Es curioso cómo los círculos se cierran cuando menos lo esperas o menos
atención prestas, cuando estás a otras cosas o tan pendiente de algo en
concreto que miras sin ver todo lo demás; pero, de repente, frenas, observas,
analizas, recapacitas y resulta que hay sucesos que tienen lugar en el mejor
momento posible, que se han dilatado mucho más de lo que hubieses querido, que
has aceptado la demora porque no queda otra opción y, además, es lo lógico,
pero que, por esas carambolas a las que llamamos azar o destino (cada cual lo
que prefiera), tienen lugar cuando cobran un valor añadido que aún los hace más
grandes y necesarios. Por motivos que no vienen al caso, Pablo ha estado fuera
todo el verano, precisamente el primero en que no tengo trabajo desde hace no
sé cuánto (durante mucho tiempo era al revés: solía tener más del habitual en
ese periodo, ya que me tocaba sustituir a alguien durante sus vacaciones, y
aquí estaba servidor para soportar los rigores de la capital e inventar
invitados y contenidos en una época en que todo el mundo parece emigrar –algunos
de esos momentos, sobre todo los asociados a Miguel Ángel Yáñez y Beatriz Pécker,
al igual que el primero que compartí con Marta Conde –y con Pablo en el
equipo-, son inolvidables desde el mismo momento en que los estaba viviendo),
ha sido por lo tanto un estío desolador, agobiante, con demasiado tiempo para
añorar, evocar, echar de menos, dolerse, entristecerse; he aprovechado para
escribir (eso que tanto le gusta Pablo que haga, eso con lo que he vuelto a
disfrutar, esa pasión que había acallado, esa vocación que me ha hecho renacer
y me ha servido –y sirve- como bálsamo, como acicate, como realidad), para
leer, para pensar, para seguir cimentando mi (nuestro) amor (es algo que se
hace día a día, que se realimenta continuamente, el hecho más nimio que
compartimos, cualquier destello de complicidad, un nuevo guiño de asentimiento
y comprensión es el mejor abono para que la relación sea más estrecha y
profunda –cuando nos preguntan cómo se hace para llevar tanto tiempo, casi once
años, juntos, me consta que ambos contestamos que no conocemos el truco, que
simplemente vivimos sin pensar en “siempre”, nos limitamos a hacerlo
realidad-), para agradecer la compañía de Dobby (a pesar de sus rabietas, pero
si no fuese así no sería tan adorable), para ir preparando algunas sorpresas,
pensando en cosas que hacer juntos y, sobre todo, para sentir que mi corazón
sigue latiendo por dos y para percibir esa correspondencia a pesar de los
kilómetros de distancia.
Nuestra querida amiga Olga María Ramos, ese inmenso talento como
artista, esa humanidad desbordante como persona, ha tenido la deferencia de
pedir mi colaboración para un proyecto del que no debo contar nada (porque no
me corresponde hacerlo) y me ha insuflado optimismo, ha propiciado que me
sienta útil, que sienta que hay gente que sigue valorándome como profesional,
que mis palabras (escritas o pronunciadas), mis años de oficio, mi
sensibilidad, mi criterio puede resultar interesante (algo que también debo
hacer extensivo a mi adorado Ovidio Parades –con el que, entre otras cosas, me
chifla discutir sobre cine (sin que llegue la sangre al río, argumentando con
pasión y mitomanía)- o a Elena Palacios, Alejandro Muñoz, Nieves Peñuelas,
Alfonso Monteserín, Mandy de la Escalera o Ángel Galán, por seguir confiando en
mí para transmitir aquellas impresiones que me producen libros, películas y
obras de teatro); sí, del aire no se vive, y este blog no da dinero (tampoco
Celuloide en vena, por supuesto), pero al menos proporciona muchas
satisfacciones y me permite comunicarme con aquellos que aceptan la invitación
y llegan hasta el ángulo oscuro del salón para estar cerca de las notas que
emite el arpa. Y fue, como en tantas ocasiones, una palabra de Pablo la que me
puso en movimiento, la que lo hizo posible (también el blog de cine), la que
materializó un deseo y engrasó mi maquinaria para que el periodista no se
dejase morir, aunque nuestros próximos objetivos continúan por el camino
literario y (crucemos los dedos) por el teatral (un sueño largamente acariciado
podría estar próximo a realizarse, gracias al impulso del inquieto Juan Luis
Peinado –y hasta ahí puedo leer-).
Y cité antes a Olga María, entre otras muchas cosas, porque gracias a
ella he titulado este escrito y fue su agudeza la que me puso sobre la pista de
la importancia de lo que sucederá dentro de pocas horas; en uno de los muchos
mails y mensajes que nos hemos cruzado este verano en que, lo reconozco, no he
querido ver a demasiada gente, he estado poco sociable, más anacoreta que de
costumbre (necesitaba mi tiempo y espacio, hacer cosas sin Pablo no me aporta
nada, antes al contrario exacerba mi soledad y nostalgia), respondiendo a su
interés por la situación que nos mantenía separados, ofreciéndome como es
habitual su cariño, apoyo y bondad, le dije que eran malos momentos y que tener
a Pablo “a tantos kilómetros del abrazo” aún lo hacía todo más difícil. Con ese
sentido artístico que le desborda, que posee en cantidades industriales, me
contestó que le parecía una frase fantástica y que expresaba mucho en pocas palabras;
el caso es que ese mensaje quedó ahí y ahora que el abrazo se acerca, que
faltan horas para que vuelva a producirse, para que podamos cerrarlo, caigo en
la cuenta de que eso ocurrirá un 31 de agosto, día en que justo hace un año, en
una madrugada ambigua y llena de sensaciones contradictorias, llegaba a casa
después de presentar mi último programa de radio, manteniendo la dignidad y la
voz (un poco trémula al pronunciar las últimas frases, es cierto, pero prometí
no dejarme vencer, no hacer tragedia y no dar satisfacción a los que deseaban
verme caer en lo patético o desbarrar como otros en similares circunstancias –si
eso es lo que le gusta a gentecilla como Javier Encinas o un tal Vicen de
Ponferrada, no quiero corifeos de ese jaez- y creo que lo conseguí), afirmando
lo que era (y es) mi única verdad, que todo se lo debía a Pablo y que no iba a
olvidar nunca a los oyentes, y encontraba un cobijo, un refugio, el lugar en el
que quiero estar y permanecer, unos brazos que me acogieron y tranquilizaron,
que me restauraron, que me dieron soporte (y que cuando todo se me vino encima
pocos días después, cuando comprendí que el melifluo poetastro seguía actuando
cobardemente y con mentiras, cuando me revolví y lo pagué con quien siempre
está cerca, volvieron a prestarme su calor, su energía, me recogieron y me
levantaron, sin reproches, sin amargura, con todo el amor del mundo). Por lo
tanto, el abrazo de mañana pone punto y final a este año en que, a pesar de
todo, tanto hay que celebrar: Madres de
película, se presentó en sociedad 24
horas de un periodista desesperado, vibramos viendo a Barbra Streisand y
seguimos juntos (y mantenemos la cabeza muy alta porque somos fieles a nosotros
mismos, a nuestros sentimientos, a nuestra realidad).
P.D.: Por cierto, si en estos días
asomo con menos asiduidad por aquí, comprendedlo; tenemos que ponernos un poco
al día, estar el uno con el otro, dar un impulso al nuevo libro, pero sabéis
que tomo nota de todo lo bueno (y de algo malo, inevitable) para seguir
acariciando las cuerdas del arpa.