrearse mejor el modelo que se sigue (especialmente
en La “verruga de Sivah, El sarcófago de
Thuru-rut y Contra Blackiss Black),
el escenario habitual de las historietas, el ambiente, la amplia nómina de
secundarios (una de las pequeñas decepciones de este volumen: apenas aparecen
-y no todos- en estas aventuras), todo hace recordar más al Saint Mary Mead
donde tía Agatha hizo vivir (y resolver crímenes) a Miss Marple (o será
querencia particular, que me perdonen Raf y Andreu Martín).
En la primera aventura, El secuestro
del burgomaestre, no aparece el personaje que todos recordamos con ese
nombre/cargo, en realidad se trata de un alcalde que poco tiene que ver con
aquel que aquí sólo se asoma algunas viñetas al igual que Huggins, el
propietario del pub The Crazy Bird (¡No
se pierdan lo que Martín revela en el prólogo sobre el nombre del mismo, puede
que les despeje una duda o les confirme una sospecha, depende!), pero sí lo
hace Mac Latha, el fantasma, imprescindible (con una participación destacada en
la historia que cierra el volumen, no en vano titulada Reunión de fantasmas), al igual que Lady Margaret Filstrup y, por
supuesto, Blops y su ayudante, el agente Pitts. Con una estructura episódica de
siete páginas para su publicación en algunas de las revistas de Bruguera, Martín
va enhebrando con gran pericia la trama principal que unifica todo consiguiendo
momentos de enorme brillantez y permitiendo una doble lectura (aunque indudablemente
la más satisfactoria es la que puede hacerse ahora, puesto que se nota que no
se ha perdido de vista en ningún momento la unidad, el conjunto, el todo, por más
que las partes sean comprensibles en sí mismas). Sir Tim O´Theo (aunque no lo
necesitase, pero sin duda hay un público que, por desgracia, le conocía poco o
nada y ahora puede ponerse al día) se reivindica como gran personaje que merece
un lugar de honor en la historia del tebeo/cómic español, creación de la que,
no es extraño, Andreu Martín se enorgullece, ahora sí, como debe ser. Ahora, si
no es mucho pedir, sería de desear que, si no una edición integral (ojalá),
apareciese lo más pronto posible un volumen recopilatorio con historietas cortas
de Sir Tim (por favor, pronúnciese “SIR”, no al modo inglés).