Se suponía que iba a recomendar la estupenda
versión de El mercader de Venecia (¡Bravo,
Yolanda Pallín!) que Eduardo Vasco dirige con sutileza y buen gusto en las Naves
del Español hasta el próximo 13 de diciembre y que cuenta con un Arturo
Querejeta estremecedor e impresionante, y es algo que haré pormenorizadamente
dentro de poco, pero la fortuna me llevó a coincidir hace unas horas con Pasión
Vega, un encuentro inesperado y breve pero siempre placentero con ese amor de
mujer que es humilde como sólo saben serlo los auténticamente grandes, ese
inmenso talento que acaricia el corazón y el alma del que la escucha, ese
prodigio de voz que posee ecos, remembranzas, nostalgias, evocaciones, raíces,
emociones, arrebatos, esa garganta que extrae las esencias de tangos y
tanguillos, de habaneras, zambras o boleros, esa artista autodidacta que con su
sensible intuición encuentra su propio estilo aunando el ayer y el hoy, el
eterno presente de ritmos, géneros y versos imperecederos, tal y como ella
demuestra al interpretar temas clásicos e incluso legendarios como si nadie lo
hubiese hecho antes, devolviéndoles el lustre prístino, sacando a la luz
posibilidades impensables, siempre fiel a la elegancia y buen gusto con que se
pasea por la partitura como si no quisiera molestar, fueron sólo un par de
minutos pero volver a ser testigo y receptor de su candor, generosidad y
sincera alegría ante la oportunidad del saludo, confirmar que todo lo que
destila en escena es de verdad, le nace de dentro, no finge ni imposta,
admirarla aún más cuando es Ana y no Pasión, que se diese la vuelta con su
inagotable sonrisa para despedirse y pidiese perdón porque se le olvidaba hacerlo,
en fin, tanto talento afectivo y artístico merecen ser encomiados y celebrados
una y mil veces, pero eso dejo aparcado a Shakespeare para dejarme mecer, como
tantas veces, por la benéfica influencia de su música.
Supe de ella a través de mi querido Juan
Mairena, me dijo que esa cantante me iba a dejar con la boca abierta pero que,
por favor, no la escuchase hasta que él me regalase uno de sus discos; me
mantuve fiel a mi promesa hasta que, por azar del destino (ya saben que es mi
oxímoron favorito), ese caprichoso que en esta ocasión sabía muy bien lo que se
hacía, Iñaki Gabilondo presenta en la radio un CD editado con fines benéficos
que se titula Mujer y que incluye
versiones como la que hace Pasión Vega de Alfonsina
y el mar. Prometo que mi intención fue bajar el volumen, cambiar de
emisora, respetar la petición de mi amigo, pero fue imposible resistirse a los
primeros compases de la que es una de mis canciones favoritas, mucho más cuando
la intérprete me hizo olvidar a la gran Mercedes Sosa en cuestión de segundos,
como si no fuese una de mis cantantes veneradas, como si no existiese nada más
que ella, Pasión, deslizándose por cada nota con hondura y contención, con
exquisitez emocionante, susurrando contundentemente, sacudiendo con cada
palabra, llenándome los ojos de lágrimas plácidas y gustosas, ensanchándome el
corazón, transformándome y enamorándome para siempre. Mi Mairena lo comprendió
perfectamente porque él ya había experimentado los efectos y seguía
administrándose dosis casi diarias de lo que sólo podía definirse como adicción
a la belleza que Pasión Vega convocaba y desplegaba con su garganta, sin
alharacas, sin esfuerzo aparente, como si sólo fuese posible cantar así,
dejando fluir las canciones, pellizcando esos rincones del alma que creíamos
dormidos, iluminando los recovecos más sombríos, exorcizando fantasmas,
reconciliándonos con nosotros mismos, reencontrándonos con sentimientos
olvidados o reprimidos, afectándonos y gustándonos esa perturbación gozosa, esa
paz en que se mezclan con fruición la amargura por lo perdido con el
agradecimiento por haberlo vivido y sentirlo tan vívido al compás de una
canción.
En la época en que dirigía El mejor de todos los tiempos en Canal 7
salí de allí, como tantas veces, bastante tarde y opté por coger un taxi para
volver a casa; la conductora era una señora de algo más de cincuenta años a la
que encontré muy contenta y meciéndose al ritmo de una canción que en seguida
identifiqué como Habaneras de Cádiz,
pero no en la voz de María Dolores Pradera o Carlos Cano sino en la de alguien
que sólo podía ser Pasión Vega, sin embargo no pregunté nada ni hice ningún
comentario hasta que terminó el tema porque hubiese sido un sacrilegio quebrar
esa atmósfera, estorbar a esa voz mágica que reinventaba la canción y la hacía
propia, molestar a la taxista que tamborileaba sobre el volante, refrenar mi
impulso de acompañar el ritmo con movimientos de cabeza y hombros mientras
tarareaba, muy bajito, la letra. Ya al final, tras un breve silencio y un
suspiro compartido, me atreví a decir “¿Era Pasión Vega, verdad?”, a lo que la
señora respondió, con enorme satisfacción, “¿Quién si no?”, algo a lo que sólo
pude replicar “usted lo ha dicho” (y busqué esa versión durante un tiempo hasta
que Pablo localizó el CD en que aparecía y me lo regaló, otro de tantos
momentos felices juntos). Y es un tema al que sigue extrayendo nuevos matices,
una composición que continúa enriqueciendo en cada interpretación, en cada
revisitación, así puede confirmarse en Pasión
por Cano, el CD que presentó hace un año y que ahora aparece en una edición
especial que incluye duetos con Joan Manuel Serrat, Noa, Miguel Poveda, India
Martínez y Estrella Morente, al margen de Aires
de cuna que ya interpretaba en el trabajo de 2014 junto a María Dolores
Pradera y también aparece ahora.
Y como, con motivo del lanzamiento de aquel
trabajo, publiqué una entrevista con ella en una página de la que me desvinculé
poco después, en un lugar al que no voy a regresar, como ignoro si aún puede
leerse o no, creo que es la ocasión perfecta (un año después, tras haberla
visto este jueves, cuando Pasión por Cano
sigue de actualidad y revitalizado) para que aquella conversación (algunos
retazos al menos) tenga su sitio en este blog, en este arpa donde siempre debió
sonar:
Su garganta posee sabiduría y memoria, en su voz cobran nuevos bríos
ecos, raíces, remembranzas, sonoridades, tonalidades que hablan de una
tradición, del sentir de un pueblo (de cualquiera: el acento varía pero las
emociones son universales), madrugadas interminables en las que la música
exorciza fantasmas, sirve como bálsamo, encauza el dolor, la ausencia, las
quejas, la melancolía, la tristeza, consiente que la alegría estalle sin ningún
tipo de comedimiento. Su nombre artístico resulta escaso para expresar lo que
consigue cuando acomete el ritmo y el estilo deseados en cada momento porque la
ductilidad de sus cuerdas vocales le permite interpretar tangos, boleros,
zambras, habaneras, jazz, ampliando su abanico de registros, mezclándolos y confiriéndoles una
personalidad propia, esa que arrebata a tantos admiradores de diferentes
generaciones. Pasión Vega se muestra feliz al haber hecho realidad un deseo
largamente acariciado: rendir tributo a uno de los nombres imprescindibles en
este país para hablar de copla, de flamenco, de música en general.
PREGUNTA.- Ya habías interpretado alguno de sus temas anteriormente,
pero sentías la necesidad de dedicarle un trabajo en exclusiva…
RESPUESTA.- Escuchar a Carlos Cano es regresar de golpe a mi infancia, recuperar
sueños que él motivó; creo que aún no soy del todo consciente de lo mucho que
aprendí de él: fue uno de mis referentes desde el mismo momento en que decidí
ser artista, en parte porque ya lo era antes. Por eso fue la única versión que
hice en mi primer disco con material propio, por eso regreso a él siempre que
me es posible, por eso no podía dejar pasar esta oportunidad.
P.- Aunque se le recuerda y algunas de sus composiciones pertenecen al
repertorio universal, ¿crees que se le ha hecho justicia?
R.- Nunca se termina de agradecer a un artista de su calibre lo mucho
que nos dio, aunque yo creo que es difícil que alguien no conozca María la portuguesa o Habaneras de Cádiz y eso, como señalas,
habla de la perdurabilidad de su obra. Precisamente para que su legado fuera
aún más conocido, elegimos algunos temas que sonaron en su momento y poco más o
que habían quedado olvidados, ¡yo he sido la primera sorprendida al redescubrir
canciones que llevaba años sin escuchar o al prestar atención a otras que antes
me pasaron inadvertidas!
P.- ¿Cómo se afronta la tarea de dar nueva vida a la obra de Carlos
Cano? El respeto se da por hecho en tu caso, lo has demostrado en cada ocasión
en que has versionado un clásico, da igual que hablemos de Ojos verdes o de Nostalgias;
al margen de eso, ¿cómo ha sido el trabajo?
R.- Ha sido fundamental la participación de Fernando Velázquez como
productor musical, ya que ha optado por la fórmula “menos es más” y ha
conseguido unos resultados increíbles. Sin duda, el respeto era la base,
incluso sentimos algo de miedo, no hay que negarlo, porque pudiera parecer que
estábamos profanando un templo, pero copiar no hubiera sido honesto, había que
hacer algo distinto. Y cada tema se trató como si fuese una canción universal,
lo que en realidad son todas, son himnos con los que se te llena la boca a los
que buscamos un poco las vueltas, incorporando los sonidos adecuados para
hacerlas crecer y, de ese modo, ofrecer algo diferente a lo que se ya había
grabado antes.
P.- En una ocasión, tu buen amigo José Manuel Zapata me comentó que
había descubierto gracias a ti el tango Mirando
al sur y eso es lo que también hacía Carlos Cano: atender al sur, no sólo
en el sentido geográfico sino en el humano, al modo en lo que reivindicó Mario
Benedetti…
R.- Totalmente de acuerdo: él hizo héroes a los desprotegidos, cantó a
los corazones y transformó en mitos a los que se desprecia por “normales”, se
preocupó por los desarraigados, por los que se salen de la norma. Era un hombre
que se dolía con las penas de los demás, que no perdía de vista los problemas
de su tierra y los plasmaba en una canción para darles voz y lanzar su queja a
los cuatro vientos. Eso es lo que ha plasmado de manera fantástica Antonio
Martínez Ares en Soy del sur,
expresión directa de lo que pretendíamos con este disco, el único inédito y la
única canción que no es de Carlos. (…)
P.- Dedicas Aires de cuna a tu
hija Alma, nacida hace menos de un año [en aquel final de 2014], e interpretas
junto a María Dolores Pradera, de la que te considero heredera directa…
R.- ¡Ojalá llegase a parecerme a ella! Desde que interpretamos para uno
de sus discos Habaneras de Cádiz me
dio su confianza y ha surgido una amistad muy bonita que mantenemos viva a
través del teléfono. No podía faltar en este homenaje porque fue la artista que
acompañó a Carlos hasta el último momento, él la consideraba como su madre, una
gran señora de la que aprender cómo decir, cómo interpretar… ¡Y muy divertida y
conocedora de la música actual!
Pasión Vega consigue que cada canción sea un momento único, distinto,
inolvidable, digno de ser vivido, una confidencia, una alianza entre ella y el
que escucha arrobado (porque es imposible mantenerse impasible y no rendirse a
su calidad y calidez), un milagro que se renueva continuamente y no deja de
causar asombro y deleite.