jueves, 4 de abril de 2013

MUCHO MÁS QUE DOS





   Hubo una época en que me dio por apuntar las frases que me llamaban la atención, que me hacían reflexionar, que me gustaban; quería tenerlas en una lista para poder localizarlas rápidamente y citarlas literalmente (no cambiando alguna palabra e incluso el sentido original, como sucede en tantas ocasiones), para saber dónde estaban cuando la memoria sólo iluminase algunos aspectos, para no perderme entre los innúmeros volúmenes que desde siempre me han rodeado intentando encontrar la línea deseada. En realidad, es algo que nunca he dejado de hacer, resulta inevitable cuando eres lector empedernido, pero ahora intento aprehender la sensación experimentada, atesorar ese momento, tal vez dejar una señal dentro del libro en que encontré la sentencia, aposentar lo vivido en ese inmenso rincón del alma que tenemos los que gustamos de disfrutar y descubrir el talento artístico de los demás, ese que no deja de crecer y de encontrar nuevos habitantes. Cayendo un poco en lo obsesivo (como nos pasa cuando nos dejamos entusiasmar por algo y no somos capaces de refrenarnos), llevaba siempre algún bolígrafo y una libreta o cualquier papel volandero porque nunca se sabe dónde vas a encontrar la veta en que explorar (aunque regreses con el tiempo a lo que te pareció magistral y constates que ahora ya no te lo resulta tanto –e incluso que tu percepción ha dado un giro de ciento ochenta grados-) y también anotaba declaraciones oídas en radio o televisión; así fue como me fijé en algo que Antonio Gala declaró cuando fue invitado por el permanentemente añorado y adorado Terenci Moix a su programa Más estrellas que en el cielo: “Cuando la soledad se siente en compañía, sólo queda la desesperación”. Poco tiempo después, cuando el hasta entonces dramaturgo obtuvo el Premio Planeta por su primera novela, El manuscrito carmesí, encontré la misma frase entre sus páginas, tal vez porque Gala siempre ha tendido tendencia a citarse, pero con toda seguridad porque ya estaba trabajando en su particular visión sobre Boabdil y porque el asunto de los amores contrariados, no correspondidos, mal entendidos, ha sido y será motivo central de su obra en concreto y de la de casi cualquier escritor.

   Nunca resulta fácil definir a una pareja, parece que ninguna palabra se ajusta con precisión a cómo esas dos personas construyen día a día un espacio común, resulta inexplicable incluso para ellas mismas cómo han acompasado sus pasos, cómo equilibran sus individualidades, cuántos pactos no escritos (ni declarados) firman por voluntad propia, porque son conscientes de que es así como quieren que sea, porque se sienten y saben acompañados, comprendidos, apoyados, animados, porque son capaces de borrar de un plumazo los malos momentos (inevitables), las decepciones, los errores y, por encima de todo, porque se saben dos. Hay mucha tendencia a considerar a las parejas como si fuesen sólo uno, como si actuasen igual, como si sólo tuviesen una opinión, como si fuesen clones; hay muchas parejas que buscan ese supuesto paraíso como culmen de su amor, que no toman decisiones sin saber qué dirá el otro (y no entro ahora en que uno se imponga o lleve la voz cantante), que se transforman en siameses, que no respetan el espacio de cada uno, que no consienten que existan citas, amigos, actividades separadas.

   Lo que enriquece a una pareja es, precisamente, la personalidad de cada componente, lo que cada uno aporta, las discrepancias de las que sale el entendimiento o aquellas que nunca se resuelven y que (sin provocar dramas ni traumas) añaden piques cariñosos, rivalidades sin lucha, resquemores que devienen en sonrisa cómplice, cimientos que se hacen más sólidos según pasa el tiempo, sin récords que batir o lecciones que dar, juntos porque se quiere y mientras se quiera, sin pensar en el posible final, en la ruptura, pero sin escuchar los cantos de sirena de “nuestro amor es para siempre” porque “siempre” es cada momento, sin tener claro que vendrá después, eso es la vida, lo demás mero mecanicismo, maquillar la realidad para darnos de bruces con ella cuando sea demasiado tarde para rectificar. En eso ponía el acento Antonio Gala: en la compañía que se da y recibe, en tener conciencia y constancia de que tu complemento está ahí, pero permitiendo a la soledad necesaria que se explaye, que tenga su espacio cuando se la busque, que no nos venga impuesta y, para colmo, escondida en lo que de cara a la galería es una relación. Así siento yo cada día esa fuerza inspiradora, ese soporte a cualquier iniciativa que surja, aunque ésta pueda parecer tan sencilla como iniciar un nuevo camino literario, permitiéndome permanecer en el ángulo oscuro del salón cuando lo preciso, respetando igualmente su personalidad, porque sabemos que ambas van a seguir reencontrándose y haciendo realidad muchos sueños. El maestro Benedetti lo tuvo muy claro y la maravillosa Nacha Guevara (a la que vimos en directo y pudimos ovacionar como merece) lo expresó con fuerza y tronío: “Si te quiero es porque sos / mi amor, mi cómplice y todo / y en la calle, codo a codo, / somos mucho más que dos”: ser uno, aunque suficiente y lógico, es poca cosa; ser dos, éste y aquél, identificados, individualizados, no convertidos por los demás o por nosotros mismos en una especie de ente, es seguir aprendiendo, descubriendo, amando.