Estoy convencido de que no soy nada original a la hora de alterar el
título de la película de George Stevens protagonizada por Max Von Sydow, puesto
que ha habido diferentes ocasiones para hacer ese fácil juego/cambio de palabras
tanto en los estrenos como en las sucesivas reposiciones/nuevos montajes de Godspell
(empezó su andadura en el off-Broadway en 1971) y, sobre todo (por fama mundial,
porque Ted Neeley todavía sigue encarnando el rol principal a sus 76 años y no
hace muchos meses regresó a Madrid), Jesucristo Superstar (se editó como
disco en 1970 y después llegó todo lo demás), teniendo en cuenta, además, que
ambos musicales llegaron a España con poco más de un año de diferencia (octubre
del 74 el primero, noviembre del 75 -en concreto el 6, para que se hagan
ustedes una idea más precisa del panorama-); lo cierto es que tampoco son nada
originales los detractores de los espectáculos citados (en cualquiera de sus
variantes o versiones) o que aborden esa temática (la vida de Cristo), puesto
que siguen apelando a lo mismo de entonces (casi 50 años después) para sentirse
escandalizados, ofendidos, perseguidos (¡Quién lo diría de quienes buscan
censurar, prohibir, reprimir y/o suprimir!), aferrados a unos dogmas que, a
poco que se indague/lea, incluso diría viva (dicho en el sentido más libre,
instintivo y/o natural) un poco, se demuestran muy alejados (e incluso opuestos)
del que (se supone) se respeta, comprende, siente y obedece como dogma principal/básico/central/emanadero
del resto (porque nos enseñaban que los Mandamientos se resumen en dos, uno de
ellos amar al prójimo como a uno mismo -será que los inquisidores se tienen
poco cariño-), de aquello que no debería resultar tan difícil cumplir (igual,
fíjate tú, todo se torció desde el momento en que se dio carta de naturaleza al
antagonismo, a la obediencia ciega, al concepto de pecado, al castigo). Pero,
será por las fechas en las que estamos y porque a uno le queda dentro algo de
lo bueno que aprendió (y con ello entramos de lleno en lo que vengo a
contar/recomendar hoy), prefiero no seguir por ese camino de confrontación,
prediquemos (nunca mejor dicho) con el ejemplo, tomándolo de quien defendió la
convivencia, el respeto, el amor sin exigencias ni matices (dicho sea, para zanjar
ese tipo de cuestiones por cualquier ángulo, sin pretender obligar a nadie a
creer en nada: no entro en lo organizado, en lo estipulado por quien sea, en lo
impuesto, me quedo con lo netamente espiritual, con valores/sentimientos que se
me antojan imprescindibles).
33 El Musical no sólo tuvo que afrontar los ataques furibundos de
quienes, sin verlo, rugieron ante lo que consideraban blasfemo, la rabia
insultante (naveguen por Internet -o mejor no, ¿para qué?-) de quienes fueron
con las espadas (flamígeras) en alto y así se mantuvieron (en realidad llevaban
la proclama escrita desde casa, al menos demostraron haber pasado por allí),
sino que se enfrentó a un escepticismo bastante generalizado (al menos así lo
percibí y algunas fuentes diversas me confirman que lo vivieron del mismo modo)
primero entre los amantes del musical (aunque aquí habría mucha tela que cortar
o, en algunos casos, recurrir a la hemeroteca para demostrar que no tanto como
pregonan cuando les conviene) y, fundamentalmente, entre un público de lo más
variopinto que parecía mostrarse apático a “volver a ver lo que ya se ha visto”
(en este mundo en que, servidor el primero, nos deleitamos -o decepcionamos/hastiamos,
pero no nos lo perdemos- ante repeticiones/remakes/plagios más o menos encubiertos,
esquemas y fórmulas repetidas en cascada, variaciones -o ni eso- de los mismos
elementos en historias que, a veces, ni se molestan en cambiar el título). Sin embargo,
dicho sea sin ironía ni intención de hacer mofa, se obró el milagro, ocurrió lo
que debería ocurrir siempre, es decir, los primeros espectadores expresaron su
entusiasmo, su aprobación, su disfrute (también hubo críticas honestas y bien
fundamentadas) y la bola de nieve siguió rodando hasta el momento actual:
segunda temporada en el Espacio 33 levantado ex profeso para la ocasión (de ahí
su nombre), el mayor teatro efímero -aunque ya no tanto- construido en España
con capacidad para más de 1000 personas. Toño Casado, el artífice, el soñador,
el compositor, el creador, el alma del espectáculo (por cierto, sacerdote,
músico muy avalado/requerido por altas instituciones eclesiásticas/religiosas -lo
digo por aquellos que atacan sin conocimiento/razón-) ha conseguido que la
historia resulte novedosa, atractiva, gozosa, emocionante, utiliza muy bien lo
ya sabido, lo que esperamos, lo que no se tergiversa ni ridiculiza para crear
complicidad, vínculos, para sorprendernos por el modo en que se reflejan
ciertos episodios/detalles, por las variaciones (a veces muy sutiles) que se
hacen, por lo que aporta el ahora, todo sabiamente mezclado, con un enorme
respeto por aquello que para mucha gente es una cuestión de fe.
Tengo la enorme fortuna de poder conversar con mi adorado Christian
Escuredo, pieza fundamental para que el musical funcione del modo en que lo
hace, carismático como su personaje, arrollador, poseedor de mil recursos,
versátil, derrochando energía y sentimiento, cautivando con la inmensa humanidad
que destila y que impregna su prodigiosa interpretación, un despliegue que
inunda el inmenso (y fabuloso) espacio escénico y la impresionante platea (o
grada infinita o como ustedes quieran llamarla). No le suelto el rollo anterior
(aunque casi, ya me conocen), pero sí le pregunto cómo recibió una propuesta
que, las cosas como son, parecía una auténtica locura: “Lo que más me dio
fue miedo, no lo voy a negar: si no llega a ser por Julio [Awad, director
musical del espectáculo], que siempre me ofrece proyectos muy atractivos y
me da mucha seguridad, no sé si hubiera aceptado. Me asustaba tocar un
personaje que se ha interpretado muchísimas veces, que tiene una iconografía
muy concreta, que para cada uno significa una cosa, también, por supuesto, el
tema en sí porque es alguien por quien muchas personas sienten devoción, eso no
se puede obviar; por lo tanto, se trataba de mover los hilos del personaje con
mucho cuidado, sentí mucho miedo, ya digo, ¡así somos los actores, jajaja!
Además, hablando en serio, se trataba de hacer un musical para todos los públicos,
ser aceptado por todo el mundo, todo eran hándicaps, vaya”. Pero, al margen
de lo que él dice entre risas (las eternas inseguridades de las gentes de este
mundillo, incluso aunque la ovación sea cerrada al final), los artistas tienen
ese punto de osadía, de visceralidad, de lanzarse al vacío, de aceptar reto
tras reto, de atrevimiento, gracias a ellos y sus permanentes arranques
seguimos disfrutando, el montaje empezó a tomar forma y de qué modo, el
espectáculo comienza antes de que suenen las primeras notas de la partitura por
lo que el público se encuentra al llegar: “¡Ay, esa escenografía de David
Pizarro y Roberto del Campo, toda de madera! Fue premiada en los PTM, lógico; al
principio, recién construida, el olor era muy penetrante, enlazaba con el
carpintero, olía a hogar, lo sensorial es también muy importante. Y el espacio,
sí, debo reconocer que era otra de las cosas que me daban cierto miedo porque
no deja de ser una carpa y por mucha megafonía y microfonía que haya lo
fundamental para los cantantes es que haya una buena acústica, un buen apoyo de
sonido, pero todo se hizo como se debía”. Puedo decirlo muy alto (y saben
que hablo con cierto conocimiento de causa): ¡Ya querrían algunos teatros/espectáculos
tener un sonido tan limpio, tan cuidado, tan matizado, tan medido, tan
prodigioso como el conseguido aquí! No en vano está Julio Awad detrás del
mismo, el buen gusto que le caracteriza es muy patente en 33, la música
envuelve al público, los actores cantan con naturalidad, sin exagerar, no hay
rimbombancias estridentes, así me lo cuenta mi admirada Inma Mira, que en esta
segunda temporada se hace cargo del personaje de María, la madre de Jesús: “Se
ha trabajado la verdad, vivir la historia, es algo que está ahí desde el
principio, me consta que los primeros días se lloró mucho, hubo que controlar
las emociones. Además, como dices, no se busca el lucimiento por el mero hecho
del lucimiento, nada de estridencias”.
El público que abarrota el Espacio 33 el día en que un servidor ocupa una
localidad frente al escenario es de todas las edades, y no es una frase hecha,
y todos jalean, vitorean y aplauden sin freno al final, yo mismo estoy arrebatado,
no sólo por el talento demostrado por el elenco y por el equipo creativo y técnico,
sino por lo que se ha contado, por la esencia, por lo que solemos olvidar (y
tantos demuestran haberlo hecho, no volvamos al principio del texto), así lo
explica Christian: “Es un mensaje universal de amor, por eso engancha a todo
el mundo, se defienden valores necesarios y más hoy en día. Creo que se plantea
a un Jesús que responde a lo que se conoce de él, tanto en la parte cristiana
como en lo histórico: fue un revolucionario por dar voz a las mujeres, a los
enfermos, a los pobres, creía en la igualdad, en la diversidad, me encanta
transmitir un mensaje tan positivo. También es verdad que hay una parte del
sacrificio con la que, como actor, tengo que tener mucho cuidado: en los ensayos
y en las primeras funciones, terminaba muy afectado porque hay una valentía en
Jesús que no tiene ningún ser humano, sólo una madre dando la vida por un hijo,
era un extremo con el que debía conectar, lidiar con la muerte, algo inevitable
para construir al personaje; al final, buscas analogías que no sean tan fuertes
como la real, no deja de haber una tragedia en la historia, pero lo fundamental
es el mensaje global que se transmite”. Y a esa madre la encarna con enorme
sensibilidad y mesura Inma Mira, espléndida (no puede ser de otro modo) en voz,
impactante y emocionante en presencia, en sus manos, en sus gestos, en su
mirada, una interpretación mesurada pero muy sentida, cargada de significado: “No
me sale de otro modo más que hacerlo con mucho amor, imagino que algo me viene
de mi situación personal: no pude presentarme a los castings de la primera
temporada porque estaba embarazada y ahora me veo aquí, con la maternidad a flor
de piel, con madurez y compartiendo mucho los sentimientos del personaje.
Además, aunque por edad no podría ser su madre, que aún soy joven, jajaja, es
maravilloso poder desarrollar ese trabajo con Christian porque nos conocemos
desde “Sonrisas y lágrimas”, hay un cariño y una admiración reales, medio
trabajo estaba hecho, con una mirada nos entendemos”.
La partitura mezcla estilos, géneros, va creando la atmósfera idónea
para cada número, suena de un modo admirable y hace olvidar todo lo anterior
para vivir ese momento, las posibles comparaciones son abatidas por una música que
conquista, algo que Inma vivió como espectadora en la primera temporada: “Toño
ha sabido alejarse de lo que ya se había hecho y posee una gran virtud: es una música
muy sencilla, sobre todo en el sentido de que al terminar la obra te parece que
la conocías de antes, se contagian las melodías, es muy cercana y se te queda”.
Partitura que aún se luce más y realza sus efectos gracias al trabajo preciso y
contenido de sus intérpretes, destacando sobremanera lo que hace Christian,
alejado de los clichés y de los posibles tics asociados a su personaje: “En
cuanto empezamos a trabajar le dije a Toño que, para llegar a todo el mundo, lo
básico era tocar la fibra de cada espectador, no podíamos marcar distancias: había
que hacerlo tremendamente humano, con sus miedos, con sus rechazos, peleándose
consigo mismo, con los ideales que se le desmontan ante los sacerdotes, expulsando
a los mercaderes del templo, tiene unos valores que potenciar y es precisamente
a lo que me acerco y con lo que me conecto cada día para hacerlo con cierta
facilidad”. Inma resume este aspecto en una frase que no puedo sino
compartir totalmente: “Es muy difícil no sentirse tocado en algún momento”.
Así es, doy fe de ello, no puedo evitar utilizar ciertas palabras, ya lo ven,
pero es algo que brota con naturalidad porque es el influjo de una obra que no
lo pretende, que llega a nuestro interior con sencillez porque habla y defiende
algo que, volvemos al punto de partida, debería ser básico y nadie debería
recordarnos, tendría que ser la manera lógica de vivir, esa es la magia de 33
El Musical, no hace proselitismo, no impone dogmas, simplemente reclama que
escuchemos a nuestro corazón y el de los demás, que latamos al mismo compás, el
de la camaradería, la amistad, el respeto, el diálogo, el amor. ¡Qué gran
trabajo!