lunes, 30 de diciembre de 2019

LO QUE OCULTAN LAS FLORES






   Tenga más o menos relevancia en el conjunto del texto, suponga un somero resumen del contenido (de lo escrito y/o de lo leído) o sea tan sólo algo que me gustó como encabezamiento, se trate tanto de una frase robada del libro o de cualquier otro lugar (la mayoría de las veces) como de una ocurrencia o evocación sugerida por la lectura, el caso es que cada vez me resulta más imperioso (incluso diría -y creo haberlo confesado en alguna ocasión- imprescindible) tener decidido el título del escrito antes de ponerme con él, aunque llegue con carácter provisional (a veces se gana su permanencia porque, de un modo u otro, consigue afianzarse al establecer lazos con lo que le sigue, al marcar el camino de lo que escribo, en otras, las cosas como son, porque no aparece nada que me resulte más idóneo y quiero publicar el texto), el caso es tener una idea sobre la que ir dando vueltas (o no), un apoyo, una presentación, algo a lo que aferrarme para que, a los pocos segundos de crearlo, el documento deje de estar en blanco. En el caso que hoy nos ocupa, el título ha tardado en llegar, llevaba ya unos días rumiándolo, ordenando notas, repasando la transcripción de lo grabado durante el encuentro, queriendo ocuparme de este libro, pero no terminaba de concretar, todo se me iba en una frase hecha y demasiado obvia (hay quien me dijo que quedaba simpática, y es cierto, pero me parecía un recurso de lo más facilón -tampoco es que me haya roto mucho las meninges, en seguida lo comprobarán-) o, y ese ha sido el mayor escollo, las soluciones más satisfactorias (por sonoras, por llamativas, por significativas, por bien trenzadas -algunas tomadas literalmente de la novela a comentar-) anticipaban demasiado de lo que el lector va a encontrar en una narración que, algo lo que nos tiene acostumbrados su autor desde el mismo punto de partida (los cuatro títulos que ha publicado hasta el momento no pueden ser más diferentes entre sí), es una continua y fabulosa sorpresa, no sólo en su argumento, no sólo en su desarrollo, sino en cómo homenajea a una manera de hacer literatura, a un estilo, a un género (o varios, en realidad), a una época, en el modo magistral en que combina elementos muy diferentes sin perder jamás coherencia ni verosimilitud, con un rigor histórico impecable a la hora de recoger detalles, ambientes, condiciones de vida, anécdotas reales, sucesos que se estudian en las aulas, todo puesto al servicio de una ficción narrativa muy sólida, que provoca adicción desde las primeras líneas, una trama muy enrevesada y compleja que se sigue con deleite y facilidad porque el autor rehúye la erudición innecesaria y epatante en que tantos incurren, demuestra el movimiento andando, es decir, hay mucho que el lector curioso y amante de la Historia podrá reconocer o descubrir, a buen seguro más de uno irá consultando a través de Google qué hay de verdad en esto o en aquello, si este personaje existió o es inventado, pero todo está al servicio de la historia, nada es accesorio ni responde al mero lucimiento de virtuosismo y/o conocimientos, la novela puede leerse sólo como eso, siempre juega a favor del lector, Antonio Garrido, que conoce perfectamente el oficio de contador de historias, tiene muy claro que está escribiendo una novela, no otra cosa camuflada de tal (o ni eso) como tantas veces corre por ahí.

   El jardín de los enigmas (que Espasa lanzó al mercado el pasado noviembre) es, como ya se ha dicho, la cuarta novela del escritor de Linares, una nueva ficción histórica (es en lo único que se parecen entre sí sus obras -bueno, y en el placer y la diversión que producen-) que nos traslada al Londres de 1850, inmerso en la preparación de lo que será la primera Exposición Universal, motivo por el que se está construyendo en Hyde Park el Crystal Palace. Con semejante telón de fondo, Antonio va reuniendo otros acontecimientos y hechos de la época que por un lado nos la acercan y hacen vívida como pocas veces se ha logrado (sin ser británico, quiero decir: ellos juegan en ese aspecto -y en otros, no hay más que admirar su industria audiovisual- con lógica ventaja) y por otro producen un efecto dominó medido con pulso templado de narrador que no deja nada al azar, las piezas van cayendo en diferentes direcciones y todas se interrelacionan y afectan sin que el más mínimo detalle resulte ajeno o caprichoso, todo se sucede con lógica y sin que sea posible vaticinar qué va a ocurrir en el siguiente capítulo. Es, como señalábamos, una de las máximas virtudes del autor, empezando por el hecho de que, hasta el momento, no ha repetido época histórica, no se puede prever nada en lo que se refiere a la trama o la acción en sí antes de abrir una novela de Antonio Garrido, de lo que no existen dudas (si has leído alguna de las demás) es de la pulcritud y meticulosidad de su trabajo, de su muy bien entrenado músculo narrador que le permite ir sumando elementos, dando giros y alcanzando picos de muy diversa índole e intensidad sin que el indudable y meritorio esfuerzo se perciban ni un segundo, puesto que (ahora hablamos de El jardín de los enigmas en concreto) la lectura, no puede ser de otro modo con una prosa cuidada (no tendría por qué aclararlo, pero todavía hay muchos que piensan que la calidad es incompatible con el entretenimiento y viceversa) que invita a ello, se hace con fluidez, con sumo interés, con emoción y tensión adecuadas a cada momento, sin precipitaciones pero sin consentir pausas, con una progresión dramática (en cualquiera de los sentidos posibles, en todos) de infinita precisión. Por todo ello, repito, querría que ustedes llegasen a la lectura como lo hice yo, es decir, leyendo lo que cuenta la contraportada o casi ni eso, encontrándose con una nota introductoria que pone en (pocos, no hacen falta más) antecedentes, por eso me decidí a hablar de las flores en el título (evitando el manido “dígaselo con flores”, al menos no ser tan predecible), porque lo explica Antonio en el prefacio, porque ese fue el pistoletazo de salida para empezar a tejer la novela.

   Es algo en lo que abunda en la nota final (que no deben perderse, pero sólo en ese momento) y sobre lo que da algunas pinceladas (es también maestro en contar lo imprescindible y, además, dejar al interlocutor con ganas de más, es decir, de leer) durante el encuentro que mantuvimos en Cervantes y Compañía a finales de noviembre y en el que mi Pepa Muñoz volvió a colocarme frente a la cámara para conversar unos minutos a solas con el autor: https://www.youtube.com/watch?v=qPqXYmEy_jU&t=59s. Cuando nos reunimos con el resto de asistentes (no el grupo habitual completo, pero una nutrida representación) y con Miryam Galaz, la editora, puesto que, como es norma y cortesía en este tipo de actos, como es (o debería ser) lógico (y lo mismo sirve para las entrevistas, queridos colegas -o lo que seáis-), todos llevábamos la novela leída y bien leída, no hubo freno ni tapujos, empezamos a desgranar aquellos aspectos que más nos habían llamado la atención, mil detalles que la destripan e incluso diría deshuesan, es por eso que no reproduciré gran parte de lo que dijimos/reímos/analizamos, entretelas de El jardín de los enigmas que Antonio tuvo la amabilidad de compartir con nosotros, regaló su complicidad a lectores parlanchines con la única intención (confío en que así lo percibiese) de agasajarle del mejor modo que sabemos, demostrando a las claras el entusiasmo incontenible que nos despierta su obra (aunque nos centrásemos en la última, porque es lo que correspondía). Pero, para que abran boca, aunque se lo pueden escuchar en el vídeo (después de terminar el texto, confío/ruego), como si fuese el preámbulo antes indicado, dejemos que el propio escritor nos cuente algo de la génesis de su novela: “Ha tenido un proceso de gestación similar al de las anteriores: estoy mucho tiempo buscando una historia que me atraiga y sólo cuando lo hago, cuando encuentro aquella que siento tiene fuerza, potencial, que me pide que escriba, cuando me apasiono es cuando me embarco en la tarea. Ésta apareció durante unas vacaciones, visitando el palacio de Topkapi, fue allí donde conocí el sistema de comunicación clandestino que diseñaron las concubinas a través de las flores para dialogar con sus amantes, con el consiguiente riesgo para su vida. Además, un agregado comercial francés, que era espía al servicio de lo que aún no se llamaba Foreign Office, lo adoptó y se empleó en las comunicaciones de las Indias Orientales”. Fueron apareciendo otras piezas que se irán descubriendo según se avance en la lectura, asuntos, personajes y hechos muy diferentes que posibilitan que El jardín de los enigmas se mueva entre varios géneros y a todos haga justicia y engrandezca: novela de aventuras, de misterio, de espionaje, crónica social, un mosaico cuyas teselas parecen sólo una por lo magníficamente unidas que se presentan, un auténtico y soberbio folletín, palabra que Antonio no tiene ningún reparo ni complejo en utilizar (no hay por qué, bien saben lo mucho que la defendemos en este rincón) y que reivindica/homenajea, puesto que en la época que recrea fue donde floreció la industria editorial gracias a historias por entregas, novelas completas  o narraciones cortas firmadas por Dumas, Dickens, Galdós, Verne, Stevenson, Conan Doyle y tantos otros, ese es el espíritu que se recupera, imprimiéndole un sello propio y actual (aunque muy respetuoso con formas, decires, maneras y estructura: huele a literatura victoriana -periodo, por cierto, que abarca casi 64 años, que hay quien sólo piensa en Jack el Destripador y por ahí-).

   Es un deleite y también una sorpresa (depende de a qué nos refiramos) comprobar gracias a la nota final del autor lo mucho de verdad que hay en las páginas precedentes a la misma, cómo se han cuidado los detalles, cómo el novelista ha inventado empapándose de realidad: “El epílogo sirve para legitimar la novela, aunque no haga falta, porque si el lector se lo ha creído y ha vivido esa Inglaterra victoriana que ahí se cuenta, es que todo funciona como debe. Pero así se confirma que casi todo es verdad, que hay un trabajo detrás, que no es una mera invención, cuando leo agradezco ese tipo de explicaciones. Del mismo modo, me gusta que todo se comprenda, que la lectura sea natural y fluida, algo que no hay que confundir con simplicidad: la sencillez requiere una gran complejidad a la hora de elaborarse, se trata de que el lector no tenga que esforzarse más que en disfrutar”. Y lo consigue con creces, no sólo evitando explicaciones prolijas e innecesarias, sino permitiendo al lector entrar en el juego e intentar resolver los enigmas antes que los personajes algo que, todo hay que decirlo, no siempre le importaba a Conan Doyle, ya que le hemos citado antes y viene a cuento; la profundidad psicológica de sus personajes coadyuva a que esto sea así, puesto que son arquetipos (algunos) con fundamento y contenido, las compartamos o no, las comprendamos o nos provoquen rechazo, conocemos (en el momento adecuado) sus pulsiones, sus razones, sus recovecos, sus emociones: “Las novelas tienen que ser en parte un reflejo de la sociedad y por eso hay personajes de todo tipo, no se trata de un cuento de hadas; creo que eso hace más humano el libro, se trata de comprender a los personajes, no hay que estar de acuerdo con ellos. En ese sentido, la que más trabajo me ha dado es Daphne porque es muy compleja, no por ella misma, sino por la situación en que se encuentra: situación complicada en la que entran en juego sus sentimientos, en contradicción con sus obligaciones. Manejar su comportamiento y mantener la intriga no ha sido fácil, todo un reto. Por el contrario, Memento ha sido el más sencillo, ya que no tiene dobleces”. Sin ahondar demasiado, no podemos dejar de mencionar al fantástico protagonista, Rick Hunter, una creación que impregna cada escena, cada frase, una personalidad ambigua tan espléndidamente dibujada que en diferentes ocasiones a uno le dio por pensar que la novela estaba escrita en primera persona, tal prospección se hace en sus dolores, las sombras que arrastra, tanto miramos a través de sus ojos y latimos al ritmo de su corazón que se produce una simbiosis entre los tres (personaje, narrador y lector) que resulta enormemente atractiva, irresistible como lo es El jardín de los enigmas.